Por John AcostaManuel Rincón, en 1996 y ahora
Desde que empezó su labor gratificante de creador solitario en La Guajira, a Manuel José Rincón Pico lo perseguía siempre un sueño: hacer una escultura grande para regalársela a cualquier población de la península. Y no se quedó con los brazos cruzados en espera de que las condiciones se le dieran como por arte de magia. Lo que pasa es que su locura de genio no le había alcanzado todavía para convencer a la dirigencia cultural sobre sus nobles propósitos.
La obsesión del escultor
«Yo no pido ninguna contraprestación económica. Sólo que se me suministre el apoyo logístico para poder hacer las cosas. La satisfacción más grande para mí sería que, una vez concluida mi gran obra, la gente se acercara a reconocerla», le dijo al hoy periodista de La Calle en febrero de 1996. Ese día, se acomodó en su silla, miró fijamente al comunicador y lanzó su dardo certero con una sinceridad que convenció: «Sólo con eso, gano más que cualquier cantidad de plata».
Empezó por hacer un gran proyecto que cargó por muchos años doblado en su carpeta de emociones y lo sacaba de allí únicamente para demostrar que es cierto. Realizó una maqueta con sus materiales de costumbre y se lo llevó todo al Gobernador de la época. «Recuerdo que al hombre le gustó. Lo iba a realizar en Riohacha. Pero la idea se dilató por politiquería: me cansé de tanto ir y venir a su despacho sin que volvieran a recibirme», le dijo ese febrero al periodista.
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Después de eso, visitó alcaldías exponiendo su idea con la esperanza de realizar su gran sueño. «Pero no sé qué pasaba». Con los anhelos truncados en Riohacha, se fue a vivir a Valledupar. «Desde aquí me quedaba más fácil viajar por los pueblos del sur de La Guajira». Su obsesión se fijó en Villanueva. «Una escultura inmensa en medio de la ‘Y’ que está a la entrada del pueblo se vería hermosa», le dijo, sonriente, al periodista hace, exactamente, 29 años. Y fascinado con esa idea, Manuel José Rincón no podía evitar un suspiro largo y profundo cada vez que pasaba por allí en los buses que lo llevaban de la capital del Cesar a la mina de Cerrejón y miraba el espacio justo para su obra a través de la ventanilla del termoking. «Algún día será», se decía entonces.
Cumplió su sueño
Y fue. En octubre del 2023, los medios de comunicación difundieron la noticia de que Villanueva quería estar en los Récord Guinness con el acordeón más grande del mundo. Manuel Rincón había suscrito un contrato con la Alcaldía de Villanueva con el objeto del diseño, elaboración y montaje de dos monumentos en homenaje a la cultura e identidad folclórica del municipio, con un costo de 1.528.570.394,88 pesos.
Con material de acero de alta calidad, Rincón Pico pudo darle rienda suelta a la obsesión que los persiguió por más de 30 años, ya que cuando habló con el hoy periodista de La Calle en 1996, Manuel José llevaba cinco años con la idea de darle un monumento gigante a La Guajira. En ese entonces, hasta sus amigos, que, obviamente, conocían la obsesión de Manuel José, le preguntaban a cada rato, en el tono mamador de gallo de los costeños, que cómo iba la obra. Ya él no sabía cómo responderles. «Me da pena con ellos, pero persisto en eso», le confesó hace 29 años al periodista.
No era su primera obra gigante
Ese febrero de 1996, Manuel José Rincón contó que él había participado en obras grandes. Todavía recuerda el montaje de una gran planta de combustibles en el Guainía, con unos tanques inmensos que le abrieron por siempre sus deseos de hacer cosas grandes. Por eso mismo, cuando leyó el aviso en el periódico de su natal Bucaramanga, Vanguardia Liberal, en el que decían que necesitaban técnicos eléctricos y mecánicos para trabajar en la mina de Cerrejón, él no vaciló en presentarse.Esculturas con chatarra
Ya para entonces, tenía el presentimiento de que se trataba de algún proyecto enorme. Pero apenas entró al lugar de reclutamiento, en el hotel Chicamocha, sus esperanzas se desvanecieron. «Imagínese que de los aspirantes, el que menos alardeaba, hablaba de mantenimiento de aviones», recuerda. Eso para él, un mecánico industrial egresado del Sena, era inalcanzable. Sin embargo, los compañeros casuales de ese día lo convencieron para que se quedara. Presentó las pruebas, lo llamaron. «Y hasta el sol de hoy. Así entré a Intercor». En algún momento del pasado, Manuel José se vio recogiendo la chatarra que se desechaba en los talleres. Tuercas, tornillos, pedazos del metal que fuera y que hubiera caído en desuso con el pasar del tiempo. Se los pedía a la persona autorizada y se los llevaba a la habitación que había arrendado en Riohacha.
Entonces, aprovechaba la tranquilidad de su descanso y le daba rienda suelta a su imaginación sin límites. Empezó a realizar sus primeras esculturas, a participar en cuanta exposición organizaran en cualquier evento cultural y a soñar en grande con su obra inmensa. También hace cuadros en las diferentes técnicas que su creatividad inventa. Pero no podía evitarlo: siempre mantenía en su cabeza el sitio exacto que está en la «Y» antes de entrar a Villanueva por Valledupar. Y lo logró: ahí está el acordeón más grande del mundo (cinco metros de altura, con 8.8 metros de ancho), donde muchos turistas llegan a tomarse fotos.
Publicado en el Semanario La Calle, el 17 de febrero de 2025
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