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Fermín Ipuana Epiayú, en su época de empleado de Intercor |
Por John Acosta
Fue en una época de cosecha de
mango. Los estudiantes del Liceo Padilla correteaban felices por los pasillos
del colegio. Con sus camisas empapadas de sudor y sus mo chilas de fique cargadas
de cuadernos atrasados. Se ponían sobrenombres. Algunos jugaban fútbol en el
patio cercado, envueltos en el fuego fastidioso del sol peninsular. Otros preferían
quedarse en pequeños grupos debajo de la sombra protectora de cualquier
trupillo casual, comentando con sarcasmo las incidencias ocurridas en clases
con algún profesor exigente. Estaban en la hora del descanso.
Entonces sucedió. Los muchachos
más traviesos del tercer año de bachillerato habían llevado una mano de mangos
maduros. Ahogados en el turbulento mar de la euforia juvenil, la pandilla de estudiantes
disfrutaba el sabor tropical de la fruta de moda. Caminaban por los corredores
del segundo piso. A alguien del grupo se le ocurrió lanzar al aire la pepa de
su desgracia. Ese arrebato repentino, motivado en un instante fugaz, se
convirtió en la idea más impertinente del mundo: la semilla cayó justo en el
centro de la calva del rector, que nunca antes en su vida académica había
salido de su oficina en recreo.