Por John Acosta
En La Junta, La Guajira, siempre se ha sufrido por la falta de agua; eso, a pesar de que su nombre proviene por la junta de dos arroyos (nuestro alto valor por el precioso líquido hace que los llamemos ríos), el San Francisco y el Santo Tomás, cuyo punto de encuentro lo llamamos (allá, en la tierra del cacique Diomedes Díaz) Los dos caños. Ambos ríos se secan hoy en el intenso verano que azota todos los años. El acueducto que admiré de niño en ese querido pueblo era una bomba que succionaba agua en un pozo de anillos de concreto cavado a la orilla del río Santo Tomás, en la parte alta del pueblo, y la enviaba a un tanque elevado, también de concreto, para repartirla por gravedad a las casas de la vereda. Yapara los inicios de mi pubertad, esa solución no alcanzaba porque La Junta había crecido. Y nos tocaba bajar a pie al río para subir con peroles llenos y paliar en algo la falta de agua en la casa de la vieja Aura Elisa, mi abuela. En las mañanas, cuando mi primo mayor llegaba en burro con la leche de Fundación, la parcela familiar, aprovechábamos el animal para ir en él al río y llenar de agua los calambucos, cuyo contenido no alcanzaba para el consumo de todo el día. Increíble que casi medio siglo después, este drama “veredal” se repita en las goteras de la primera ciudad de la costa Caribe colombiana, gracias a la empresa Triple A.