Por John Acosta
Fotos: Fabián Acosta
Cada vez que se desgajaba un
aguacero en La Junta, mi abuelo me pedía que me fijara si también estaba lloviendo
para Fundación, su parcela del alma.
Entonces, yo, para evitar que el agua se metiera al cuarto, medio abría la
puerta del aposento y me asomaba, pero no podía ver más de tres metros por la
fuerte lluvia. “Sí, y bien duro”, le mentía. Me agradaba ver cómo se ponía de
alegre el viejo Tone, como lo llamaban en el pueblo. “Gracias a mi Dios”, me
respondía desde su hamaca, en medio de la dicha que lo embriagaba. La vieja
Aba, mi abuela, curucuteaba algo en la cocina. Álex, otro de los tres nietos
que ellos criaron, y yo esperábamos en la sala a que escampara, sentados en dos
asientos de cuero. Apenas dejaba de llover, salíamos a la calle a encontrarnos
con los demás niños y empezábamos a hacer figuritas en el suelo mojado, con las
ramas secas que encontrábamos. Cuando llegábamos al río, casi siempre la creciente
había bajado ya de la Sierra Nevada de Santa Marta, que era la cabecera, y, con
su furia indomable, serpenteaba entre las gigantescas piedras, arrastrando todo
lo que el intenso verano había dejado en sus laderas resecas. Pocas veces,
contábamos con la suerte de ver venir el espectáculo de la punta de la
creciente. En todo caso, éramos felices con el penetrante olor a fango puro que
expelía nuestro río crecido.
Al día siguiente, en la mañanita,
llegaba Beto, el nieto mayor, de Funda,
como le decíamos por cariño a la parcela, y mi abuelo no esperaba a que se
bajara del burro para lanzarle la pregunta que lo había trasnochado: “¿llovió
duro?”. Beto se bajaba, amarraba el burro al tronco del palo de almendra que le
daba sombra la pasillo entre la sala y la cocina, desenrollaba de los cachos de
la angarilla las gasas de las dos mochilas, la del calambuco de leche y la de
las yucas, y solo hasta entonces era que le respondía al viejo Tone: “Bastante”,
le decía. Álex y yo no veíamos la hora en que la vieja Aba preparara el
desayuno y lavara los chismes para bajar, por fin, al río a bañarnos dichosos
en el salto, mientras ella lavaba la ponchera de ropa. Cuando ya ella se enjuagaba
y ponía a secar la indumentaria en los playones, con pequeñas piedras arriba
para que la brisa no se llevara las prendas, regresábamos a la casa. En la
tarde, nos tocaba a Álex y a mí ir a recoger la ropa seca.
Cuando llovía en la madrugada y el río crecía, mamá, como le decíamos a la vieja Aba, se iba bien temprano a esperar a Beto a la orilla, pues todavía estaba muy caudaloso por la creciente que acababa de amilanarse, y ella temía que le pasara algo a su nieto, mientras cruzaba en burro la corriente.
Cuando llovía en la madrugada y el río crecía, mamá, como le decíamos a la vieja Aba, se iba bien temprano a esperar a Beto a la orilla, pues todavía estaba muy caudaloso por la creciente que acababa de amilanarse, y ella temía que le pasara algo a su nieto, mientras cruzaba en burro la corriente.
Nunca faltaba agua en La
Junta. Ni en el verano más jodido. Sin embargo, en los últimos tiempos, no hay
un solo año en el que el río Santo Tomás, nuestro río, no se seque por
completo. Ahora, la gente de mi pueblo sufre mucho por la falta del vital
líquido. La vieja Aba y el Tone tienen más de 30 años de estar bajo tierra. Beto,
Álex y yo vivimos en sitios diferentes de la geografía Caribe. Como nosotros, a
muchos junteros nos ha tocado desperdigamos por el mundo entero en busca de
mejores oportunidades, pero nunca cortamos el lazo poderoso que nos une al
pueblo de nuestros amores. Nos duele profundamente el abandono estatal al que
han sometido al corregimiento de nuestras entrañas. No es posible que habiendo
una represa lista para suministrarle agua a nueve de los 15 municipios de La
Guajira (¡más de la mitad del departamento!), los habitantes de esta zona se estén,
literalmente, muriendo de sed. San Juan del Cesar está entre esos nueve entes
municipales. Y La Junta es un corregimiento de San Juan del Cesar.
La Gobernación de La Guajira
ha dispuesto un carro de tanque que lleva agua al pueblo, pero no es
suficiente. Se requieren soluciones más de fondo que resuelvan el problema de
raíz y no por encima. La represa del río Ranchería podría ser el alivio
definitivo a este asunto prioritario. No obstante, el lunes 11 de julio de
2011, el entonces ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, dijo que “no
hay nada peor que medio ‘elefante blanco’, es decir, no hay nada peor que un
‘elefante blanco’ inconcluso”, refiriéndose al Distrito de Riego de Ranchería
en el departamento de La Guajira. Hasta ese año, a la obra se le habían
invertido 600 mil millones de pesos. Y necesitaba una cantidad similar para que
entrara en operación. Cuatro años después, la situación sigue en las mismas: la
gente muriéndose de sed.
La represa fue inaugurada en
noviembre de 2010. Y se llenó en tiempo récord de tres meses, gracias al fuerte
invierno que hubo entonces. De nada ha servido ese llenado. La obra fue ideada
para tres funciones básicas: distrito de riego que garantizara la producción de
alimentos, agua potable para nueve municipios y generación de energía
eléctrica. Los políticos de La Guajira no se han puesto de acuerdo ni siquiera para
la terminación de una de las tres.
Esta semana llovió en La
Junta, por fin. El río Santo Tomás volvió a crecer. Y mi primo Fabián Acosta
aprovechó su celular de última generación para grabar la creciente. Subió el
video a su muro de Facebook y los junteros, regados por todo el planeta,
volvimos a recordar nuestra infancia feliz. Ojalá dure el agua en el río.
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