Gabriel Rodríguez creyó que esa era la última noche de su vida. Aún hoy, más de dos años después, está convencido que eran 19 vigilantes los que lo estaban moliendo a golpes, amparados por la oscuridad citadina. Entre la sangre que le bajaba por la frente, alcanzó a ver que le pusieron su mano zurda sobre el tronco y uno de sus verdugos alzó el machete con que se la cortaría; entonces, sucedió: la luz incandescente se coló entre las rendijas que dejaba el líquido espeso y escarlata y tomó fuerzas para sacar el brazo completo. La filosa arma blanca apenas lo rozó; aunque fue suficiente para causarle una profunda herida, agradeció a Dios que aún mantenía su palma completa. El ruido del motor y el ensordecedor pito le hizo caer en cuenta que el potente hilo luminoso no era divino sino el de un carro que pasaba por ahí; en todo caso, se lo atribuyó a una obra del Espíritu Santo.
12 mar 2024
El Loperena tiene como vencidario un "cartuchito"
Por John Acosta
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