12 mar 2024

Valledupar tiene su "cartuchito" por el colegio Loperena

Por John Acosta

Gabriel Rodríguez creyó que esa era la última noche de su vida. Aún hoy, más de dos años después, está convencido que eran 19 vigilantes los que lo estaban moliendo a golpes, amparados por la oscuridad citadina. Entre la sangre que le bajaba por la frente, alcanzó a ver que le pusieron su mano zurda sobre el tronco y uno de sus verdugos alzó el machete con que se la cortaría; entonces, sucedió: la luz incandescente se coló entre las rendijas que dejaba el líquido espeso y escarlata y tomó fuerzas para sacar el brazo completo. La filosa arma blanca apenas lo rozó; aunque fue suficiente para causarle una profunda herida, agradeció a Dios que aún mantenía su palma completa. El ruido del motor y el ensordecedor pito le hizo caer en cuenta que el potente hilo luminoso no era divino sino el de un carro que pasaba por ahí; en todo caso, se lo atribuyó a una obra del Espíritu Santo.


-¡Corre, malpa…!-le gritó uno de quienes lo golpeaban. Y Gabriel no esperó a que se lo dijeran por segunda vez. “Me hicieron varios disparos, mientras corría. Y estoy seguro que tiraban a matarme, pero Dios no me tenía destinado para esa noche”, me contaría más de dos años después, durante la carrera que me hizo en moto a uno de los hogares de rehabilitación, donde personas como él se recuperan del tenebroso mundo de las adicciones a las drogas. Lo acababa de conocer en el comedor parroquial Cristo llama a tu puerta, adonde llegué a hablar con el padre Francisco Arcila Montoya sobre el Cartuchito que se está formando alrededor de la parroquia Tres Avemarías, de los Hermanos Menores Capuchinos.


Gabriel Rodríguez, mototaxista
A Gabriel Rodríguez lo atraparon en uno de esos sitios donde fueron a parar,  cuenta el hoy recuperado mototaxista que no quiso ir al hospital a que lo curaran. “Me automediqué, compré antibióticos y antiinflamatorios”, cuenta. Y fue a parar al ‘Cartuchito’ de alrededor de las Tres Avemaría. “No podía caminar bien porque tenía cortadas en las piernas y en el talón derecho”, se oyó decir entre el viento y el ruido del motor de su moto. La fundación Somos de Cristo, un sitio de rehabilitación del que habló el sacerdote Francisco Arcila, está ubicado en el barrio 12 de octubre. Un caballeroso señor atiende en la portería: se trata de José Javier Isaza, que duró 30 años de indigencia en las calles. “Ahora tengo siete años sobrio”, dice con orgullo. Había varios estudiantes de Psicología de una universidad privada de Valledupar.


En la carrera de regreso a la parroquia del padre Arcila, Gabriel Rodríguez contó que él no quiso rehabilitarse en ninguna clínica. “Les dije que no iba a trabajar para ellos: si decido trabajar honradamente, lo hago para mí mismo”, se le escucha entre el ruido del tráfico vehicular del centro de la ciudad. Ahora cuenta que tiene esa moto y dos más que le manejan otros. “Más un negocio de pizza y empanadas en una de las glorietas de la Simón Bolívar”, se le oye perfectamente porque se detuvo en un semáforo en rojo.


Rehabilitarse: decisión personal


Ismael Córdoba
La Fundación Somos de Cristo  es una de las dos que me habló el padre Francisco Arcila. Su director, Ismael Córdoba Cortez, lleva 12 años haciendo labor social con los habitantes de calle, impulsado por su espíritu cristiano. “Y no es que yo sea rico para darle a los demás: más bien, vivo en un barrio de invasión con nombre bíblico: Tierra Prometida. A los ocho años de su actividad de beneficencia, creó un hogar para ayudar a los indigentes drogadictos que tomaran la decisión de rehabilitarse. “Esta fundación huérfana, sin la ayuda de ningún ente oficial o privado, tiene ya cuatro años de creada”, dice con orgullo.


El habitante de calle drogadicto que tome la decisión de rehabilitarse y llega a esta fundación, debe cumplir el proceso de tres días de descanso (generalmente, lo toman para dormir mucho); luego de ese tiempo, debe levantarse a las cinco de la mañana para hacerse el aseo personal, asistir, a las seis al devocionario a Cristo, desayunar y se quedan para hacer las labores de la casa. Los antiguos, ya rehabilitados, salen a distribuir los productos que se elaboran en la casa y cuya venta les permite pagar el arriendo de la casa y los servicios públicos. A esta última actividad es a lo que se refería Gabriel Rodríguez cuando dijo que sólo trabajaría para él. Córdoba Cortez mantiene yendo a la Alcaldía porque necesita un bien inmueble para evitarse el pago del arriendo. “Puede ser en comodato. También necesitamos camarotes, utensilios de cocina”, dice. Sobre la decisión de rehabilitarse, dice que “de 100 que inician, pueden terminar, con éxito, ocho o diez el proceso”; por supuesto, muchos de quienes desisten, regresan, se van de nuevo y vuelven hasta que algunos de ellos lo logran, finalmente.


Los vecinos de la zona


Enrique Quiroz Martínez
El ‘Cartuchito’ se ha establecido donde, desde hace muchos años, está el Colegio Nacional  Loperena: sus estudiantes deben pasar todos los días por ahí, pues queda justo en la entrada del colegio. Gonzalo Enrique Quiroz Martínez, el rector dice que “es una preocupación de toda la comunidad educativa, incluyendo a los padres de familia, tanto de la mañana, como de la tarde: los estudiantes salen a las 6 de la tarde, 7 de la noche, que es cuando más población de esas hay alrededor del colegio. Muy preocupante”. El directivo académico resalta que, hasta ahora, los indigentes no se han metido con la población escolar. “Y esperamos que no ocurra, pero, de todas maneras, el entorno no es nada higiénico, ni saludable para una comunidad educativa de esta ciudad”. Gabriel Rodríguez le ha hecho varias carreras a visitantes del colegio.


Edilma del Carmen Pérez
Precisamente, ahí en el Cartuchito queda “Jugos Juancho”, que tiene más de 40 años en ese lugar. Edilma del Carmen Pérez, actual propietaria, tiene una especie de sentimientos encontrados con la situación. Le ha tocado duro, cuando, en la mañana, viene a abrir y encuentra el puesto lleno de excrementos y orina. “Al principio, lo limpiaba, pero una vez me aburrí: los recogí y se los tiré allá”. Santo remedio. Todavía, a veces, encuentra orina. Recuerda cómo esa acera del colegio estaba llena de árboles, “pero ellos estaban mudados ahí; hasta hamacas colgadas tenían. Y todos hacían sus necesidades por aquí. Hasta que a un rector le tocó cortar las ramas; entonces, le echaron a Corpocesar”; sin embargo, cuenta que, hace poco, estaba con su hijo. “Él tenía el celular afuera y llegaron dos tipos en una moto: claramente, se les veía la intención de atracarme. Enseguida, se vinieron todos los indigentes a defenderme y los tipos de la moto se fueron”, recuerda.


El rector Gonzalo Quiroz  se sobresalta cuando hay peleas entre los indigentes. “Ellos utilizan, cuando están discutiendo, todas las vulgaridades habidas y por haber: no les importa si hay niños o adultos mayores”, dice. Entiende y valora que se les dé alimentación, “como lo hacen la pastoral y otras personas, pero no han dimensionado que eso ha venido es creciendo y en, la medida que crece eso, crece el microtráfico porque ahí llega gente a venderles”. Dice que hasta la misma Policía también les trae comida. “Entonces, aquí queda con la dicotomía de a quién se protege más, si a los niños de un  entorno educativo o a la población de calle, que también amerita atención: esperemos a ver que, en la medida de sus posibilidades, la administración municipal vaya tomando los correctivos necesarios”.


Los habitantes del ‘Cartuchito’


Aunque fue muy amable (hasta ofreció el viejo sillón blanco que tiene en su espacio, dentro del separador de la calle 17), no permitió que le tomaran fotos porque está prevenida: dijo que le habían hecho un video y “me tiraron por  las redes” sociales. “Eso me trajo muchos problemas con mi familia”. Habla con nostalgia de sus dos hijas que tiene en Venezuela. “Son excelentes estudiantes", dice. La mayor vive en Santa Marta: “en Pescaíto. Con ella me vine de mi país, pero conocí a este hombre (señala a un indigente que duerme profundamente a su lado) y él me metió en esto: Probé el bazuco”.


Dice tener un hermano por Los Tres Postes, en el cotizado barrio Los Cortijos, de Valledupar: “Él está muy bien”. Asegura querer volver a donde está su hija. “Yo si tuviera el pasaje, me fuera ahora mismo”, afirma.


Qué dice la Alcaldía


Jorge Luis Pérez
El secretario de Gobierno de Valledupar, Jorge Luis Pérez, frente al ‘Cartuchito’, dijo que “la idea es hacer un trabajo articulado con la Secretaría de Salud, Gestión Social, Secretaría de Gobierno para brindar un atención integral a esta población; principalmente, que tengan un acceso a los servicios hospitalarios, comida”. Agregó que se está revisando con la Registraduría para hacer unas jornadas de identificación. “Estamos en la etapa de construcción del Plan de Desarrollo y se van a fijar algunas metas, productos de resultados y metas de gestión que nos permita tener un plan de acción para atender a esta población”. Agregó que se está pensando establecer un convenio interadministrativo con la Cámara de Comercio de Valledupar para iniciar toda una etapa de caracterización  y, así mismo, garantizar algunos proyectos
que puedan ser en beneficios de esta población.

Lo que haga ahora la Alcaldía de Valledupar con la población de calle, no beneficiará ya a Gabriel Rodríguez, pues él no sólo se salvó la noche aquella en que los vigilantes lo molieron a golpes y casi le mochaban una mano, sino que, además, tomó la decisión personal de abandonar esa vida de nómada citadino para montar su propio negocio.


Publicado en el Semanario La Calle el lunes 11 de marzo de 2024

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