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El Mono Arjona de la novela y El Negro Acosta de la realidad |
Por
John Acosta @Joacoro
Era tal la ternura que
irradiaba hasta por los poros, que ni siquiera dábamos para decirle lo que todo
el mundo le decía por cariño: El Negro, sino que íbamos más allá y le decíamos
Ñego. Cada vez que veo al furibundo El Mono Arjona en la novela Diomedes Díaz, El Cacique de La Junta,
se me arruga el alma al ver la antítesis que creó RCN del verdadero El Negro
Acosta. Uno sabe que novela es novela y que el libretista tiene todo el derecho
del mundo a crear su propia realidad, pero, de todas maneras, uno, que conoce
la historia real y los protagonistas verdaderos, no puede evitar comparar la
fantasía del drama televisivo con los recuerdos que le rondan la mente como
fantasmas en rebelión y, bueno, termina en estas: escribiendo para deshacerse
de esa huelga mental que me han creado en mis remembranzas las ánimas benditas
que también ven la novela en mención.
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El Mono Arjona de la novela: brabucón, machista |
El Ñego real lo veo sentado
en el asiento de cuero que recostaba en el alto sardinel de su casa a recibir
las visitas diarias de sus amigos todas las tardes para hablar de cuanto se les
ocurriera y reírse de todo porque El Ñego siempre se estaba riendo: trato de
rebuscar, en los recovecos de mi memoria, alguna vez que haya visto a este
hombre de mal genio y, por más que me hilvano los sesos, no logro encontrarme
con esa imagen. Era un ser humano, por supuesto, y estoy seguro que más de una
vez tuvo que salirse de casillas; sin embargo, no era lo usual en él.
El Ñego Acosta era primo de
mi abuelo, Luis Miguel Acosta, El Tone. Y yo iba a su tienda a comprar lo que
mi abuela (la vieja Aba) me mandara. Muy pocas veces, Ñego estaba en la tienda:
siempre estaba la señora Alicia (Icha), su esposa. Y si estaba, no despachaba nada, sino que me
mamaba gallo con lo que fuera, solo para soltar su carcajada sonora y uno, que
era apenas un niño, terminaba riéndose con él. Es que Ñego era como un niño. En
cambio, la señora Alicia era también la antítesis de la sumisa esposa de El
Mono Arjona de la novela.
Si hay que buscar
similitudes con la novela, uno podría decir, guardada las proporciones, que la
señora Alicia real era como El Mono Arjona de la novela. Y que El Negro Acosta de la realidad,
Ñego, era como la esposa de El Mono Arjona, sin el halo de sufrimiento que emana
el personaje de la novela. Era tal el respeto que infundía la señora Alicia,
que yo nunca fui capaz de llamarla como la llamaban sus sobrinos y después la
llamaron sus nietos: Icha (tía Icha, mamá Icha). Ella era la autoridad de la
casa, la que prohibía y concedía. En cambio, El Ñego era otra cosa. Era
bonachón, sonriente, permisivo, complaciente. Nunca le vi un arma.
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El Negro Acosta de la vida real: bonachón, tierno |
Una vez llegué a la tienda y
estaba él solo. Fui a comprar una especie de lotería para niños. Consistía en
varios papelitos envueltos en una bolsa de plástico. Uno pagaba cinco centavos
y podía sacar uno. Al abrir el papelito decía lo que uno podía reclamar.
También podía no decir nada. Ese día me salió lo que yo siempre desee que me
saliera: “Figurita de plástico”. Era una mujer con unas canastas, medía unos
cinco centímetros: exactamente lo que yo necesitaba para completar la
recreación de mis juegos: yo tenía varios animalitos de plásticos, una especie
de hacienda, tenía el dueño de todo eso, pero me faltaba su esposa. Mi
felicidad fue total cuando pude reclamar una de las figuritas de plásticos del
juego: “Deme la mujer”, le dije al Ñego, brincando de la alegría. Jamás se me
olvidará la cara de felicidad de él al verme a mí tan feliz.
Una tarde, estaba entre
claro oscuro. Yo estaba sentado en el andén, oyendo, como me gustaba,
conversación de adultos. El Ñego estaba, como siempre, recostado en su asiento.
Una de sus seis hijas, Betsy, estaba ahí, arreglada, en otro asiento,
esperando su enamorado puntual. El hombre se apareció en su camioneta con las
luces encendidas; cuando estaba cerca de nosotros, las apagó para no
encandilarnos. “Te fijate, chicho, en la
decencia de ese hombre”, me dijo El Ñego orgulloso. Por supuesto, El Ñego Acosta
y la señora Alicia no tuvieron una sola hija, como El Mono Arjona y la señora
Beatriz de la novela (Lucía Arjona). Tampoco un solo hijo, como en la novela:
tres varones, en la vida real.
La expresión juntera “chicho”
para llamar a un niño y “chicha” para llamar a una niña me parece de lo más
hermoso que hemos podido inventar en mi pueblo. Son la ternura y el cariño en
pasta. Supongo que vienen de la deformación de los diminutivos “muchachito” y “muchachita”.
Es una verdadera lástima que en la novela no hayan hecho uso de estas
expresiones, como sí lo han hecho de la también bella “mama” y del también bonito
“papa”. “Chicho, andá un momentico aonde Alicia a traeme doce onzas de queso”,
me pedía mi abuela. Cómo decirle que no a mi vieja del alma.
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