Por
John Acosta
Se me parte el alma al solo
pensar el horror que debieron sentir los dos hermanitos cuando vieron que su propia
madre estaba asesinando a su tercer hermanito. Más terror debió sentir el
último en morir, no solo al presenciar lo que le acababan de hacer a sus dos familiares
cercanos, sino, también, al tener la
certeza de que pronto él correría igual suerte. Me erizo tratando de imaginarme
el sentimiento de desasosiego que les invadió a cada uno de ellos en el último
instante en que la vida se les apagaba violentamente: leí un twitter de un
amigo en donde comentaba que la primera mirada con que se encontraron al nacer
fue la última que miraron al morir, la del ser que les dio la vida y que ahora
se las quitó con brusquedad ¿inusitada?
Veo la edad de la madre
asesina: 24 años. Miro la edad de su hijo mayor: 10 años ¡Por Dios! Esa madre
era apenas una niña adolescente cuando tuvo su primer hijo ¡Ella también fue
una víctima de la sociedad que hoy la condena! Apenas tenía cuatro años de más
que el niño que hoy mata y que ella misma dio a luz. Ese solo dato da para que
todos nos culpemos de la tragedia que estremeció a Palmar de Varela: la enorme
responsabilidad de madre que le cae a una niña.

Tenemos que reconocerlo una
vez más. A esta sociedad la ha quedado grande la crianza de los niños. Nos
quedó grande a todos. Somos unos egoístas de primera categoría. Creemos que con
solo cumplir con el deber nuestro de padres es suficiente. Ignoramos la
tragedia diaria que viven miles de hogares que no tienen la manera de llevar un
pan a sus casas. Claro que me incluyo también en esta masa de inconscientes:
también yo he permanecido con la cabeza enterrada para no ver la triste
realidad que rodea a miles de infantes diferentes a mis hijos. Reconozco que
nunca he hecho nada distinto a dar los mil pesos que me solicita el cajero automático,
cada vez que hago una transacción electrónica, para donárselo a una fundación
X.
Hay una carta que hoy analizan
las autoridades para probar su autenticidad: en ella, supuestamente, la madre
asesina justifica su acción por el temor que le causa el que sus hijos padezcan
los mismos sufrimientos que padeció ella cuando era una niña. En la misiva que
se analiza para probar si efectivamente la escribió la madre atribulada, ella dice
que fue violada cuando niña por su propio padre. Todo eso es posible que haya
pasado. Somos una sociedad enferma.
No seré quien tire la primera
piedra a esa madre cuando salga del hospital, a donde fue llevada porque ella
falló en su intención de quitarse la vida. Tampoco le tiraré la última. No le
tiraré ni una sola. No seré un hipócrita otra vez. Yo merezco que otros, que sí
han hecho con las uñas para tratar de solventar en algo la situación de miles
de niños humildes, me tiren piedras a mí por lo que pasó en Palmar de Varela.
Ojalá mi Dios me dé luces para remediar mi indiferencia y poner mi grano de
arena para evitar tragedias como la que hoy lamentamos.
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Triste realidad que solo nos conmueve ante tragedias de esta magnitud y que con el paso de los días olvidamos en nuestra zona de comodidad e indiferencia.
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