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Foto tomada del portal La Guajira Hoy |
Por
John Acosta
El corrupto costeño lucha para
que su región sea la más miserable del país porque sabe que su única forma de
reinar en ella es jugando con el hambre de sus propios paisanos. La clase
política de la región caribe colombiana, en su mayoría, no tiene ideología
distinta a la del pueril e insaciable favorecimiento personal: uno los ve
cambiarse de partido, sin inmutarse siquiera, de acuerdo al que le ofrezca la
certeza de la contratación fraudulenta, desde las más altas esferas del poder
oficial en Bogotá. Uno no entiende cómo suceden estos terribles hechos, cuando,
a cambio de una, Colombia tiene, por lo menos, tres máximas cortes que, se
supone, deben velar para que no se quebrante el ordenamiento jurídico y se condene
a quien insista en usar la ley para su propio beneficio; a no ser que sea
cierto lo que siempre se escucha en la región, inmediatamente después de cada votación
para gobernadores y alcaldes: que para ganar la demanda en contra de su elección,
el alcalde o gobernador electo tiene que pagarle al magistrado ponente, que se
ganó la lotería del caso, cinco mil, diez mil y hasta veinte mil millones de pesos,
que, después, por supuesto, el acusado debe reponer del erario público. A
veces, a alguna de las cortes le da unos ataques esporádicos de moral pública y
ve uno fallos afortunados como el de la anulación de la elección de Oneida
Pinto a la Gobernación de La Guajira.