Nada más loable que el rescate
financiero de una institución con más de medio siglo de existencia, como lo es
la Universidad Autónoma del Caribe; además, es una acción urgente, impostergable;
sin embargo, también es cierto que nada es más ingrato que ejecutar el principal
paso para lograr equilibrar un poco la balanza que está asfixiando a esta
importante casa de estudios superiores. Es tan impopular esta medida, que se
necesita una férrea voluntad de salvamento de este insigne símbolo de la
academia colombiana: es necesario un líder con perrenque, firme, decidido para
lograrlo.
No hay un solo empleado de la Universidad Autónoma del Caribe, desde el cargo más bajo hasta el de más alto rango, que no esté consciente de que es inaplazable la reducción ostensible de la nómina. La frase frecuente, en las conversaciones cotidianas entre trabajadores, sobre la situación de la universidad, es que “en la época de don Mario (Ceballos Araújo), con diez mil o doce mil estudiantes matriculados, en tal área habían tres empleados; sin embargo hoy, con apenas cinco mil estudiantes, esa misma área tiene más de 15 trabajadores”: es, a todas luces, un enorme despropósito, que debe ser corregido a la mayor brevedad.