La partera Flor Orcasita tuvo razón en sentenciar que esa bebé, humedecida aún por el alumbramiento reciente y que se blandía con fortaleza entre sus arrugadas manos de matrona pueblerina, sería “echá pa’lante”. Así se lo hizo saber enseguida a la madre, adolorida por el esfuerzo acabado de realizar y postrada en el catre de lona y madera cruzada, en la media mañana de aquel 18 marzo de 1983. Casacará era, entonces, un pueblo que vivía del proceso de siembra, cultivo, cosecha y desmonte de algodón; sus habitantes eran felices gastándose lo mucho o poco que alcanzaban a ganarse en aquellas faenas agrícolas e industriales. Dannys Julieth Ospino Zúñiga, como bautizaron a la recién nacida, tendría su propio negocio en la capital del departamento, pero antes debía mostrar el talante de reciedumbre que le auguró la mujer que la recibió en su nacimiento.