21 jun 2024

Dannys Ospino, la emprendedora que pone el sabor en ‘Los Manguitos’ de Valledupar

Por John Acosta

La partera Flor Orcasita tuvo razón en sentenciar que esa bebé, humedecida aún por el alumbramiento reciente y que se blandía con fortaleza entre sus arrugadas manos de matrona pueblerina, sería “echá pa’lante”. Así se lo hizo saber enseguida a la madre, adolorida por el esfuerzo acabado de realizar y postrada en el catre de lona y madera cruzada, en la media mañana de aquel 18 marzo de 1983. Casacará era, entonces, un pueblo que vivía del proceso de siembra, cultivo, cosecha y desmonte de algodón; sus habitantes eran felices gastándose lo mucho o poco que alcanzaban a ganarse en aquellas faenas agrícolas e industriales. Dannys Julieth Ospino Zúñiga, como bautizaron a la recién nacida, tendría su propio negocio en la capital del departamento, pero antes debía mostrar el talante de reciedumbre que le auguró la mujer que la recibió en su nacimiento.

Dannys Ospino vivió una niñez apacible, lo que le garantiza una adolescencia tranquila, al
lado de sus amigos, si la violencia guerrillera y paramilitar no se hubiera ensañado en contra de los casacareños: la joven tuvo que abandonar su décimo grado en el colegio ‘Luis Giraldo’ de esa población y salir huyendo del miedo y de la zozobra producida por la incertidumbre de no saber quién sería la próxima víctima.

Afortunadamente, su tía Petrona Ospino, quien le ayudaba a la abuela en la crianza de la nieta y sobrina, había logrado hacerse de una casa en Valledupar, con los ahorros de su salario como aseadora del único colegio de bachillerato del pueblo. En esa época, Villa Taxi, adonde fueron a vivir, era un barrio alejado de la ciudad, rodeado de monte. Dannys Ospino se matriculó en el colegio ‘Manuel Germán Cuello Gutiérrez’, donde terminó su secundaria. Sin poder alcanzar el sueño de ser profesional y agobiada por la nostalgia del pueblo abandonado, Dannys Julieth salió embarazada y se fue para Riohacha, donde trabajaba su madre.

Del queso y suero al internet

Regresó a Casacará parida de Julieth, su primera hija. Fue a pasar diciembre, pero, en abril, su tía Petrona la convenció de que volviera a Valledupar “a hacer algo”. Se puso a vender queso y suero a las tiendas y a los vecinos, que traía, sobre todo, de Casacará. En ese ir y venir al pueblo se ennovió con el paisano que sería su esposo. Y tuvo a Zarith, la segunda de sus hijas. No quiso seguir con el negocio para dedicarse a sus dos pequeñas muchachitas; sin embargo, su vigor espiritual no podía quedarse quieto: terminó Primera Infancia, en el Sena, y Asistente Administrativo, en una entidad privada.

La primera tecnológica no la ejerció, pero la segunda sí: trabajó un tiempo en el Tránsito de Valledupar y en una casa de apuestas. Le gustó tanto este último oficio, que montó su propia casa de apuestas y le fue bien, pero la pandemia del covid le dañó el negocio; entonces, le volteó el destino a la misma enfermedad mundial y montó con su hermana una empresa de mensajería. No les pudo haber ido mejor, pero, al superar la humanidad el confinamiento, decayeron los pedidos a domicilio.

Entonces, puso un Café Internet frente al Colegio ‘Prudencia Daza’. Y vendía papelería, mecato y útiles escolares a los muchachos. “Me fue tan bien, que los dueños del local, quizás, pensaron que me estaba volviendo millonaria y me pidieron el local”, le contó al Semanario La Calle en su nuevo emprendimiento.

De la tecnología a las comidas

Un amigo le habló de un local en el semáforo de ‘Los Manguitos’, en la Avenida Fundación. Y trasladó allí su negocio del frente al colegio, pero en ese sector no había estudiantes sino mecánicos, pues está rodeado de varios talleres. Empezó a llevar fritos y arroz de pollo; sin embargo, la gente le preguntaba por almuerzo; por eso, incluía ahora guisos y bastimento que preparaba en su casa, pero ahora le pedían la sopa, lo que también se le agotaba pronto cuando inició con ella en el menú. En esas duró cuatro meses.

Hasta que decidió cocinar ahí mismo. Le va muy bien, gracias a Dios. Se va para el Mercado Público de Valledupar a diario a las 5:30 de la mañana. Su hermana abre el restaurante a las 6:00 para atender a los clientes que van a desayunar. Está vendiendo un promedio de 20 a 30 platos por día. Su hija mayor terminó Psicología y, mientras hace la tesis, sigue yendo todos los días a ayudarle a atender a los clientes. No se equivocó la partera casacareña Flor Orcasita cuando vislumbró lo que podría hacer la bebé que acababa de recibir.

Publicada en el Semanario La Calle, el lunes 17 de junio de 2024

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