Hoy he recibido la noticia de que mi amigo, el maestro Jorge Humberto Klee, ha tomado las de Villadiego, no para huir de sí mismo sino para cumplir una cita con su amada hace muy poco tiempo. Pensé, en principio, que alguien había inventado semejante especie y, en el colmo de su osadía, había puesto a rodar la bola; lo que más me hacía dudar era esa maldita costumbre de la cual hacía alarde, de ir y venir de la muerte cada tanto, como Pedro por su casa.
Un día, recuerdo, luego de uno de esos tantos retornos, en la exacerbación de lo que Bretón llamaba humor negro, y paseándome al borde del irrespeto, le dije: Jorge Humberto, sé que has comprado todos los pasajes de ida y vuelto al más allá, sin embargo, cuida de no extraviar el último boleto. Me miró con esa mirada lejana que solía usar cuando salía en busca de las palabras. La respuesta no salió de su boca sino de las entrañas de su alter ego, Cielito Reales: No te preocupes, Harold, ese boleto lo tengo bien guardado en mi corazón. Pero ella viajó antes llevándolo consigo.
Amado maestro, ¡¡¡Abur, abur y hasta la vuelta!!!