Lo más ilógico de la juventud de
cualquier época es creer estar estrenando lo novedoso, cuando lo que hace es
repetir lo que los viejos actuales hicieron en sus tiempos juveniles. Y, convencida de estar revolucionando el mundo
(con lo que ya el mismo mundo desechó por inservible), no escucha razones para
dejar de repetir los fracasos históricos que sus antepasados (inmediatos y
remotos) superaron, después de una cruel etapa. Está a punto de suceder en
Colombia, si los maduros pensantes del país no nos ponemos las pilas y, con
nuestro voto valioso, le evitamos a nuestra querida nación que los jóvenes,
manipulados por los vendedores de ilusiones de siempre, instauren lo que los jóvenes
violentos de los años 60 y 70 (engullidos por los errores de los jóvenes de los
20 en el mundo) no pudieron imponer a la fuerza, después de más de 60 años de
terrorismo.
El enorme error de no conocer la historia real (no la reescrita por los manipuladores para su conveniencia) es repetirla. Y, una vez comprada la nueva narrativa de los ilusionistas (con la historia al revés, por supuesto), esa juventud entusiasta no cree en más nada sino en el cambio cíclico que se produce perpetuamente en cada generación de “revoluciones novedosas”: la misma que se produjo en Rusia en 1917, que es la misma que propuso Carlos Marx (la sociedad avanza a través de la lucha de clases) alrededor de 1850, la misma que triunfó en Cuba en 1959 y en Nicaragua en 1979.