Por John AcostaManuel Rincón, en 1996 y ahora
Desde que empezó su labor gratificante de creador solitario en La Guajira, a Manuel José Rincón Pico lo perseguía siempre un sueño: hacer una escultura grande para regalársela a cualquier población de la península. Y no se quedó con los brazos cruzados en espera de que las condiciones se le dieran como por arte de magia. Lo que pasa es que su locura de genio no le había alcanzado todavía para convencer a la dirigencia cultural sobre sus nobles propósitos.
La obsesión del escultor
«Yo no pido ninguna contraprestación económica. Sólo que se me suministre el apoyo logístico para poder hacer las cosas. La satisfacción más grande para mí sería que, una vez concluida mi gran obra, la gente se acercara a reconocerla», le dijo al hoy periodista de La Calle en febrero de 1996. Ese día, se acomodó en su silla, miró fijamente al comunicador y lanzó su dardo certero con una sinceridad que convenció: «Sólo con eso, gano más que cualquier cantidad de plata».