Por John Acosta
Es cierto: la situación
nuestra todavía no es nada fácil. Aún hay que coger una tijera, cortar por la
mitad el arrugado y exprimido tubo de la crema dental, meter el cepillo por las
nuevas puntas mutiladas para hurgar en el interior, raspar con las cerdas los
últimos vestigios de dentífrico y poder lavar los dientes en la mañanita, antes
de salir a facilitar clases con el orgullo intacto, a pesar de todo. Todavía
timbra el celular mientras uno se está vistiendo, después del baño reparador, uno
ve el número desconocido y no lo contesta,
pues la tragedia le ha enseñado que los bancos echan mano a cualquier estrategia,
como la de llamar en horas fuera de oficina, para lograr que el moroso atienda
la llamada amenazadora del cobrador sin escrúpulos. No obstante, uno sigue ahí,
con la frente en alto y la voluntad a toda prueba, dispuesto a cumplir con el
sagrado deber de compartir conocimiento con sus estudiantes. La razón para
mantenerse en pie es que uno sabe que la universidad no tiene plata porque fue
saqueada por una empresa criminal a la que todavía la justicia no ha puesto en
buen recaudo. Y tener la certeza de que el dinero que va entrando ya no se lo
roban, es el motor que lo impulsa a uno a seguir dando la batalla para volver a
sacar adelante a una institución con más de medio siglo entregando excelentes
profesionales al país.