5 jul 2024

¿Quién va a Hurtado a la media mañana de un miércoles?

Por John Acosta

La que parecía ser la abuela le tomó la última foto, guardó el celular en su bolso y dio media vuelta. “Sigamos”, le dijo; entonces, el niño se puso de pie, abrazó la estatua de Diomedes Díaz (que permanece sentada en una silla), y le dio dos besitos en la mejilla izquierda. Regresó hasta la escultura de Martín Elías (que está de pie, al lado de la butaca de su padre) y lo abrazó. La señora, que ya estaba en la otra orilla de la glorieta (lista para cruzar hasta la placita donde están los monumentos de otros artistas de la música vallenata), volteó su mirada tierna hacia el pequeño. “Vamos, papi”, le insistió. El chico corrió y alcanzó a la señora. En la plazoleta adyacente los esperaban los que parecían ser los padres, tomándose las fotos en la imagen de Carlos Vives, quien seguía en su montada eterna en la bicicleta sin Shakira: el hombre se posó en la parrilla y la que debía ser su esposa se sentó en la barra.

En la calle ovalada, que separa a la Glorieta de Los Juglares con la placita de Carlos Vives, se estacionó una camioneta, de donde se bajó un señor, cuyas piernas desnudas (con la piel enrojecida por los rayos solares) delataban su procedencia andina. Su caballerosidad ancestral lo hace abrirle la puerta a sus dos hijas, que venían en la silla de atrás y a su señora, que estaba de copilota. Cruzan la plazoleta, en medio de la intensidad del sol de las diez de la mañana, y la familia se toma la foto en la estatua de Jorge Oñate. Siguen hasta donde permanece Iván Villazón en su parada infinita y, después de fotografiarse con él, el hombre aprovecha a la señora que llega a ofrecerle el menú del día a la orilla del río para preguntarle lo que le inquieta. “¿Y dónde está Diomedes Díaz?”, indaga. “Se pasó: está con su hijo Martín Elías allá en la rotonda de los juglares”, le contesta ella, mientras le señala el monumento del acordeón.