22 oct 2025

Humberto Murcia Ballén, así sobrevivió a la toma del Palacio de Justicia este gran maestro y magistrado

 Por Jairo Enrique Valderrama

Cuando alguien persigue la muerte, basta engañarlo con su apariencia para que la vida continúe.

Fingir su propia muerte fue, entonces, el único recurso del magistrado de la Corte Suprema de Justicia doctor Humberto Murcia Ballén, entre el 6 y 7 de noviembre de 1985 cuando el grupo guerrillero M-19 se tomó por las armas el Palacio de Justicia, en pleno centro de Bogotá. Solo esa era la manera de burlar a los esclavos de la violencia.

El doctor Murcia Ballén completaba ese año su periodo de la magistratura y se preparaba para contar con su jubilación desde el mismo 6 de noviembre, motivo por el cual esperaba esa mañana al doctor Héctor Marín Naranjo, quien sería su reemplazo.

Un hombre de tanta experiencia en el poder judicial y de tanto conocimiento en el derecho, sobre todo en el campo civil, sabía reconocer con facilidad cuándo las leyes estaban siendo pisoteadas. La pasión por el ordenamiento jurídico y el servicio a la patria lo llevaron a iniciar sus estudios de bachillerato en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Quinta de Mutis, donde obtuvo el título en Filosofía y Letras en 1949. Más tarde en, 1956, recibió el título de Doctor en Jurisprudencia con la tesis Las sociedades de hecho, en la Universidad del Rosario.

La fatídica toma por el M-19

Sin embargo, ese día fatídico verificó cómo no todos los hombres están dispuestos a convivir bajo el amparo de la ley. Minutos después del asalto inicial, los estallidos arreciaban sobre sus oídos y los destrozos se colaban sin miramiento alguno por todos los espacios del Palacio. Una explosión más, de las incontables que arremetieron contra la democracia, reventó el amplio ventanal de su oficina y lo obligó a refugiarse debajo de su escritorio.

El cerco de las balas que silbaban a su alrededor le exigían permanecer en absoluto silencio y lo más oculto que le fuera posible. Su condición física le impedía contar con mayores oportunidades para salir de ese infierno terrenal. El magistrado Murcia Ballén llevaba una prótesis en la pierna derecha desde hacía muchos años y solo podía desplazarse en muletas. El destino, no obstante, ofrece paradojas que la razón humana muchas veces no sabe cómo desentrañarlas, porque un potente proyectil despedazó su prótesis sin causarle ninguna herida mortal.

En busca de refugio en medio de las balas

La angustia, el dolor y los ruegos indetenibles al Todopoderoso lo indujeron a buscar un refugio menos arriesgado, pues su oficina, situada hacia el exterior del Palacio, estaba más expuesta a los feroces ataques. Resbalándose por el suelo, impulsado con lentitud por la fuerza de sus brazos y de la pierna izquierda, fue llegando a los corredores, donde se encontró con un cuadro que parecía remedar las escenas del infierno narradas por Dante Alighieri en su Divina Comedia.

Por causa de las tuberías rotas debido a los estruendosos impactos, el agua que invadía los pisos y las escaleras se mezclaba con la sangre que emanaba de los incontables cadáveres que yacían por casi todos los espacios de la edificación. A pocos metros, percibía algunos movimientos de personas que se desplazaban con afán de un lado a otro, algunos para buscar la salida, y otros más, para encontrar a otras víctimas. El magistrado Murcia Ballén notó la luz en un baño situado al costado del corredor y empezó a tomar camino para resguardarse allí.

El estruendo asesino de su compañero magistrado

A punto de llegar, se postró aún más sobre el piso en una quietud absoluta mientras por encima de él sentía pasos apresurados que iban y venían, además de los gritos y los disparos que no cesaban. Continuó, entonces, hasta el baño donde se encontró con el también magistrado Horacio Montoya Gil, y ya juntos intentaron acordar alguna idea de salvación. Cuando parecía que un poco de consuelo y una pequeña esperanza estaban naciendo, se escuchó un estruendo aturdidor que paralizó por varios segundos al magistrado Murcia Ballén. Cuando este abrió los ojos, solo a pocos centímetros vio postrado y sin vida a su colega Horacio Montoya Gil.

En el recinto de esa Corte Suprema de Justicia, que él había presidido en 1984 y cuyo encargo había desempeñado con todo el honor que exigía tal autoridad, la terrorífica realidad del momento ahora lo obligaba a reptar, no solo para evadir los disparos, sino para apartarse de las gigantescas llamas que danzaban con su tétrica luz y del denso humo que se elevaba a los cielos. Esa era quizás la única señal al exterior que la mitad de los habitantes de Bogotá podían apreciar: una columna gigantesca y muy negra.

Afuera, tres calles a la redonda, las autoridades de la Policía y el Ejército habían bloqueado el paso de los peatones y automóviles. La Plaza de Bolívar, la Catedral Primada, el edificio del Congreso de la República, así como el Palacio Liévano (donde funciona la Alcaldía de la ciudad), todos adyacentes, se prestaban a la vez como trincheras y escudos de los soldados y agentes armados que rodeaban el Palacio de Justicia.

Debido a que casi todas las noticias de impacto nacional proceden de estas fuentes de información, es recurrente que muchos periodistas lleguen allí desde tempranas horas. Por eso, casi de manera inmediata el mundo fue informado del asalto guerrillero durante ese trágico miércoles. Todas las cadenas radiales, canales de televisión, fotógrafos, reporteros y algunos arriesgados intentaban aproximarse al lugar de los hechos sin éxito, a pesar de que, desde algunos ventanales y techos altos, varias cámaras registraban imágenes incansables, pues las emisiones de los medios de comunicación se habían extendido de manera indefinida.

Adentro, mientras tanto, la muerte, entonces, le exigía al magistrado Murcia Ballén arrastrarse, humillarse ante ella para concederle un poco más de vida. Las versiones de Mónica Murcia, hija del magistrado, revelan cómo esta tenebrosa experiencia, que sacudió a Colombia y al mundo, dejó marcas imborrables, sobre todo porque su padre guardó en la memoria para el resto de su vida las torturadoras caricias y los golpes del aniquilamiento, entre las que se cuenta la forma en que cayó ante sus ojos el también magistrado Manuel Gaona Cruz, como consecuencia de un disparo mortal.

El llamado no escuchado del presidente de la Corte Suprema

Por una comunicación telefónica con una cadena radial, el presidente de la Corte Suprema de Justicia en ese momento, el doctor Alfonso Reyes Echandía, atrincherado de otra manera en su despacho, rogaba ante el gobierno nacional: “¡Cesen el fuego, cesen el fuego!”. Sin embargo, la arremetida de las Fuerzas Armadas del Estado contra los insurgentes se mantenía constante y directa, sin tregua de ninguna naturaleza. Ningún tipo de exigencia de los guerrilleros fue admitida por los comandantes encargados de la operación militar, y el presidente de la República, Belisario Betancur Cuartas, mantuvo en secreto cualquier tipo de orden o de comentarios al respecto.

El doctor Humberto Murcia Ballén, mientras tanto, continuaba una lenta, pero quizás la más espeluznante de sus carreras por las baldosas de un baño, por lo regular frías, pero que ahora ardían en el infierno de la venganza y la extorsión. Ahora, daba otro significado al tiempo, quizás llamándolo “eterno”, porque faltando un mes para cumplir sus 55 años, que empezaron a contarse desde su natal Ubaté, el pueblo donde nació en 1930, este periodo aparentaba llegar a su fin. Sus notables y dedicados esfuerzos que ejerció como juez de la República, magistrado del Tribunal Superior de Cundinamarca y ahora en su condición de magistrado de la Corte Suprema de Justicia jamás le trajeron ningún instante de tan exagerada pesadumbre como este que ahora padecía.

Por su mente, es posible que pasaran los contenidos de las cátedras que impartió durante muchos años en varias facultades de derecho. Recordaría quizás asignaturas como Técnica de Casación Civil o Persona, además de su rica jurisprudencia en responsabilidad civil extracontractual y, sobre todo, en casación, campo en que se le reconoce como un experto y cuyos contenidos son la base de estudio en muchas escuelas de leyes.

El tiro de gracia dado por el guerrillero

Magistrado Humberto Murcia
De esa ensoñación, de manera abrupta lo sacó un guerrillero que de manera intempestiva ingresó al baño para rematar, sin la mínima consideración, a algunos de los cuerpos que quizás mostraban algún indicio de vida. El doctor Murcia sostuvo su respiración y la quietud lo invadió, soportando al tiempo el contacto de la muerte con quienes ya habían dejado este mundo sin la eventualidad siquiera de haber imaginado tan abrupta desaparición.

Las esquirlas que habían herido su rostro, sin que aún lo notara, y la falta de la pierna derecha pudieron ser los motivos para que el desconocido agresor conjeturara que al frente solo tenía un cadáver. Al borde de una de las escaleras que caían hasta el primer piso, el guerrillero empujó el cuerpo del doctor Murcia Ballén, quien se dejó llevar por la inercia y la gravedad juntas, sin mostrar ningún indicio de vida. Ya en el primer nivel del Palacio de Justicia, pero todavía en medio de esa diabólico escenario y tendido en el piso, levantó la cabeza con suma prudencia y se encontró con la mirada atónita de uno de los soldados del Ejército Nacional de Colombia, quien, luego de salir de su marasmo, fue a prestarle el auxilio que durante muchas horas había esperado.

De las 111 o 115 víctimas mortales que se hallaron en este holocausto, porque las versiones son confusas, 20 corresponden a sus colegas magistrados. Aparte del doctor Murcia Ballén, solo ocho más de ellos salvaron sus vidas, la mayoría con el socorro de los miembros de las Fuerzas Armadas, que trasladaban de inmediato a cada uno de los rescatados al Museo de la Independencia Casa del Florero, situado a unos 20 metros, en el costado nororiental de la calle 12 con carrera séptima de Bogotá.

Vivió 33 años más

Por unas horas y todavía en una condición traumática, el doctor Murcia Ballén permaneció en ese improvisado lugar de refugio. Más tarde, fue trasladado al Hospital Militar donde recibió la atención médica necesaria para que se recuperara de sus heridas corporales. Sin embargo, de acuerdo con las versiones de su hija Mónica, la conmoción de esas siniestras horas de angustia quedó arraigada por los 33 años de vida que aún le faltaban para seguirle sirviendo al país.

Esos últimos años, el doctor Humberto Murcia Ballén se dedicó a trabajar de manera incansable por la defensa de los derechos humanos, consciente de que en esas funestas jornadas de noviembre de 1985 se habían cambiado las leyes y las palabras por las armas y la violencia, Su herencia es una herencia nacional, una demostración de resiliencia y coraje, una prueba incontrovertible de cómo, en medio de los caminos más oscuros, la luz de la esperanza, de la paciencia y de la justicia iluminan las conciencias cuando estas son transparentes.

Y él llevó hasta el final de sus días, el 10 de marzo de 2019, esa luz que hoy ilumina al mundo e inspira a todos aquellos que deseen buscar un cambio favorable y justo para esta humanidad agobiada y doliente.

2 comentarios:

  1. Ilustre ciudadano, mejor jurista. Ojalá las nuevas generaciones profundicen en la miseria ética de quienes se proclaman representar al pueblo. Y eso que 40 años después, aún se admite el M-19 fueron ángeles compara con la actual izquierda subversiva. E.S.R.

    ResponderBorrar

Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte