6 may 2024

El vallenato, la historia que nunca muere

Con ocasión del 57 Festival de la Leyenda Vallenata, el Semanario La Calle sacó una edición especial dedicada a este evento de alta cultura colombiana. Dentro de ese homenaje, el periódico cesarense sacó unas notas sobre los seis cantantes vallenatos, que hicieron grande a este género musical, después de los reconocidos juglares que iniciaron con las uñas la historia de esta tradición lírica.

De esos seis cantantes pioneros en grabar varios LP, el autor de este blog escribió cuatro. Comarca Literaria reproduce esas cuatro notas:

Jorge Antonio Oñate, el jilguero que le puso voz al Vallenato

Por John Acosta

Jorge Antonio Oñate González estaba destinado para terminar una carrera universitaria en la capital del país, a donde lo llevó su mamá, Delfina Oñate, a que hiciera su bachillerato en la Universidad Libre; sin embargo, apenas llegó a la mitad de décimo, no por mal estudiante, que era bueno, sino porque ya se había ido picado por el amor a la música de la “arrugada” acordeón, se retiró de  sus estudios. La lejanía con el epicentro geográfico del folclor vallenato no lo “curó” de la picadura, sino que la nostalgia por la cultura de su tierra le aumentó la “fiebre” por este género rítmico: menos mal porque, de no haber sido así, los aficionados de esta tradición armónica hubiesen sido víctimas de la mayor injusticia, como es privarlos de una de las mejores voces (por lo menos, de las más nítidas) del vallenato.

En 1968, recién retirado de la secundaria, Jorge Oñate es contratado por un grupo local llamado Los Guatapurí, para arriesgarse a ser el primero en forjar a que el cantante sea la figura central del folclor, cuando la tradición había impuesto hasta entonces que las estrellas era los acordeoneros, que componían, cantaban y tocaban; es decir, en la carátula de los LP, siempre aparecía el nombre en letra grande de los acordeoneros “y los vocalistas, como él, aparecían como invitados, en letra más pequeña”, escribe acertadamente Liliana Martínez Polo en El Tiempo.

Cantar fue un refugio al dolor de Beto Zabaleta


Por John Acosta

La mañana de ese sábado 5 de febrero de 1972, el joven Alberto Luis Zabaleta Celedón pasó, repentinamente, de la alegría por ver de nuevo a su hermano mayor, Francisco Alberto, quien había salido de Bogotá en el avión HK-1139, a las 7:00 de la mañana, al desespero y la incertidumbre porque la aeronave había desaparecido sin dejar rastro alguno. Los familiares de los pasajeros habían llegado al aeropuerto Alfonso López, de Valledupar, a donde llegaría el vuelo a las nueve. Al principio, todos veían normal la demora, pues podría ser que ocurrió un imprevisto en Barrancabermeja, pero ya, al mediodía, la noticia de que el avión desapareció se regó como pólvora.


La desazón aumentaba en el alma del joven Beto Zabaleta con cada nueva versión que las malas lenguas difundían sobre el sitio donde estaría la nave; incluso, hasta llegó a desear que fuera cierta la más creíble: el avión fue secuestrado y llevado a Cuba, pero la incertidumbre volvió cuando el gobierno de los hermanos Castro desmintió la versión y se volvió a temer lo peor, que fue confirmado tres días después: la aeronave de Transportes Aéreos del Cesar (TAC) se accidentó contra Cerro Azul, en la Serranía del Perijá.

Rafael Orozco quería ser acordeonero, pero su mamá se lo prohibió

Por John Acosta

Rafael José Orozco Maestre no estaba destinado a ser cantante, sino acordeonero. Su padre, ‘Rafita’ Orozco, tocaba bien el acordeón y les inculcó a sus hijos el amor por este instrumento musical. Misael, el myor de todos, y José Agustín ya eran expertos en este arte, pero Rafael José estaba aprendiendo. Tuvo que pasar lo peor para que el género ganara un gran cantante, en vez de ver nacer a otro acordeonero. Es que aquel fatídico paseo en el río, con trago y parranda, trajo, al regreso a Becerril, el trágico accidente donde falleció Misael. Embargada por la impotencia y el dolor, Cristina Maestre, la madre, tomó la firme decisión que habría de cambiar para siempre el destino del joven Rafael José: cogió el acordeón de la casa y lo dañó. “Aquí nadie más va a tocar este aparato”, sentenció.


No habría nada qué hacer. Si Rafael José quería seguir aspirando a dedicarse a la música, tenía que hacerlo desde otra posición que no fuera acordeonero, pero, en todo caso, debía iniciar lejos de su pueblo porque aún el eterno dolor de Cristina no le permitía aceptar nada relacionado con el folclor, que ella consideraba le arrebató a su primer hijo; entonces, el adolescente  Rafael Orozco aprovechó que lo mandaron a estudiar a la capital del departamento, que, en esa época, quedaba en lugar remoto, pues la carretera destapada hacía mucho más demorado el viaje de Becerril a Valledupar.

Diomedes Díaz, de recogecable a ídolo del Vallenato

Por John Acosta

Diomedes Dionisio Díaz Maestre pasó de espantar pájaros en los maizales del juntero Teodoro Vega, allá en Potrerito, vereda cercana a La Junta, junto con su amigo de adolescencia José Ángel Hinojosa, a ser mensajero en Radio Guatapurí, de Manuel Pineda Bastidas, en Valledupar. Para no aburrirse del tedio en los cultivos, se iba a cantarle a los indígenas de la finca vecina, quienes le pagaban con café. Hasta ahora, lo que se ha dicho siempre, es que la llegada a la emisora en la capital del Cesar no fue casual: él quería hacerse amigo de los locutores para que le pusieran a sonar la canción La negra, en la voz de Jorge Quiroz y el acordeón de Luciano Poveda; incluso, el mismo Diomedes Díaz lo dijo mucho tiempo después; sin embargo, hay dos fuentes muy cercanas al Cacique de La Junta que contradicen esta versión: Jaime Pérez Parodi, una biblia del folclor vallenato, y el juntero, amigo de Diomedes, Gustavo Eugenio “Geño” López.


¿Mensajero para promocionar su primera canción grabada?


No obstante, Parodi y López también se contradicen en su propia versión. Jaime Pérez Parodi, quien fue el presentador oficial en los conciertos de Diomedes Díaz durante casi toda la vida profesional del cantante juntero, asegura que, cuando Diomedes Díaz llegó como mensajero a Radio Guatapurí, “nadie le había grabado y nadie lo conocía, sólo ‘Geño’ López, que lo llevó a la emisora y lo entrenó como mensajero”, le aseguró Pérez Parodi a La Calle; efectivamente, ‘Geño’ era el mensajero en esa estación radial y, como el cobrador había renunciado, “fui hasta donde el señor Manuel Pineda Bastidas a pedirle que me ascendiera a cobrador. Y él me dijo que sí, pero que yo tenía que llevarle mi reemplazo como mensajero”, le contó Gustavo Eugenio  a La Calle.