Por John Acosta
La mañana de ese sábado 5 de febrero de 1972, el joven Alberto Luis Zabaleta Celedón pasó, repentinamente, de la alegría por ver de nuevo a su hermano mayor, Francisco Alberto, quien había salido de Bogotá en el avión HK-1139, a las 7:00 de la mañana, al desespero y la incertidumbre porque la aeronave había desaparecido sin dejar rastro alguno. Los familiares de los pasajeros habían llegado al aeropuerto Alfonso López, de Valledupar, a donde llegaría el vuelo a las nueve. Al principio, todos veían normal la demora, pues podría ser que ocurrió un imprevisto en Barrancabermeja, pero ya, al mediodía, la noticia de que el avión desapareció se regó como pólvora.
La desazón aumentaba en el alma del joven Beto Zabaleta con cada nueva versión que las malas lenguas difundían sobre el sitio donde estaría la nave; incluso, hasta llegó a desear que fuera cierta la más creíble: el avión fue secuestrado y llevado a Cuba, pero la incertidumbre volvió cuando el gobierno de los hermanos Castro desmintió la versión y se volvió a temer lo peor, que fue confirmado tres días después: la aeronave de Transportes Aéreos del Cesar (TAC) se accidentó contra Cerro Azul, en la Serranía del Perijá.
Marcos Celedón, tío de Beto Zabaleta, se opuso férreamente a la idea de declarar el sitio como Campo Santo porque allá no había nada que rescatar, pues dizque el avión quedó calcinado por completo. El mismo Marcos Celedón, a sus 90 años, le contó a La Calle cómo los demás familiares lo apoyaron en ese empeño y él mismo subió en helicóptero a rescatar el cadáver de su sobrino Francisco Alberto. “Llevé suficiente creso para alejar el mal olor de los cuerpos”, contó.
Aunque era muy grande el dolor, no fue el primero ni el más inmenso que sufriera Beto Zabaleta. Ningún padecimiento es comparable con la pérdida de la madre y menos cuando se queda huérfano siendo un niño aún, como le sucedió a Beto, que tuvo que ser criado por su abuela Josefa Serrano y su tío Marcos Celedón. “Él me dice que recuerda cuando le traía galletas de Riohacha, donde yo trabajaba y regresaba a El Molino todos los fines de semana”, cuenta Marcos.
Gran artista y excelente persona
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