Por Guillermo Amílkar Cuello Molina
Ese día, no estaba
dispuesto a aceptarle más indirectas e insultos a los diomedistas. Empecé a temprano por la tarde a tomarme unas cervezas
donde el señor Carlos Nieto, que había hecho un estaderito al lado de la bomba que gerenciaba, justo donde
construyó su casita; solo un par de
personas degustaba tranquilamente en aquella tarde calurosa y la cerveza fría
rodaba por las gargantas refrescando el cuerpo y calando esa sensación de
euforia interna que produce el alcohol poco a poco, una mezcla del calor
sofocante y el frío de la bebida que generaba un temple sabroso que iba
soltando lenguas y personalidades escondidas.
Ese día, iba a degustar con la tranquilidad de
un seguidor furibundo el acetato de Jorge Oñate y Juancho Rois: Trece
aniversario, era el título del trabajo discogtráfico. Corría el año 1982 y en el mencionado sitio nos habíamos citado mi
amigo Juan Carlos Moreno, oñatista como yo, quien había ido a la cabecera municipal, Codazzi, a comprar
el disco que había salido dos días atrás. Cuando llegó, ya yo le llevaba una ventaja de 4 cuatro
cervezas e, inmediatamente, solicitamos a
don Carlos que colocara el long play (LP) y que hiciera una excepción en el volumen.
No
recuerdo cómo surgió en mi esa simpatía por la música de Oñate. Siempre me gustó
su estilo y su forma de cantar. Me aprendía sus canciones a fuerza de
escucharlas por Radio Guatapurí, la emirosra de la lejana Valledupar, o en las
colmenas de El Cruce, que era como conocíamos en Casacará, el pueblo del alma, el sitio donde había varias cantinas y empecé a empaparme de todo lo
referente a la vida de El Jilguero de
América, que era como se le conocía al cantante de música vallenata o de El Ruiseñor del Cesar, como también le
decían por ese entonces. Me sentía muy orgulloso de ser un oñatista, aunque era
un estudiante me daba mis mañas para adquirir los casettes del artista y
recortaba cuanto artículo o fotografía salía en las revistas y periódicos de la
época. Hacía un año atrás se había unido con Juancho Rois, un gran acordeonero
que venía a complementar la grandeza de mi artista. Fue una excelente unión que ratificaron con su LP “El cantante”, que
fue éxito total que enmarcó el comienzo de una etapa magistral de Oñate, pero
que recrudeció una rivalidad latente entre los seguidores de Diomedes Díaz y
los oñatistas.
Tengo que admitir
que Diomedes, a pesar de ser un cantante nuevo, arrastraba multitudes y sus
seguidores se volvían locos con el artista que se había convertido en un
fenómeno musical, casi un dios. Tengo que reconocer también que, a pesar de ser un furibundo seguidor de
Oñate, no era nada comparable con el
fervor con que los diomedistas idealizaban a su artista y esa fiebre musical la
sufríamos los oñatistas, que, de todas maneras, estábamos predispuestos a irnos
lanza en ristre contra cualquier diomedista que osara lanzar indirectas contra
los seguidores de El Jilguero.
Así, pues, la vida en
un pequeño pueblo como Casacará transcurría de esa manera, con la precaria
información que llegaba a través de las emisoras de más audiencia Radio
Guatapuri y La Voz del Cañaguate, también de Valledupar. En las esquinas se formaban corrillos y
enfrentamientos verbales. Cada uno defendiendo su posición y su artista. Estábamos
en la plena época de oro del vallenato, en donde los compositores se daban
silvestres y parían sus obras de arte, que eran magistralmente
interpretadas por los mejores exponentes del vallenato en su plenitud; Jorge
Oñate, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta, Silvio Brito y Rafael Orozco, de quienes cada
LP que salía al mercado eran once joyas musicales que tenían el complemento
exacto de música vallenata para escuchar, para parrandear y para bailar.
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Beto Zabaleta, Jorge Oñate, Rafael Orozco y Diomedes Díaz, los cuatro
mejores exponentes del vallenato de su época |
El vallenato se
había metido fuerte y esas canciones iban penetrando hondo en el gusto musical
del colombiano, experto en adoptar música extranjera, como lo hizo con la salsa que
causó furor y generó una cultura de salsómanos que se quedaron anquilosados en
ese ritmo y en esa época y el merengue dominicano, que, como una tromba, invadió a Colombia, siendo el ritmo predilecto que hizo desaparecer la cumbia y las
orquestas tropicales, a qiuienes les tocó incluir dentro de su repertorio música
merenguera para poder subsistir. Sin embargo, con el vallenato no pudo porque
era un género que iba en crecimiento y que era patentado por los mejores
exponentes con la mejor inspiración y en la mejor época.
Y allí
estaban los dos mejores, Diomedes y Oñate, sin desconocer la valía de los otros
exponentes. Pero estos dos eran los que generaban más polémica y se concentraban
más seguidores en torno a su música: las discusiones y enfrentamiento, por lo
normal, era quién cantaba mejor, por
bonita voz, por su color o por el tono alto al cantar o por la alegría o la
interpretación que se le imprimía a cada canción o por la letra y el mensaje
del tema, en fin, cualquier cantidad de cosas que pudiera ser tema de discusión o
argumento para tratar de ridiculizar al otro cantante ante su seguidor.
Los diomedistas
siempre sacaban la bandera de que Oñate no verseaba, que era bruto, que en
tarima solo cantaba, no interpretaba y que no transmitía nada a sus seguidores y
que solo tenía un vozarrón que era lo único que lo salvaba, mientras que
Diomedes era intérprete, compositor y cantante, que le transmitía mucha energía a sus sus seguidores y era capaz de llevarlos al clímax en cada canto y que, además, era un verseador nato y componía las canciones que quisiera. Pero había
algo que los diomedistas no soportaban y los mantenía con una rasquiñita que
les duró siete años; Jorge oñate tenía el compañero que ellos deseaban para su
artista, “Juancho Rois“ era la diferencia entre los acordeoneros, un joven
avezado y adelantado para su época, que ya había hecho pareja con Diomedes, pero
se habían separado; sin embargo, pasaban los años y todo diomedista anhelaba
nuevamente esa unión y, cuando conocieron la vinculación de Juancho Rois con Jorge Oñate, automáticamente creció la bronca descomunal hacia El Jilguero y la
lengua brava de los seguidores de El Cacique no se detuvo durante seis años. A pesar de que el artista de La Junta rompía récords en
ventas y bailes, y esto lo sabíamos los Oñatistas y le sacábamos punta a esa
lanza que puyaba a los diomedistas y nos soslayábamos en cada nota magistral
de El Conejo Rois, que les ardía a ellos como nos ardía a nosotros cuando Diomedes tenía
algún logro.
El larga duración comenzó a sonar y, emocionados, mi
amigo y yo degustábamos aquellas canciones sin interrupción. Y cada vez no
maravillábamos más de la ejecución, del canto y de la letra de las canciones
del trabajo discográfico; por supuesto, como siempre, se acercaban diomedistas con ganas de
hablar mal del LP, pero quedaban sin argumentos al oír la gran voz de El Jilguero
y las notas de El Conejo Juancho. Eran épocas sanas, en donde se construían ídolos e
ilusiones en cosas tan sencillas y simples como aquellos cantos y la magnanimidad
de ese folclore que representaba lo más
puro de nuestros sentimientos y nuestra cultura, forjando artistas tan naturales
y criollos que iban magnificando y ubicando en un pedestal. 30 años después,
con muchas canas en nuestras sienes, seguimos anclados en esa época. Aquellos que
vivimos esa fiebre, seguimos escuchando aquellas canciones que nos producen el
dolor de la nostalgia de aquellos tiempos vividos a plenitud
y de los cuales tuvimos el privilegio de
ser protagonistas.
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El Jorge Oñate de la novela y el real: el papel televisivo lo hace el hijo real
del cantante |
Hoy chocándonos con la cruda realidad de aquellos
artistas que movieron voluntades, nos toca asistir a la degradación profunda de
su imagen, realizada por aquellos medios de comunicación que se han dedicado a
escarbar en lo más profundo de su personalidad,
que mucha gente no conocía o se negó a creer, presentando a un Diomedes
corroncho, vicioso, alcohólico,
mujeriego, mal padre en vez de hacer un enfoque en su obra y su talento que fue
más grande que todo eso. No sé qué sentirán los diomedistas al ver todo esto
pero puedo asegurarles que la gran decepción que sentí cuando en la novela de
RCN presenta a un Jorge Oñate ridiculizado por el libreto, presentándolo a su
vez como una persona egoísta, envidiosa, embustero, prepotente, paranoico, cují
en extremo, con ínfulas de ser el mejor y como alguien caricaturesco sin
detenerse un poco en la grandeza también de su obra.
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El autor del presente
artículo |
Hago
caso omiso a los que tratan de exteriorizar lo que era Jorge Oñate en esa bonita época
en que su canto fue medido con el del gran Diomedes y me imagino que habrá
sufrido lo que sufrimos nosotros defendiendo su música. Pienso que si tal vez
es cierto lo que ahí en esa novela
plasman a lo mejor no hubiese perdido mi tiempo defendiendo a alguien tan bajo como ahí lo presentan, pero me enfoco
más en su legado musical y en los momentos que vivimos cuando todavía se podía
soñar y el amor y las buenas costumbres estaban a la orden del día. Sigo siendo
seguidor de Jorge Oñate, aunque ya no cante y aunque tenga problemas judiciales, en
donde hasta que no sea proferida una sentencia que lo condene, para mí sigue siendo inocente.
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Gran verdad como un medio de comunicacion como RCN degrada la genialidad de dos grandes cantantes vallenatos Diomedes y Oñate.
ResponderBorrarMuchas felicitaciones al señor o mejor, al maestro Guillermo Amilkar, por su espectacular e intelectual relato. Excelente
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