Ese día, no estaba
dispuesto a aceptarle más indirectas e insultos a los diomedistas. Empecé a temprano por la tarde a tomarme unas cervezas
donde el señor Carlos Nieto, que había hecho un estaderito al lado de la bomba que gerenciaba, justo donde
construyó su casita; solo un par de
personas degustaba tranquilamente en aquella tarde calurosa y la cerveza fría
rodaba por las gargantas refrescando el cuerpo y calando esa sensación de
euforia interna que produce el alcohol poco a poco, una mezcla del calor
sofocante y el frío de la bebida que generaba un temple sabroso que iba
soltando lenguas y personalidades escondidas.
Ese día, iba a degustar con la tranquilidad de
un seguidor furibundo el acetato de Jorge Oñate y Juancho Rois: Trece
aniversario, era el título del trabajo discogtráfico. Corría el año 1982 y en el mencionado sitio nos habíamos citado mi
amigo Juan Carlos Moreno, oñatista como yo, quien había ido a la cabecera municipal, Codazzi, a comprar
el disco que había salido dos días atrás. Cuando llegó, ya yo le llevaba una ventaja de 4 cuatro
cervezas e, inmediatamente, solicitamos a
don Carlos que colocara el long play (LP) y que hiciera una excepción en el volumen.
No
recuerdo cómo surgió en mi esa simpatía por la música de Oñate. Siempre me gustó
su estilo y su forma de cantar. Me aprendía sus canciones a fuerza de
escucharlas por Radio Guatapurí, la emirosra de la lejana Valledupar, o en las
colmenas de El Cruce, que era como conocíamos en Casacará, el pueblo del alma, el sitio donde había varias cantinas y empecé a empaparme de todo lo
referente a la vida de El Jilguero de
América, que era como se le conocía al cantante de música vallenata o de El Ruiseñor del Cesar, como también le
decían por ese entonces. Me sentía muy orgulloso de ser un oñatista, aunque era
un estudiante me daba mis mañas para adquirir los casettes del artista y
recortaba cuanto artículo o fotografía salía en las revistas y periódicos de la
época. Hacía un año atrás se había unido con Juancho Rois, un gran acordeonero
que venía a complementar la grandeza de mi artista. Fue una excelente unión que ratificaron con su LP “El cantante”, que
fue éxito total que enmarcó el comienzo de una etapa magistral de Oñate, pero
que recrudeció una rivalidad latente entre los seguidores de Diomedes Díaz y
los oñatistas.
Tengo que admitir
que Diomedes, a pesar de ser un cantante nuevo, arrastraba multitudes y sus
seguidores se volvían locos con el artista que se había convertido en un
fenómeno musical, casi un dios. Tengo que reconocer también que, a pesar de ser un furibundo seguidor de
Oñate, no era nada comparable con el
fervor con que los diomedistas idealizaban a su artista y esa fiebre musical la
sufríamos los oñatistas, que, de todas maneras, estábamos predispuestos a irnos
lanza en ristre contra cualquier diomedista que osara lanzar indirectas contra
los seguidores de El Jilguero.
Así, pues, la vida en
un pequeño pueblo como Casacará transcurría de esa manera, con la precaria
información que llegaba a través de las emisoras de más audiencia Radio
Guatapuri y La Voz del Cañaguate, también de Valledupar. En las esquinas se formaban corrillos y
enfrentamientos verbales. Cada uno defendiendo su posición y su artista. Estábamos
en la plena época de oro del vallenato, en donde los compositores se daban
silvestres y parían sus obras de arte, que eran magistralmente
interpretadas por los mejores exponentes del vallenato en su plenitud; Jorge
Oñate, Poncho Zuleta, Beto Zabaleta, Silvio Brito y Rafael Orozco, de quienes cada
LP que salía al mercado eran once joyas musicales que tenían el complemento
exacto de música vallenata para escuchar, para parrandear y para bailar.
Beto Zabaleta, Jorge Oñate, Rafael Orozco y Diomedes Díaz, los cuatro mejores exponentes del vallenato de su época |
Y allí
estaban los dos mejores, Diomedes y Oñate, sin desconocer la valía de los otros
exponentes. Pero estos dos eran los que generaban más polémica y se concentraban
más seguidores en torno a su música: las discusiones y enfrentamiento, por lo
normal, era quién cantaba mejor, por
bonita voz, por su color o por el tono alto al cantar o por la alegría o la
interpretación que se le imprimía a cada canción o por la letra y el mensaje
del tema, en fin, cualquier cantidad de cosas que pudiera ser tema de discusión o
argumento para tratar de ridiculizar al otro cantante ante su seguidor.
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El Jorge Oñate de la novela y el real: el papel televisivo lo hace el hijo real del cantante |
El autor del presente artículo |
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Gran verdad como un medio de comunicacion como RCN degrada la genialidad de dos grandes cantantes vallenatos Diomedes y Oñate.
ResponderBorrarMuchas felicitaciones al señor o mejor, al maestro Guillermo Amilkar, por su espectacular e intelectual relato. Excelente
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