Por Linda Esperanza Aragón
La realidad que experimentan Colombia y Venezuela está
atiborrada de tensiones y lesiones. Lo que viven, parece un principio de
incertidumbre que trasciende hacia una coyuntura caótica. Si bien, las
fronteras son las cicatrices del mundo, hoy por hoy el límite colombo –
venezolano es una cicatriz abierta que sangra. La cruda decisión de Maduro de
cerrarle el paso a nuestro país, promovió al derrumbe de las aspiraciones de
los colombianos que fueron deportados. Van 800 expulsados. Algunos padres son
separados de sus hijos. El abandono de las casas debe ser volátil. Lo que
pueden tomar estas personas son cosas que les permitan correr y darse prisa.
¿Será que se construirá una paredilla monumental para
que ésta deje de sangrar? No lo sé. Sin embargo, considero que no sería una
cura viable. Al contrario, sería segregadora. Y la idea de ver a nuestras
sociedades articuladas se extraviaría. Con esto, conseguiríamos perder el
norte. Ah, y un Maduro más descompuesto. En este sentido, el expresidente
Andrés Pastrana sumó su voz a RCN La Radio asegurando que
cuando estuvo en Venezuela en abril, llamó la atención a la Cancillería y al
Gobierno colombiano de la posibilidad de una crisis humanitaria que se iba a
presentar. Ciertamente, es ineludible regenerar las estructuras de estos
países.
En esta parte, recuerdo un fragmento de Política para
Amador, donde Fernando Savater describe las consecuencias del afecto
gubernamental calculado, dicho asunto lo adaptaré en este contexto: parece que
Colombia y Venezuela fuesen una pareja amorosa que se abraza estrechamente
(hasta el extremo de que uno no sabe de quién es la pierna o el brazo del otro)
y que se penetran a veces con placentero consentimiento y a veces con dolorosa
violación.
La autora de este artículo |
Esta fatídica situación se
desenvuelve en un escenario en donde todo está estandarizado, lo que conlleva a
que el carácter del hombre sea moldeado por las exigencias del mundo. Se ha
perdido el interés en reconstruir los tejidos sociales. Se juzga sin tener en cuenta la esencia del otro. En este caso, Maduro
calificó a los deportados como delincuentes. Lo que me lleva a creer que
sujetos como él, poco a poco van agotando la posibilidad de restaurar las
fibras del buen trato. No hay tacto, se ha mutilado este sentido.
Por su parte, los medios de comunicación, nos saturan,
transmiten ruido. Nos ensordecen. Tanto así que no nos dejan hablar entre
nosotros mismos. Y cuando por fin tenemos el espacio para hacerlo, es cuando
todos queremos opinar al mismo tiempo. Esto es lo que yo llamo una sobrecarga
de ideologías. Finalmente, para encontrar soluciones es importante limpiar las
vías del diálogo, creer que nuestra naturaleza es la sociedad y no considerar la
idea de cimentar una colosal paredilla, porque nos invadirá en vértigo.
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