Todavía recuerda su viaje incierto a
Pereira, la capital del remoto departamento de
Risaralda, enclavado en el corazón de los Andes colombianos. Había salido de Riohacha, capital del caribeño
departamento de La Guajira, con 170 mil pesos en el bolsillo y su alma preñada de sueños. Se fue
por Medellín. A sus 17 años, no conocía sino hasta Montería:
"Iba a ciegas", diría después. Cuando llegó a la terminal de transporte de la ciudad
cafetera, se sintió el hombre más
solo del mundo. Al subirse al primer taxi que encontró, el conductor lo vio por
el espejo y tuvo que darse cuenta de la cara de angustia porque le preguntó
para dónde iba con voz de lástima. No sabía qué responderle, pero debía hablar
enseguida. "Para el centro", fue lo único que se le ocurrió decir.