En la Plaza Alfonso López, de Valledupar, se conmemora todos los años la Leyenda Vallenata |
1. La Leyenda
Era una carrera desesperada contra el fuego que caía del cielo en partes del convento y trataba de extenderse hasta la iglesia. El joven indígena iba al patio del claustro religioso y venía hasta el altar de la iglesia con sus dos peroles de agua para vaciarlos encima de la imagen sagrada de la Virgen del Rosario, cuya mirada fija hacia abajo daba la apariencia de resignarse ante aquel ataque brutal con flechas encendidas. El nativo adolescente no se conformaba con tratar de salvar a la Madre de Dios hecho hombre, sino que también le echaba a los dos hombres piadosos que estaban al lado y lado. Nadie puede determinar aún cuántos viajes cortos hizo el “indiecito”, como lo llaman los cronistas de aquel momento esencial en la vida de la naciente Valledupar; sin embargo, ese esfuerzo colosal sería borrado de la historia por el cataclismo extraordinario que provocó.
Las tres imágenes divinas se salvaron del incendio, gracias al esfuerzo del joven indígena. En medio de su cosmología aborigen, no pudo ni siquiera suponer que ese acto conmiserativo causaría una grandiosidad providencial, preludio de la más importante fiesta de acordeones del mundo. Una guaricha (doncella) y dos piaches (ayudantes) empezaron a quitar de las manos las flechas en llamas que los indígenas disparaban. Ante la fuerza de esa determinación prodigiosa, los nativos, místicos de nacimiento, sintieron un temor terrible: desistieron del ataque y huyeron.