Por
John Acosta
Por primera vez en la historia
nuestra, las dos grandes potencias latinoamericanas (por su extensión
geográfica, por su economía, por su población) están siendo gobernadas por
líderes de tendencia ideológica opuesta: Brasil, por el derechista Jair Bolsonaro,
y México, por el izquierdista Andrés Manuel López Obrador. Sin que se acuse
aquí que estos dos dirigentes estén patrocinando masivas y violentas protestas
en países de la región gobernados por sus opositores, lo cierto es que es preocupante
ver cómo Latinoamérica está encendida por los desmanes de quienes participan en
la ola de paros intimidatorios que han devastado la tranquilidad democrática de
las naciones de esta convulsionada región. Esas marchas tienen un denominador
común: oponerse a las políticas (o bien izquierdistas o bien derechistas) del
mandatario de turno; y eso no está mal, ya que se debe garantizar el derecho a manifestar
la oposición a un sistema de gobierno, así haya sido elegido democráticamente;
lo criticable son los daños causados por quienes se filtran en estas movilizaciones
para crear el caos.