Por
John Acosta
Por primera vez en la historia
nuestra, las dos grandes potencias latinoamericanas (por su extensión
geográfica, por su economía, por su población) están siendo gobernadas por
líderes de tendencia ideológica opuesta: Brasil, por el derechista Jair Bolsonaro,
y México, por el izquierdista Andrés Manuel López Obrador. Sin que se acuse
aquí que estos dos dirigentes estén patrocinando masivas y violentas protestas
en países de la región gobernados por sus opositores, lo cierto es que es preocupante
ver cómo Latinoamérica está encendida por los desmanes de quienes participan en
la ola de paros intimidatorios que han devastado la tranquilidad democrática de
las naciones de esta convulsionada región. Esas marchas tienen un denominador
común: oponerse a las políticas (o bien izquierdistas o bien derechistas) del
mandatario de turno; y eso no está mal, ya que se debe garantizar el derecho a manifestar
la oposición a un sistema de gobierno, así haya sido elegido democráticamente;
lo criticable son los daños causados por quienes se filtran en estas movilizaciones
para crear el caos.
La violencia que incendia y
ataca a piedras casas y negocios de dirigentes opositores (o de personas del
común) debe ser rechazada desde todo punto de vista: no importa a qué ideología
pertenecen los atacantes y los atacados. No se justifican los desmanes que enlodan
protestas justas porque ensucian el fin de los reproches sociales: ¿acaso se ha
olvidado tan fácilmente el heroico ejemplo de Mahatma Gandhi, quien, con la desobediencia
civil no violenta, pacifista, logró la independencia de su país, India, del dominio
británico.
La izquierda que protesta en
Chile (contra las políticas del presidente derechista Sebastián Piñeres), en Ecuador (contra las decisiones del centroderechista
Lenin Moreno) y en Colombia (contra el gobierno derechista de Iván Duque)
tienen todo la potestad de hacerlo, así como la derecha que protestó en Bolivia
(contra las políticas izquierdistas de Evo Morales), que protesta en Venezuela
(contra el Socialismo del Siglo XXI de Nicolás Maduro) y en Nicaragua (contra el
gobierno izquierdista de Daniel Ortega). A lo que sí no hay derecho es a la violencia
con que se quiere demostrar ese descontento: es como si tuvieran la certeza de que
entre más daño hacen, más profunda es su ira. No es posible que hayan pasado
tantos años de "civilización" y conocimiento para regresar a la
barbarie de siglos pasados.
La izquierda colombiana no
puede criticar la manifestación violenta de Bolivia (y la que sucede en las
protestas contra Maduro en Venezuela y contra Ortega en Nicaragua) y, al
tiempo, alabar los desmanes de las marchas de Chile y Ecuador (y los que,
posiblemente, se verán el próximo 21 de noviembre en Colombia). Eso es
hipocresía. Tampoco la derecha colombiana puede elogiar la violencia de las
protestas en Bolivia (y las que se dan en Venezuela contra Maduro y en
Nicaragua contra Ortega), mientras censura los desmanes de los marchantes de
Chile y Ecuador (y los del próximo 21 de noviembre en Colombia). Eso también es
hipocresía.
Gandhi |
Puede ser sano que cada uno,
desde su visión ideológica, quiere tumbar al dirigente contrario e imponer su
criterio sobre el otro porque lo ve como un tirano. Lo que no es sano es que
quiera tumbar al oponente a través de la violencia y no con la fuerza de los
argumentos para convencer a la mayoría que, a través del voto, escoja la opción
que propone; es decir, someterse al criterio democrático. Y si se pierde en las
urnas, se debe aceptar la derrota, no como un acto protocolario la noche en que
se conocen los resultados para, después, tratar de imponer, mediante protestas
violentas, lo que no fue capaz de conquistar en el ejercicio eleccionario: no,
se debe aceptar la derrota hasta que vuelva la oportunidad de presentar sus
ideas al escrutinio del pueblo en las próximas elecciones; por supuesto, puede ejercer
su derecho a la oposición a las políticas triunfantes; incluso, recurrir al
paro, a las protestas, a las marchas en el necesario ejercicio de la
dialéctica, pero, por favor, sin violencia. Ya lo dijo Gandhi: “Cuando me
desespero, recuerdo que a lo largo de la historia el camino de la verdad y el
amor siempre ha ganado. Ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo, pueden
parecer invencibles, pero al final, siempre caen. Piense en ello – siempre”.
Finalmente, ¿qué se necesita
para que el pueblo (campesinos, estudiantes, obreros, minorías étnicas, etc.)
no se deje manipular por dirigentes de ambos bandos y termine, cual manso borrego,
poniéndose como carne de cañón en protestas manipuladas? ¡Ah, historia salvaje
e ingrata que nos obliga a repetirla cíclicamente!