Nunca antes en mi vida, había
ido tantas veces a urgencias a un hospital, por razones de mi salud, como lo
fui el año que acaba de culminar; y no, precisamente, por lo que caracterizó el
muy distinto 2020 (la pandemia desatada por el Covid 19), sino por otros
motivos que bien podían asociarse al encerramiento preventivo, originado por ese
virus que aún tiene en ascuas al mundo entero; en realidad, el año pasado dupliqué
el número de entradas a urgencias, que había acumulado en mis 55 años de
existencia. Y para acabar de rematar, también en 2020 fue la primera vez que no
celebraba una Navidad como Dios manda: lo hice empijamado, escribiendo en el
computador y viendo televisión. De manera que tenía motivos suficientes para
celebrar la muerte de ese año y renovar la esperanza con la entrada del Año
Nuevo.
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No viajamos (con mi señora y nuestras hijas), como todos los años anteriores, a recibirlo con el resto de la familia, pero nos dispusimos a festejar su llegada en nuestra casa, por primera vez. Tampoco estrené ropa, como solía hacerlo, pero me puse la mejor pinta y hasta me sentí como nuevo, pues ya hacía mucho que no vestía elegante, debido al confinamiento. Aracelys, mi señora, insistió en dejarse puesta la misma vestimenta con que había salido esa tarde, pero Aura Elisa e Isabella, nuestras hijas, sí estrenaron entusiasmadas.