Nunca antes en mi vida, había
ido tantas veces a urgencias a un hospital, por razones de mi salud, como lo
fui el año que acaba de culminar; y no, precisamente, por lo que caracterizó el
muy distinto 2020 (la pandemia desatada por el Covid 19), sino por otros
motivos que bien podían asociarse al encerramiento preventivo, originado por ese
virus que aún tiene en ascuas al mundo entero; en realidad, el año pasado dupliqué
el número de entradas a urgencias, que había acumulado en mis 55 años de
existencia. Y para acabar de rematar, también en 2020 fue la primera vez que no
celebraba una Navidad como Dios manda: lo hice empijamado, escribiendo en el
computador y viendo televisión. De manera que tenía motivos suficientes para
celebrar la muerte de ese año y renovar la esperanza con la entrada del Año
Nuevo.
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No viajamos (con mi señora y nuestras hijas), como todos los años anteriores, a recibirlo con el resto de la familia, pero nos dispusimos a festejar su llegada en nuestra casa, por primera vez. Tampoco estrené ropa, como solía hacerlo, pero me puse la mejor pinta y hasta me sentí como nuevo, pues ya hacía mucho que no vestía elegante, debido al confinamiento. Aracelys, mi señora, insistió en dejarse puesta la misma vestimenta con que había salido esa tarde, pero Aura Elisa e Isabella, nuestras hijas, sí estrenaron entusiasmadas.
Isabella, la menor, me acompañó al supermercado a comprar el vino, las uvas, las manzanas
rojas, las picadas y el mezclador. Yo mismo preparé la bebida con la receta que me dio por teléfono el turco Anuar Saad. Aura Elisa subió a la terraza el equipo de sonido, la mesa y las sillas. Isabella preparó, en la freidora de aire, las delicias que debían de acompañarnos esa noche. Aracelys sacó la natilla que había preparado esa tarde en la casa de su amiga Jackie. Y a las 9:00 de la noche ya estábamos disfrutando de la velada única y supimos, en esa deliciosa jornada, por primera vez, lo rico que era disfrutar la terraza en familia.
A las diez y pico recibí la video llamada de mi hermana menor, Elka Nikol, la pediatra, que festejó en su casa de Valledupar, junto con el resto de mis hermanos y mis sobrinos: todos nos saludaron y nos desearon en feliz año 2021. Algunos minutos después, recibí la video llamada de mi hija mayor, María Johanna, médica también, que celebraba en Medellín, al lado de su madre, la gran Ana Regina. Y en los grupos familiares de WhatsApp, veía los videos y las fotografías de cada uno de los hogares de los miembros de nuestra gran familia, diseminados en el mundo entero, agasajando alborozados la despedida del año que agonizaba y la llegada triunfante del Año Nuevo. Hasta en los grupos de amigos, grupos de trabajo y grupos políticos: nadie quería perderse la oportunidad de manifestar públicamente su alegría por el réquiem de 2020 y el nacimiento de sanos propósitos con el 2021 que apenas nacía.
Nosotros, en la terraza de nuestra casa, conseguimos el enlace del concierto en vivo que brindaba en Barranquilla Silvestre Dangond. Y parrandeamos la ida del año viejo y la llegada del nuevo con la música vallenata en vivo que ofrecía este artista guajiro. Una vez terminó el concierto, ya en el Año Nuevo, seguimos escuchando nuestras melodías preferidas. Aracelys y las hijas se acostaron después de dos de la mañana, vencidas por el sueño y el cansancio. Yo seguí ahí, disfrutando de la brisa suave del Año Nuevo e iluminado por la luna llena hasta las seis de la mañana, cuando el sol del nuevo año despuntaba a lo lejos, entre rojizos y anaranjados. A lo lejos, se escuchaba el fragor de alguna pólvora quemada por algún terco, que se negaba a aceptar lo peligroso que era el uso de este material en fiestas familiares.
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Por supuesto, nadie sabe con
certeza qué traerá el 2021; sin embargo, después de un año completamente diferente
como el que pasó, todos hemos renovado nuestro optimismo y afianzado nuestra
esperanza: es lo menos que podemos hacer para que la presión arterial no nos
mande de urgencias al hospital.
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