3 ene 2021

El feliz Año Nuevo que le arrebatamos al Covid 19

Por John Acosta

Nunca antes en mi vida, había ido tantas veces a urgencias a un hospital, por razones de mi salud, como lo fui el año que acaba de culminar; y no, precisamente, por lo que caracterizó el muy distinto 2020 (la pandemia desatada por el Covid 19), sino por otros motivos que bien podían asociarse al encerramiento preventivo, originado por ese virus que aún tiene en ascuas al mundo entero; en realidad, el año pasado dupliqué el número de entradas a urgencias, que había acumulado en mis 55 años de existencia. Y para acabar de rematar, también en 2020 fue la primera vez que no celebraba una Navidad como Dios manda: lo hice empijamado, escribiendo en el computador y viendo televisión. De manera que tenía motivos suficientes para celebrar la muerte de ese año y renovar la esperanza con la entrada del Año Nuevo.

No viajamos (con mi señora y nuestras hijas), como todos los años anteriores, a recibirlo con el resto de la familia, pero nos dispusimos a festejar su llegada en nuestra casa, por primera vez. Tampoco estrené ropa, como solía hacerlo, pero me puse la mejor pinta y hasta me sentí como nuevo, pues ya hacía mucho que no vestía elegante, debido al confinamiento. Aracelys, mi señora, insistió en dejarse puesta la misma vestimenta con que había salido esa tarde, pero Aura Elisa e Isabella, nuestras hijas, sí estrenaron entusiasmadas.

Isabella, la menor, me acompañó al supermercado a comprar el vino, las uvas, las manzanas
rojas, las picadas y el mezclador. Yo mismo preparé la bebida con la receta que me dio por teléfono el turco Anuar Saad. Aura Elisa subió a la terraza el equipo de sonido, la mesa y las sillas. Isabella preparó, en la freidora de aire, las delicias que debían de acompañarnos esa noche. Aracelys sacó la natilla que había preparado esa tarde en la casa de su amiga Jackie. Y a las 9:00 de la noche ya estábamos disfrutando de la velada única y supimos, en esa deliciosa jornada, por primera vez, lo rico que era disfrutar la terraza en familia.

A las diez y pico recibí la video llamada de mi hermana menor, Elka Nikol, la pediatra, que festejó  en su casa de Valledupar, junto con el resto de mis hermanos y mis sobrinos: todos nos saludaron y nos desearon en feliz año 2021. Algunos minutos después, recibí la video llamada de mi hija mayor, María Johanna, médica también, que celebraba en Medellín, al lado de su madre, la gran Ana Regina. Y en los grupos familiares de WhatsApp, veía los videos y las fotografías de cada uno de los hogares de los miembros de nuestra gran familia, diseminados en el mundo entero, agasajando alborozados la despedida del año que agonizaba y la llegada triunfante del Año Nuevo. Hasta en los grupos de amigos, grupos de trabajo y grupos políticos: nadie quería perderse la oportunidad de manifestar públicamente su alegría por el réquiem de 2020 y el nacimiento de sanos propósitos con el 2021 que apenas nacía.

Nosotros, en la terraza de nuestra casa, conseguimos el enlace del concierto en vivo que brindaba en Barranquilla Silvestre Dangond. Y parrandeamos la ida del año viejo y la llegada del nuevo con la música vallenata en vivo que ofrecía este artista guajiro. Una vez terminó el concierto, ya en el Año Nuevo, seguimos escuchando nuestras melodías preferidas. Aracelys y las hijas se acostaron después de dos de la mañana, vencidas por el sueño y el cansancio. Yo seguí ahí, disfrutando de la brisa suave del Año Nuevo e iluminado por la luna llena hasta las seis de la mañana, cuando el sol del nuevo año despuntaba a lo lejos, entre rojizos y anaranjados. A lo lejos, se escuchaba el fragor de alguna pólvora quemada por algún terco, que se negaba a aceptar lo peligroso que era el uso de este material en fiestas familiares.

Por supuesto, nadie sabe con certeza qué traerá el 2021; sin embargo, después de un año completamente diferente como el que pasó, todos hemos renovado nuestro optimismo y afianzado nuestra esperanza: es lo menos que podemos hacer para que la presión arterial no nos mande de urgencias al hospital.

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