Por Guillermo Mendoza Acosta
No recuerdo cuántos, pero eran bastantes pájaros que tenía en cautiverio en una inmensa jaula de anjeo que yo mismo construí, para aquella época de muchacho travieso en los andares del monte. Solo recuerdo que fue allí, detrás del patio de la casa de la finca El Porvenir, de propiedad de mi padre, debajo de un árbol frutal cuyo nombre científico no he podido encontrar, pero que en nuestro lenguaje lo conozco como 'Toco', que pare una fruta muy parecida a la granadilla, con la diferencia que no la comemos los humanos sino los pájaros frugívoros: le hacen un hueco, le comen todo lo de adentro y dejan el cascarón colgado como un calabacito alumbrador de Calixto Ochoa.
El ambiente pajaril del apetecido y concurrido árbol en tiempos de cosecha, parecía un concierto músical y un arcoíris de plumas de mil colores, igual a la multitud de aves de todo tipo y color que se daban cita allí, todos los días, desde muy temprano, a comer de las deliciosas frutas. El señor Toño Joaquín Gutierrez, en una de esas visitas que hacía a la finca con su compadre Toba, me sorprendió con la jaula llena de pájaros, que los cogía con tramperos ahí mismo arriba del palo de toco: pericos, azulejos, carpinteros, picogordos, toches, mirlas, tucán, entre otros, y otro tanto de pájaros comedores de semillas y de insectos, como, canarios, mochuelos, rosita vieja, tusero, torcazas, etc.
El señor Toño, que era un defensor acérrimo de la flora y la fauna, no me dijo nada, pero yo
sentí que no le gustó, que me regañó con su mirada, y me mandó a buscarle un pocillo de café. Yo, sin ninguna malicia, me fui a la cocina y cuando regresé ya me había hecho la jugada: abrió la puerta de la jaula para que se salieran los plumíferos; intenté decirle algo pero él me paró en seco, me dijo: "Hombe, Guillermo...¿A ti te gustaría que te tuviera así, encerrado?". Alcancé a ver todavía muchos de ellos apretujados en la puerta, peleando para salir, y luego, elevándose a su mundo natural entre el cielo y la tierra. Yo, por dentro, moría de tristeza, pero, a su vez, por cada animalito que veía volar sentía un fresco y un alivio en mi conciencia.
No sé porqué, pero el día primero de septiembre, sentí recordar este momento de mi vida, a raíz de la nueva normatividad que tomó nuestro presidente respecto a la crisis que ha generado la pandemia, como es la terminación de la cuarentena obligatoria y poner en práctica el Aislamiento Selectivo de Distanciamiento y Responsabilidad Individual. Me pareció, según lo que vi por la televisión, las redes sociales y de manera presencial aquí en Valledupar, que nos abrieron las puertas a la libertad, una libertad que no es como la de las aves que yo tuve en cautiverio y que fueron devueltas a su mundo natural para su mejor bienestar; no, esta me pareció una libertad donde nosotros, los protagonistas, salimos corriendo desbocados como el viento que lleva el diablo, tal vez, con mucha razón después de tanto tiempo prisioneros, o, sencillamente, a ponernos al día con todo aquello que hemos abandonado por la misma causa.
Como quiera que sea, es un paso bastante arriesgado pero hay que darlo, tarde o temprano
para bien de nuestra economía particular y la del país. Los que hemos alcanzado a sobrevivir hasta el momento, debemos actuar con responsabilidad individual: es la meta que debemos cumplir y por la que debemos luchar todos, para que esa libertad de ahora no nos lleve a un palo de toco con el fruto dañado que nos enferme, como enfermarían las aves liberadas de mi jaula, si llegasen a comer un fruto podrido del palo que las alimenta
Gracias primo hermano por su confianza y su humildad al publicar esta nota de mi autoría, siendo usted un curtido escritor profesional que le llamó la atención estás letras que sin intención de ser admiradas por usted publiqué. Gracias.
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