6 may 2024

Rafael Orozco quería ser acordeonero, pero su mamá se lo prohibió

Por John Acosta

Rafael José Orozco Maestre no estaba destinado a ser cantante, sino acordeonero. Su padre, ‘Rafita’ Orozco, tocaba bien el acordeón y les inculcó a sus hijos el amor por este instrumento musical. Misael, el myor de todos, y José Agustín ya eran expertos en este arte, pero Rafael José estaba aprendiendo. Tuvo que pasar lo peor para que el género ganara un gran cantante, en vez de ver nacer a otro acordeonero. Es que aquel fatídico paseo en el río, con trago y parranda, trajo, al regreso a Becerril, el trágico accidente donde falleció Misael. Embargada por la impotencia y el dolor, Cristina Maestre, la madre, tomó la firme decisión que habría de cambiar para siempre el destino del joven Rafael José: cogió el acordeón de la casa y lo dañó. “Aquí nadie más va a tocar este aparato”, sentenció.


No habría nada qué hacer. Si Rafael José quería seguir aspirando a dedicarse a la música, tenía que hacerlo desde otra posición que no fuera acordeonero, pero, en todo caso, debía iniciar lejos de su pueblo porque aún el eterno dolor de Cristina no le permitía aceptar nada relacionado con el folclor, que ella consideraba le arrebató a su primer hijo; entonces, el adolescente  Rafael Orozco aprovechó que lo mandaron a estudiar a la capital del departamento, que, en esa época, quedaba en lugar remoto, pues la carretera destapada hacía mucho más demorado el viaje de Becerril a Valledupar.


En el Colegio Nacional Loperena, Rafael Orozco le echó mano al hobbie que usó de niño, cuando iba al río Maracas, montado en su burro ‘El Ñato’, a coger los cántaros de agua que vendía en el pueblo; entonces, sobrecogido por la naturaleza que lo rodeaba, el infante ‘Rafa’ cantaba las rancheras que escuchaba en las películas mexicanas proyectadas por el viejo Juan en su teatro.  En una Semana Cultural de la institución educativa, Rafael Orozco obtuvo el primer lugar en el concurso de canto, por encima de Octavio Daza y Diomedes Díaz, quien participó con su canción Cariñito de mi vida, que el propio Rafael Orozco haría famosa en 1975, al grabarla con el acordeón de Emilio Oviedo.


Sin grabar LP con ellos, Rafael Orozco estuvo acompañado de Luciano Poveda y Julio de la Ossa, sólo amenizando fiestas privadas, pero le sirvió para ir afinando su propio estilo, muy distinto al vallenato clásico que se conocía hasta entonces, representado en conjuntos como Los playoneros del Cesar, Bovea y sus Vallenatos, Los Hermanos Zuleta, Alfredo Gutierrez, Jorge Oñate, entre otros. Era como si las rancheras que cantaba de niño, le hubieran impregnado a su alma ese aire romántico que lo reflejó en su estilo revolucionario.


Ese estilo diferente fue lo que catapultó a El Binomio de Oro, agrupación que formó con el villanuevero Israel Romero, hasta llevar el vallenato a las esferas nacionales e internacionales. Rafael Orozco murió trágicamente, al ser asesinado al frente de su casa en Barranquilla, en la noche del 9 de junio de 1992, cuando estaba en la cúspide de su carrera musical.


Publicada en el Semanario La Calle el 29 de abril de 2024


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