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María Nurys Acosta Mendoza, tía Ñuñe |
Doblábamos
la esquina que queda cerca de la casa de tía Ñuñe, cuando mi papá lanzó la
expresión que yo siempre había sentido, desde muchos años atrás, en lo más
profundo de mi alma: “Esa mujer es un ángel de Dios”, dijo. Se refería a su
hermana María Nurys Acosta Mendoza, por supuesto, que acabábamos de dejar en la
puerta de la calle de su casa, adonde salió a despedirnos. Eso hace más de 30
años, poco antes de que mi padre falleciera. Y hoy sé que esa misma impresión
la tenían mis otros tíos; incluso, tío Néstor, que falleció hace poco, me dijo
en un paseo que estuvimos en el municipio de Manaure: “Esa mujer era una Santa
en vida”, mientras me mostraba la casa donde vivió tía Ñuñe con su esposo.
A
propósito de este texto, llamé a tío Jose (así, sin tilde en la e, como
llamamos en el Caribe colombiano a los José) a su celular y le pedí que me
describiera a tía Ñuñe, su hermana: “un alma bendita de Dios. Pura abnegación.
Dedicada a su hogar”, me dijo. También llamé al menor de todos, tío Jorge: “era
la más noble de mis hermanas, un mujer callada, recta, era puro sentimiento”. No
podía dejar de marcarle al único profesional de todos ellos, tío Fano,
ingeniero agrónomo: “era una mujer virtuosa, muy dedicada a su hogar, que amaba
su vida, prudente, sufrida. Valiente para afrontar las duras embestidas del
destino, las contingencias de la vida. Era, prácticamente, una santa”. Tío Ito
es el callado de todos ellos: reservado, tímido, fue el único que se quedó en
La Junta, el pueblo natal y no salió a buscar una mejor vida en otros lugares.
Cuando le hice la misma petición por teléfono, no vaciló un instante en
responder: “era una mujer buenísima, calmada. Una mujer de su casa. Sí, claro,
era una santa”.