18 jun 2024

Eduardo Zedán Acosta, el artista que dibuja las costumbres de Codazzi

Por John Acosta

El matrimonio de Eduardo de Jesús Zedán Acosta e Iris Rocío Gómez Joiro auguraba todo para no durar nada: estaba destinado al fracaso. Esa noche del 12 de diciembre de 1980, Iris Gómez se quitó el vestido y se encerró a llorar en su cuarto porque no entendía por qué la vida le conspiraba para que no se casara ese día con su amado Eduardo. El apocalíptico aguacero que se desgajó esa tarde sobre Codazzi sobrepasó la hora destinada para el inicio de la boda y se extendió 120 minutos más allá. Lo peor era que el sacerdote José Joaquín Jiménez Gaviria no aparecía por ninguna parte y los invitados habían desafiado las torrenciales aguas que caían y esperaban ya dentro de la iglesia.  Ante la ausencia del cura, los más allegados recomendaban decidirse pronto por algunas de las dos únicas opciones que quedaban: irse a casar en alguna de las poblaciones más cercanas, que, de todas formas, quedaban lejos: San Diego (hacia el norte) o Becerril (hacia el sur). La novia no quiso ninguna y se despojó de su ajuar matrimonial; definitivamente, la futura esposa no podría descubrir e impulsar el talentoso pintor que yacía oculto en el impaciente novio que sentía ahí, encajado en su vestido de saco y corbata, cerca al atrio, cómo cada segundo se demoraba una eternidad en pasar.

Afortunadamente, el religioso José Jiménez apareció a las nueve de la noche, dos horas después de la hora prevista para la ceremonia nupcial. Había quedado atollado en una trocha y llegó con unas botas pantaneras hasta las rodillas, en pantaloneta y camiseta: irreconocible por el barro; en todo caso, ya en la tarde, antes del diluvio, Iris Rocío recibió la preocupante noticia de que su maquilladora no podría viajar de Valledupar a Codazzi porque su papá había muerto ese día; entonces, su madre, quien le había regalado el vestido de bodas (que venía con el adicional de la maquilladora), buscó de afán a una señora que la maquilló para un baile de carnaval por lo que Iris Gómez se lavó el rostro y ella misma se lo decoró con la sobriedad necesaria para un evento de esa categoría. Gracias a Dios, la futura esposa podría devolverle a Codazzi al creativo pintor que resaltaría la cultura de su pueblo.

Iris descubre al pintor dentro de su esposo

Eduardo Zedán sostenía a su joven hogar con el salario que recibía en la bomba de gasolina donde laboraba; sin embargo, el artista que se ocultaba dentro de sí mismo, lo hacía sentir inservible para cualquier oficio distinto a los relacionados con el arte; incluso, él mismo estaba convencido de que sería escritor: cuando se iba de vacaciones a donde sus abuelos maternos, en La Junta, se sentaba en una piedra de la lomita que quedaba al frente de la casa de Fundación, la parcela de los abuelos, y escribía su primera novela en un cuaderno de 100 hojas. De manera que el dueño de la estación de servicios de combustible tuvo que sacarlo de la microempresa.

Al ver que no tenía para pagar el arriendo, Elvira Acosta le acomodó una habitación en su casa para que su hijo Eduardo de Jesús se fuera a vivir con la joven esposa. Mientras empacaban los corotos de la mudanza, Iris Rocío descubrió, entre los chécheres de su amado, un block con remas de papel sin raya; al abrirlo, quedó maravillada con su contenido: hermosos dibujos con rostros de familiares, hechas a lápiz negro, pero la que más le impactó fue la que le hizo a ella con una pequeña fotografía de medio cuerpo que Iris le regaló cuando novios. “Oye, mi amor, tú eres un excelente pintor”, le dijo. Y lo motivó a pintar para vender sus cuadros.

De la témpera al óleo

Zedán Acosta empezó haciendo cuadros con témpera de famosos personajes infantiles que Gómez Joiro vendía en las casas de Codazzi para que los hogares decoraran las habitaciones de sus niños; no obstante, él le insistía a su esposa que quería pintar al óleo; entonces, ella habló con alguien del pueblo que conocía esta técnica, pero se negó a enseñarle a su hombre; entonces, Eduardo de Jesús decidió viajar a Valledupar, compró algunos tarros de distintos colores de este aceite secante y el vendedor le explicó un  poco cómo manipularlo. Regresó a su Codazzi del alma dispuesto a vivir de sus pinturas de colores desleídos. Y hoy es un reconocido pintor que plasma en sus trabajos la cotidianidad cultural de su tierra. “Él aprendió solo: no ha hecho curso”, le explicó Iris Rocío al Semanario La Calle en su casa de Codazzi.

Lo cierto es que al niño Eduardo Zedán lo peleaban sus compañeros de clases para que le pintaran los dibujos con que debían acompañar los temas de clase: la montaña, las raíces, los animales. “Nunca les cobré ni un centavo por eso”, le recordó a La Calle Eduardo de Jesús. Desde hace más de 20 años da clases de pintura a los niños de Codazzi, en la Casa de la Cultura, aunque lo hace de forma intermitente, dependiendo del interés cultural del alcalde de turno. Lo que sí es permanente son sus clases particulares en su taller, donde tiene una galería permanente de cuadros para la venta. Gracias al empeño del sacerdote José Joaquín Jiménez Gaviria de cumplir el compromiso con la boda de esa noche, a pesar de la terrible atollada de su vehículo en la vereda donde fue por los gajes de su oficio sagrado, Iris Rocío y Eduardo de Jesús están cerca de las bodas de plata de su matrimonio y la esposa pudo descubrir al ingenioso pintor que dormía dentro de su amado. 

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