Por John Acosta
Los perros miraban con ansia el trozo de carne
que Aura tenía en sus manos. La mujer estaba sentada en un asiento de cuero, recostado
en la pared de barro rústico de la cocina, abriendo la carne que había comprado
esa mañana en el matadero del pueblo. El cuchillo perdía el filo por momentos y
Aura lo rastrillaba en la piedra de amolar que tenía a su lado para esos casos
de emergencia, y continuaba con su labor feliz de cocinera sin sueldo.
Cortaba un pellejo indeseado y lo tiraba al suelo para que los perros
se lo disputaran con las gallinas. De pronto, se acordó de la olla que había dejado en la llave
de la mitad del patio para que se llenara. Se colocó sus chancletas de
plástico, puso la carne en la ponchera de aluminio y entró a la cocina para
colocar el producto sobre el mesón.
La olla estaba rebosante. Aura cerró la llave y regresó a
continuar su oficio de mujer hacendosa. Espantó con el trapo de cocina que
siempre cargaba en el hombro, a las dos gallinas que se habían subido sobre el
mesón a tratar de picotear la carne. "¡SO!", les gritó. Regresó al
asiento para terminar de abrir la libra y media de lomo.

Fue hasta la máquina de coser y rebuscó una tira entre los trapos de
la gaveta. Se amarró el cuero seco que había arrancado de la parte de atrás del
espaldar del asiento. "Perros, que nada más sirven para vivir
atravesados", gritó y se sentó de nuevo a terminar de abrir el último
trozo de carne.
LA CENA PARA EL HIJO

Aura no sabía que los microorganismos (seres vivos no visibles por el
ojo humano) se hallan por todas partes: en las paredes, en la manguera con que
riega las matas, en el
ambiente, en los utensilios que ella guarda a la intemperie en la mesa del
patio, en fin. Estos microorganismos también se llaman gérmenes o bacterias y
uno solo de ellos se divide en dos cada 20 minutos, de modo que en 10 horas
puede haber más de 1.000 millones de gérmenes producidos por uno solo de ellos.
Los
gérmenes producen venenos que hacen enfermar a la gente y, a veces, pueden causar
la muerte. Si los alimentos no se cuidan adecuadamente, la gente puede
ingerirlos contaminados. Aura no sabía eso: desde la carne que saló hasta la
ensalada que preparó pudo haber contraído gérmenes.

COMER BIEN, NO ES COMER DEMASIADO
Al
hijo de Aura, el hambre lo hacer sentir impotente ante cualquier actividad que lo
desafíe, por más liviana que sea. Y
el primer impulso que siente es llenar su estómago vacío con lo primero que se le
atraviese. Entonces, va a la tienda más cercana y le da rienda suelta a sus
deseos incontrolables o abre desesperado la nevera y busca entre los
recipientes tapados el alimento que sacie el hambre de limosnero que lo devora.
Pero
no conforme con lo que pudo encontrar en esa búsqueda de locos, destapa cuanto
caldero y olla encuentra sobre la estufa. Porque para su mentalidad de comelón
insaciable, el único fin es echarle al estómago lo que halla, como quien llena
un costal de cachivaches.

Ignora que mucho de lo
que come puede afectar su estado de ánimo y su estado físico. Su cultura lo ha
hecho creer en el error de que estar robustos es sinónimo de buena salud. Le
enorgullece cuando alguien, maravillado por su robusta figura dice algo sobre su
buena comida.
Pero esa "buena
comida" le puede acarrear problemas de colesterol, triglicéridos,
diabetes, etc. que afectarán enormemente la salud. Comer bien, no es comer en
exceso.
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