Un comando de las Farc dinamitó el tren de transporte de carbón de la mina de El Cerrejón, una de las más grandes del mundo, en el departamento caribeño de La Guajira, el 2 de mayo de 2002. Los insurgentes detonaron el artefacto a unos 100 kilómetros de Riohacha, provocando el descarrilamiento de catorce vagones del tren, que transportaba 5.000 toneladas del mineral hacia la terminal caribeña de exportación de Puerto Bolívar. Ninguno de los operarios del tren resultó herido en el atentado, que paralizó la línea férrea y comenzó a ser reparada de inmediato.
El autor de este blog envió, en esa época, una carta al entonces presidente de la empresa atacada, que fue publicada en su totalidad por el diario regional El Heraldo, en su sección Puntos de vista, el día jueves 9 de mayo de 2002, en la página 2A. Este es el contenido de esa misiva:
Barranquilla, mayo 7 de
2002
Doctor
HERNÁN MARTÍNEZ TORRES
Presidente de Intercor Barranquilla
Respetado doctor Martínez:
Es increíble la insistencia de la minoría violenta
de este martirizado país en explorar profundidades que eviten agotarnos, a la
inmensa mayoría de colombianos, la capacidad de sorprendernos con cada acto de
terror que cometen. Cuando nuestra infinita tristeza considera que la más
reciente ferocidad cometida no podrá ser superada jamás, un nuevo hecho de
barbarie nos demuestra que estábamos equivocados. Así, esos pocos compatriotas,
obnubilados por sus propias equivocaciones, nos mantienen zambullidos en el mar
sin fondo de la impotencia, la desesperanza y la insensatez.
Acabo de regresar de un
lugar apartado de nuestra geografía caribeña, en donde no existe telefonía fija
ni móvil, tampoco televisores ni transistores ni maneras de que lleguen
noticias impresas. Es decir, un sitio para la meditación, sin las
interrupciones clásicas que la tecnología del mundo desarrollado nos ha
facilitado, donde la única (y suficiente) preocupación consiste en camuflarse
bien entre los lugareños para no ser descubierto por cualquiera de los actores
de este conflicto que nos agobia.
Viajé allá con la misión
de desintoxicar el alma con el susurro del viento, el canto de las aves, la claridad de
la luna llena y el agua fresca que brota de la tierra; y regresar con el
espíritu fortalecido y la mente despejada para enfrentar mi propio drama de
seis meses desempleado y resistir las duras embestidas de quienes están
empecinados en acabar con mi país.
El panorama que encuentro,
al regresar a la realidad de mi patria, es desolador. De los múltiples hechos
que ensombrecieron el acontecer nacional en estos 15 días de ausencia, dos han
sido esencialmente duros para mí: el atentado terrorista contra el ferrocarril
que transporta el carbón a Puerto Bolívar, en La Guajira, y el genocidio perpetrado
contra miembros de la comunidad de Bojayá, en el Chocó.
Mire usted, doctor Martínez, las terribles coincidencias que rodean estos
dos actos repudiables. La Guajira fue, por muchos años, uno de los
departamentos más marginados por el Estado, redimido, precisamente, por la
construcción y operación del complejo carbonífero de El Cerrejón Zona Norte,
del cual hace parte el tren violentado; el Chocó continúa siendo una de las
regiones más pobres y olvidadas por el Gobierno central. En La Guajira se pone
en peligro la estabilidad de las ayudas voluntarias a la comunidad, que
Intercor, operadora de la mina carbonífera, ha implementado .a través de
programas como el Plan de Ayuda Integral para la Comunidad Indígena -Paici-,
con el que la raza wayuu han sentido un gran alivio a sus sufrimientos,
agrandados por décadas de abandono estatal, actividades que junto a los enormes
recursos que le entran al departamento por regalías, salarios y pagos de
impuestos, originados en El Cerrejón, han contribuido
con el desarrollo de esa región; los niños, mujeres, hombres y ancianos que
cayeron en el Chocó son miembros de una etnia sufrida y con muy pocas garantías
de desarrollo, ni siquiera por la riqueza aurífera que se encuentra en ese
territorio.
Nada en el mundo justifica los actos referidos aquí. Quienes los
cometieron aducen ser defensores, ¡qué contrariedad!, de los desfavorecidos. Yo
hago parte del 18% de desempleados de Colombia, he vivido la tragedia de buscar
el milagro diario de sostener un hogar compuesto por dos hijas (la menor de,
apenas, seis meses de nacida) y mi mujer, sin cinco centavos de ingreso y
acosado por las deudas. Y jamás se me ha pasado por mi mente cometer atentados
contra la humanidad, dizque para lograr reivindicaciones sociales. Nunca me
sentiré representado por la inconsciencia de quienes han contribuido, con sus
hechos destructivos, a que los marginados seamos cada vez más en este país.
Respetado doctor Martínez: reconocidos economistas de Colombia han
manifestado su preocupación por el estancamiento y rezago de los niveles de
desarrollo de nuestra Costa Caribe. Y han tomado el progreso de La Guajira como
un caso excepcional en la región, atribuido por ellos a la producción y
exportación de carbón de El Cerrejón. Yo, que fui criado por mi abuela en esos
amados parajes áridos, robándole felicidad a la miseria originada por la
desidia oficial, doy fe del crecimiento constante de ese departamento, a partir
de mediados de los años 80, cuando a las industrias del mundo empezó a llegar
el carbón de esa tierra del alma.
Por eso, rechazo todo acto terrorista contra el
complejo carbonífero que usted representa, le doy mi voz de aliento y lo incito
a que no se amilane ante la violencia, a que continúe generando bienestar y
progreso para ese, el terruño de mis ancestros. Estoy convencido de que algún
día triunfaremos los que soñamos con un futuro de paz, tolerancia y felicidad,
pues somos mayoría. Sé que la Divina Providencia nos permitirá, más tarde,
poder viajar sin miedo a los lugares remotos de nuestra patria, ya no a
resarcirnos de las angustias que cotidianamente nos produce el salvajismo de
esta guerra, si no por el puro placer de contemplar el cielo lleno de estrellas,
acostados boca arriba sobre la grama, mientras nos arrullan las chicharras con
sus silbidos sonoros.
Cordial saludo.
Atentamente,
JOHN JAVIER ACOSTA RODRÍGUEZ
Me encantó este párrafo: "Sé que la Divina Providencia nos permitirá, más tarde, poder viajar sin miedo a los lugares remotos de nuestra patria, ya no a resarcirnos de las angustias que cotidianamente nos produce el salvajismo de esta guerra, si no por el puro placer de contemplar el cielo lleno de estrellas, acostados boca arriba sobre la grama, mientras nos arrullan las chicharras con sus silbidos sonoros." No tenía conocimiento de ese suceso.
ResponderBorrarQue cosa tan hermosa mi querido John Acosta. Te admiro y eres un gran ejemplo; aunque le des el lado a Uribe jajaja profe, un abrazo inmenso. Bendiciones