Hubo poco sol, lo que favoreció la jornada |
Por
John Acosta
Solo fue un amague pasajero al
inicio de la jornada. Afortunadamente, quienes estábamos ahí supimos manejar la
situación. El experimentado jardinero que se contrató ya había podado tres
árboles y se disponía a intervenir el cuarto. Entonces, el caminante de unos 70
años, que se había levantado temprano para su habitual caminata dominguera en
el boulevard, comenzó con sus alaridos a todo pulmón: que se estaba cometiendo
una masacre contra los árboles, que eso pasaba cuando personas sin experiencia
se ponían a hacer algo para lo que no estaban capacitado, que Barranquilla
necesitaba árboles, en fin. Dejé el rastrillo con que recogía las bolsas
plásticas y la basura general y me le acerqué para tratar de calmarlo. Le
expliqué que eso era una iniciativa comunitaria de vecinos que queríamos darle
una cara digna al sitio donde habitábamos, que el señor que podaba los árboles
conocía muy bien su oficio, pero el anciano siguió con su perorata.
Afortunadamente, los dos perros que lo acompañaban parecían temerle al amo y
eran diametralmente opuestos a él: sumisos, agachaban la cabeza y no lo
acompañaron con sus ladridos.
Ninguno se escapó de la responsabilidad cívica de ese domingo |
El hombre siguió con sus dos
animales amarrados y al rato regresó más calmado. Uno de sus caninos hizo su
gracia y los residentes del edifico de 15 pisos, que está al frente, comenzaron
a gritarle desde los últimos pisos (15, 14) hacia abajo: “¡Recógela, recógela!”.
El hombre se asustó un poco y se nos
acercó más calmado. “Los árboles no se deben podar con machetes sino con
serrucho”, nos dijo. “Si usted le pone un machete a esos jardineros bárbaros,
ellos hacen desastre con los árboles: tienen que controlarnos”, remató y se fue
con sus perros. Nos quedó claro que no vive alrededor del boulevard.
El antes, durante y después de la podada: la diferencia se nota |
No hubo más incidentes durante
la jornada. Al contrario: pura camaradería entre vecinos que no nos conocíamos
por los avatares diarios de la ciudad. Palas, escobas, rastrillos, todos los
implementos necesarios para un trabajo comunitario de esa magnitud. A medida
que avanzábamos, iban apareciendo las miserias propias de la inconciencia
ciudadana: viejos calzoncillos, brasieres en desuso, frascos de perfumes finos
y no tanto, calcetines descoloridos, bolsas plásticas de todo tipo, empaques de
juguetes, hélices de abanicos caídos en desgracia, zapatos cuyo esplendor se
había desvanecido con la efímera época de gloria con que sus dueño lo
compraron. Y bastante mierda de perro.
Todos colaboraban, incluso, deshidratando a los que trabajamos |
Un vecino paseaba con su
perro, que hizo su gracia y el amo la recogió enseguida en la bolsa que llevaba
para tal fin: todos lo aplaudimos. El hombre partió con su animal y apareció
después con sus guantes y una nevera de icopor cargada de agua para todos: fue
uno de los más entusiastas aseadores. Otro vecino iba saliendo de su conjunto
en su flameante carro y se topó de frente con la jornada, bajó los vidrios. “Carajo,
¿por qué no me habían avisado de esto?”, nos dijo. Se devolvió en su carro y
regresó con el atuendo apropiado. También apareció una jarra de agua de arroz
helada, un ponqué casero elaborado con zanahoria, varios litros de gaseosa.
Mejor dicho: no faltó nada para los que participamos de esa labor cívica.
La Triple A se llevó las ramas cortadas, quedó debiendo la llevada de las piedras |
Por supuesto, no todo fue
color de rosa. Un vecino iba con su perro, que hizo su gracia y el amo no la recogió.
La vecina que le pidió que lo hiciera recibió como respuesta un “para eso estás
tú ahí: recógela” y se fue. Otros vecinos pasaban en sus carros y miraban para
otro lado haciéndose los locos.
Lo cierto es que el sol se
portó a la altura, pues permitió que las nubes opacaran la fogosidad de sus
rayos. Gracias a Dios porque la trasnochada que nos hizo pegar Electricaribe no
nos hubiera permitido aguantar una soleada intensa. Yo había llegado a las 10
de la noche del trabajo en Santa Marta y la luz se fue una hora después. Como
no podía soportar el calor, salí a dormir en el balcón, donde pude conciliar el
sueño, cansado con mi lucha a muerte con los zancudos. A las dos y media de la
mañana desperté, comprobé que ya había llegado la luz, bajé a subir los tacos y
pude dormirme de nuevo en la comodidad de mi cama. A las ocho de la mañana me despertó mi señora
para cumplir con el compromiso de limpiar el boulevard.
El aguacero que cayó después de la jornada alegró la belleza de los árboles |
Hasta el mediodía estuvimos en
esa labor. La brisa se había llevado a las nubes para otros horizontes y el sol
empezó a relucir más altanero que nunca. Suspendimos la labor con la determinación
de continuar el próximo domingo. Valió la pena el esfuerzo. Medio boulevard
luce hermoso. Al otro medio le tocó esperar una semana más. Ojalá Electricaribe
olvide por este sábado la tortura diaria a la que nos tiene sometido y nos permita
dormir bien para amanecer con bríos el domingo entrante. Quiso Dios que en la tarde cayera un buen aguacero sobre los árboles recién podados.
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