Por John Acosta
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| Ubicación del Cerrejón |
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| Ubicación del Cerrejón |
Ahí están. Erguidos e imponentes. Desafiando los vientos que merodean con insistencia. Con una altura de 72 metros, forman parte del sistema de manejo de carbón de la mina, cuya construcción se terminó en el último trimestre de 1984. Se trata de los silos.![]() |
| Dibujo de Javier COVO Torres |
Media Luna era un caserío de indígenas condenado a ver pasar los años en los barcos de contrabandistas que transitaban por el canal natural de aguas profundas, originado desde el océano hacia Bahía Portete por los designios sagrados de la naturaleza. Sus habitantes estaban destinados a dejar transcurrir los días en el sopor del sol tropical, acostados en un chinchorro bajo la sombra de su enramada de yotojoro (especie de madera que tiene el cardón por dentro y que los indígenas guajiros utilizan en el cercado de sus corrales y en el techo de sus viviendas), mientras la embarcación cruzaba con su carga de mercancías.
Era de madrugada. Los primeros cantos de los pájaros silvestres invadieron el campamento. Una brisa seca y fría inundaba el ambiente. Detrás de la serranía, el cielo era rojizo: iba a salir el sol. A lo lejos se escuchaba el bramido de los terneros encerrados en los corrales: estaban ordeñando las vacas. Por las rendijas de las ventanas de las barracas se escapaban rayos de las luces recién encendidas.![]() |
| Aspecto del campamento de Tabaco. Al fondo, la pista de aterrizaje, con el avión que viajaba los jueves Bogotá-Tabaco-Bogotá |
Duraban hasta ocho horas metidos en el mar. El de ese día, había sido el ejemplar más grande que cogía el niño Robinson José. Lo que él ni los demás niños llegaron a pensar, entonces, era que sería el último cangrejo que Robinson cazara en su vida. En la carrera de cangrejos que los muchachos acostumbraban a realizar a diario en la playa, los animales de Robinson José casi siempre ganaban. Era obvio que ese día, con semejante ejemplar tan grande, no tenía por qué ser distinto. Ya los otros niños habían cazados sus cangrejos. En medio de gritos de jolgorio, empezaron la competencia. Poco a poco, la torpeza y la grasa del gran cangrejo de Robinson José lo fueron dejando relegado hasta quedar completamente atrás. Fue la última carrera de cangrejo que Robinson José Pérez Ruiz perdió en su vida.
Nací en Fonseca, en el departamento de La Guajira, el 22 de febrero de 1944. Aquí mismo hice la primaria y llegué hasta tercero de bachillerato. Por ese entonces, andaba con mi mamá p'arriba y p'abajo. Hasta que en 1966 me fui pa' Venezuela, por plena vía, con permiso fronterizo y todo. Allá me quedé hasta el 69. Trabajé duro y parejo en una finca.
Los muchachos traían la algarabía de siempre. Allá arriba, en el firmamento, la luna brillaba en todo su esplendor. Las nubes de polvo que levantaba el camión, en su andar tortuoso por la carretera sin pavimento, se posaban en los montículos que estaban a los lados de la vía. Esa noche, la gente estaba más feliz que de costumbre porque les había ido bien en los campos algodoneros. Eran las nueve pasaditas. Y la mayoría de los pasajeros venía sin almorzar todavía.
Por eso, siempre van a la granja. El tío Efraín es el que más trabaja la tierra. El pequeño Jean Carlos lo ve desde la sombra de un palo de corazón fino. Así, con sus pantaloncitos cortos, sus costillas al aire y sus pies descalzos, Jean Carlos acompaña a Teresa Ipuana, su madre, cuando en las tardes ella pasa por los cultivos y arranca un tallo de cebolla larga o una berenjena o un ají, en fin, lo que está dispuesto para la comida de la noche.
El frente del negocio de María del Carmen Castaño tiene piso nuevo. Se lo construyó su marido hace poco. Por eso, hubo que regresar al día siguiente para tomarle las fotos: toda la mercancía estaba guardada adentro. Pero la entrevista sí se hizo esa tarde. María del Carmen estaba haciendo la siesta. Sugey Alcira, su hija, la despertó para que atendiera la visita que acababa de llegar.
Arlem Alvarado no esperaba que la entrevista fuera esa tarde. Cuando llegamos con el andamiaje de cámara fotográfica, grabadora, papel y lápiz, se sorprendió. "Ay, y yo en esta facha", dijo. Estaba en su tienda, acomodando unas bolsas de arroz sobre los estantes de un armario de madera. "Déjenme ir un momentico a cambiarme". Y salió.