Por John Acosta

En la ranchería Aulaulia, todos los sembrados están bonitos. El único problema que deben afrontar es el de los pájaros ociosos: no pueden ver que un pimentón está rojo porque vuelan a comérselo. Alexandra Navarrete, coordinadora del programa de ayuda a los indígenas de la fundación que hace préstamos a estas comunidades indígenas, espera solucionarlo con un gavilán disecado que pondrá en la mitad de la huerta. Con los ajíes no se meten: las aves le tienen pánico al picante.
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La yuca ya casi está de arranque. Ha crecido rápido. Y el fríjol, el tomate, la col, los melones, la patilla: todo. En Aulaulia ha llovido bastante. Incluso, Efraín y Gilberto tienen que estar limpiando a pala la maleza que va naciendo. En el verano, los cultivos aguantaron a punta de reguío. Ellos comprobaron la eficiencia del sistema que les construyó la fundación
Jean Carlos está creciendo sano. La dieta alimenticia ha cambiado en Aulaulia. Y en Orroko, en Santa Ana, en Majayulumana, en fin, en todas las otras rancherías en donde han levantado granjas comunitarias. La etnia wayuu de estas rancherías ha mejorado bastante su sistema alimenticio.
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La niña llena sus cántaros, los amarra en los cachos de la angarilla y echa el burro por delante. Jean Carlos corre mojado a alcanzar a su madre que, junto con Gilberto, su marido, van a casa.
El niño lleva su berenjena entre manos. Aulaulia, sin duda, es otra.
Publicado en el periódico Fundicar, número 4, julio de 1995
Qué manera tan amena de presentar una noticia acronicada profe. Un abrazoo
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