25 mar 2012

Historia del Cerrejón (3): Puerto Bolívar, la sorpresa de su hallazgo


Por John Acosta

Media Luna era un caserío de indígenas condenado a ver pasar los años  en los barcos de contrabandistas que transitaban por el canal  natural de aguas profundas, originado desde el océano hacia Bahía Portete por los designios sagrados de la naturaleza. Sus habitantes estaban destinados a dejar transcurrir los días en el sopor del sol tropical, acostados en un chinchorro bajo la sombra de su enramada de yotojoro (especie de madera que tiene el cardón por dentro y que los indígenas guajiros utilizan en el cercado de sus corrales y en el techo de sus viviendas), mientras la embarcación cruzaba con su carga de mercancías.

Ahí, entre mujeres tejedoras y niños correteando chivos, los hombres esperaban la noche sin luna para lanzarse, encaramados en sus canoas de vela, al mar de sus misterios. Y regresaban al amanecer con la pesca del sustento. Nunca pasaba nada extraordinario. Ese era el devenir monótono de su rutina diaria.

Dibujos de Javier COVO Torres
Mientras tanto, 150 kilómetros más allá, en las entrañas de la península, unos geólogos constataron la existencia de carbón en cantidades apreciables y de alta calidad. Para la producción en gran escala del mineral, se hacía necesaria la construcción de una infraestructura sin precedentes en la historia de la ingeniería colombiana.

Buscando  un puerto
Había que buscar un lugar en la costa caribeña de Colombia donde se pudiera levantar un puerto capaz de recibir buques hasta de 150 mil toneladas de capacidad. Se hicieron estudios entre Santa Marta, en el departamento del Magadalena, y Punta Gallina, en La Guajira.

Ninguna región costera del Caribe colombiano podía ofrecer más factibilidades para construir una obra de tal envergadura que los accidentes geográficos de la única península del país: La Guajira. Dieciséis norteamericanos y un geomorfólogo nacido en Colombia, Eduardo Gutiérrez, tuvieron la responsabilidad histórica de surcar las aguas de esa parte del Atlántico, escogida para tener el privilegio de llevar sobre sus costas un monumento al desarrollo de Colombia: Puerto Bolívar.
 
En una embarcación con un nombre peculiar, la "Strega" -palabra italiana que significa "bruja"-, los navegantes buscaron el sitio apropiado para la instalación del puerto. La nave, que en sus tiempos de gloria había sido el yate privado de Frank Sinatra, ondeó por las costas tropicales del Magdalena y La Guajira, en una misión diferente a la de recrear los ratos de ocio de su antiguo dueño.



En La Guajira se hicieron investigaciones en Bahía Concha, Palomino, Puerto López, Bahía Honda, Bahía Hondita, Castilletes, Río Ancho, Cabo de la Vela y Bahía Portete. Los resultados dieron a los tres últimos como las opciones para la construcción del puerto. No fue difícil precisar, finalmente, dónde sería la ubicación exacta del futuro muelle carbonífero.

La profundidad de un canal, que salía de Bahía Portete para adentrarse en la inmensidad del océano, se convirtió en el atractivo natural para construir en ese sitio un muelle de exportación de carbón con una dimensión tres veces mayor al más grande puerto que existía en Colombia.

Por uno de esos designios inmodificables del destino, Media Luna dejaría de ser una espectadora pasiva ante el paso ilícito de barcos contrabandistas para convertirse en testigo activo de la llegada de remolcadores gigantescos que arribaban al lugar, después de navegar por las aguas profundas del Atlántico, con sus cargas sorprendentes de maquinaria pesada, necesaria para hacer realidad el megaproyecto más ambicioso de la minería colombiana.

Pero los tripulantes de la "Strega" se encontraron con que el canal natural estaba sellado en la boca de la bahía. Había que determinar entonces de qué se trataba. Si era alguna roca inmensa, los habitantes de Media Luna deberían olvidarse para siempre de cambiar el curso sin esperanzas de sus vidas y seguir con el trajinar diario de sus existencias, inundadas de miseria por la desidia de sus hermanos arijunas (así llaman los indígenas al blanco o "civilizado").

La firma José Tamayo se encargó de hacer un estudio geotécnico. Y descubrieron una verdad alentadora: lo que interrumpía el canal a la entrada de Bahía Pórtete era puro sedimento. Fue necesario utilizar dragas de succión para rescatar esa parte del canal. Parece ser que, en épocas remotas, el río Magadalena desembocaba allí. Los levantamientos geológicos de la Sierra Nevada de Santa Marta hicieron dividir en dos el cauce de la arteria fluvial que mucho tiempo después se convertiría en la fascinación del niño Gabriel García Márquez, cuando fue enviado por su madre a un internado en Zipaquirá. Así nacieron lo que es hoy los ríos Ranchería y el Cesar. Y no hubo que buscar más: allí se construiría Puerto Bolívar.





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