El sacerdote Leonardo Berrocal es quien oficia la Eucaristía, en esta nueva etapa de la capilla de Uniautónoma del Caribe |
Por
John Acosta
Después de más de medio siglo
de existencia, experimenté una hermosa conexión en misa: ya no solo entre Dios
y yo (que es lo que vivencio siempre en las eucaristías) sino entre Dios, el sacerdote,
los demás fieles y yo; es decir, un enlace espiritual a cuatro bandas. La razón
podría ser la hermosa sensación de regocijo que cada uno de nosotros sentíamos
en nuestros adentros por haber logrado reunirnos otra vez como comunidad
cristiana en la capilla de la Universidad Autónoma del Caribe, después de los
innumerables sinsabores que nos tocó padecer por los malos manejos en la
administración de tristes recuerdos, que obligó, entre muchas otras cosas, al
cierre de nuestro rincón sagrado de reencuentro diario con el Ser celestial en
las eucaristías del medio día. Hoy, afortunadamente, después de dos años, regresamos
a nuestro lugar de siempre.
En estos dos años de sequía piadosa
dentro de nuestra capilla, en la Universidad Autónoma del Caribe se celebró la
eucaristía muy esporádicamente: solo en eventos importantes, como el miércoles
de ceniza, pero se hacía en la plazoleta de la amada institución educativa; por
eso, regresar a ese sitio especial para escuchar la palabra, entre amigos
docentes, estudiantes y administrativos, comprometidos todos con el rescate
definitivo de esta querida empresa de educación superior, es un hito importante
para los creyentes académicos.
Cuando llegué a la Universidad
Autónoma del Caribe, hace 20 años, no había capilla. Y las misas se celebraban
solo en ocasiones especiales, casi siempre en el teatro Mario Ceballos Araújo,
otro espacio emblemático que la administración de Ramsés Vargas dejó deteriorar
y que tenemos la esperanza de recuperar pronto; por cierto, lo único bueno que dejó
Ramsés Vargas en la universidad fue, precisamente, la capilla: no se sabe si la
construyó como una forma de mostrarse ante todos nosotros como un cristiano
comprometido, mientras planeaba y ejecutaba su siniestra estrategia de saqueo;
o si, de veras, sentía que debía dotar a la universidad de un sitio apropiado para
el encuentro diario de la docencia con Dios.
Capilla de la Universidad Autónoma del Caribe |
Incluso, hasta contrató un
capellán, que tenía su oficina en Bienestar Universitario. Era un sacerdote eudista
que nos celebraba la eucaristía, de lunes a viernes, al medio día; yo era feliz
yéndome a almorzar, después de esa reflexión sacramental todos los días; a veces,
Ramsés Vargas iba a la eucaristía con su séquito de guardaespaldas, quienes se
quedaban a la entrada. Allá se encontraba uno, casi siempre, con los dos alfiles
inmediatos de Ramsés Vargas. Eran las únicas dos personas que se arrodillaban
ante el sacerdote para recibir la sagrada comunión: cuando llegaban ellos
frente al pastor, se interrumpía el flujo normal de la fila de comulgantes y
tocaba esperarlos a que se postraran de rodillas y se volvieran a incorporar;
precisamente, fue esa actitud hipócrita de ellos dos ante el altar la que me alejó
de las misas diarias de la universidad, cuando ya todos empezábamos a sospechar
(y a padecer) lo que estaban haciendo con las finanzas de nuestra institución.
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Era, por supuesto, una
decisión mía injusta con Dios, pues Él no tenía la culpa de lo que hicieran las
personas con el libre albedrío del que el Señor nos dotó; sin embargo, yo no
podía continuar con mi hipocresía de que nada pasaba en mi interior, cuando
esos dos señores se arrodillaban ante el padre a recibir el cuerpo de Cristo. Me
alejé, entonces, de la capilla; luego, la cerraron desde que en la Facultad de
Ciencias Sociales y Humanas iniciamos las protestas masivas, aquel inolvidable
21 de febrero de 2018, para sacar a Ramsés Vargas y sus cómplices de la
universidad.
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El capellán dejó su cargo en
la universidad, una vez se restablecieron las clases. Y las eucaristías
volvieron a ser esporádicas, pero no se hacían en la capilla, sino en otros
escenarios de nuestra Alma Máter; afortunadamente, Alba Ibáñez parece una
hormiga obrera desde su cargo en Bienestar Universitario: logró conformar un
grupo para vivenciar semanalmente el Santo Rosario en la capilla y consiguió
restablecer las eucaristías cada ocho días, también en la capilla. El sacerdote
fue excelente estudiante mío en la asignatura Sociedad y cultura para la paz, pues él se graduó en Ciencias Políticas
en nuestra universidad.
Después de la misa del jueves,
se hace la adoración al Santísimo y es hermoso escuchar a cada uno de los
asistentes haciendo sus peticiones al Señor, que coincidían en un mismo
aspecto: que siga la exitosa recuperación de nuestra universidad, con la
confianza de la sociedad colombiana, que matricula a sus hijos en la Autónoma
del Caribe para que nosotros se los formemos como líderes que transforman al
país.
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