Por John Acosta @Joacoro
El
pasado 30 de enero venció el plazo para pagar la primera cuota del acuerdo al
que me vi obligado a firmar con la oficina externa de cobranza que contrató el
Banco de Occidente para llevar ante la justicia el cobro de la deuda que
adquirí hace cinco años con esa entidad crediticia para la compra de mi carro
de baja gama. No pude cumplir con ese pago y todavía no sé cuándo podré
hacerlo, pero sí puedo vislumbrar las consecuencias lógicas que esa situación
puede acarrear: me quedaré sin el transporte con que llevo a mis hijas al
colegio. En realidad, es la segunda o tercera vez que me toca hacer este tipo
de arreglos con la misma institución bancaria por el mismo crédito y por la
misma razón de hace unos dos años, que es la que motiva la redacción del
presente texto.
El
mismo mes y año que me entregaron el carro, recibí la casa nueva: enero de
2013. La casa, que la compré en planos, la había empezado a pagar unos cuatro
años antes. Ambos, la casa y el carro, son los dos únicos patrimonios que puedo
heredar a mis hijos. Y ambos estoy a punto de perderlos. En estos dos últimos
años, me ha tocado atrasarme varias veces en el pago de la cuota del préstamo
de vivienda con el Banco AV Villas, pero el año pasado la situación se puso tan
crítica que tomé la decisión de venderla
para rescatar algo de la inversión. Afortunadamente, la familia de mi compañera
de hogar, la misma que le ha tocado sufrir en silencio todo este martirio, pagaron
las cuatro cuotas atrasadas, con sus respectivos intereses por mora y me
pusieron el crédito al día hasta octubre; no obstante, la misma situación que
motiva este texto, ha hecho que otra vez me atrase en esta deuda: ya debo tres
cuotas (noviembre, diciembre y enero).
En
el conjunto residencial donde vivo, los vecinos me respetaban por mi seriedad y
mi fidelidad en el cumplimiento de las normas. Tanto es así, que me eligieron
como miembro del primer consejo de administración que tuvo el nuevo conjunto;
eso hace más de cuatro años. Hoy no puedo participar en la elección del nuevo consejo
porque estoy bastante atrasado en el pago de la administración; tanto, que ya la
cuenta por este concepto pasó a cobro jurídico. El motivo de mi mora es el
mismo por el cual redacto este texto.
Todos
mis lectores conocen el lío que tuve con Bancoomeva porque la oficina externa de cobranzas logró que el juez me embargara el carro por la mora
extendida en el pago de un préstamo que esa entidad me hizo para completar la
cuota inicial de la compra de mi casa, hace cinco años. Conseguí que la
Universidad Autónoma del Caribe, donde trabajo, me prestara para saldar esa
deuda. La pagué, pero Bancoomeva nunca informó al juez que lo hice y una tarde
que fui a hacerme un examen médico, dos policías me quitaron el carro y lo
dejaron en un parqueadero por la deuda que yo ya le había pagado a Bancoomeva.
He publicado cinco escritos sobre este caso y no dejaré de escribir hasta que
Bancoomeva no me indemnice. Mensualmente, la Universidad me debe descontar, como
corresponde, para el pago de este crédito. Todos estos inconvenientes se deben
a la misma razón por la cual escribo este texto. (Aquí pueden leer los artículos sobre el caso Bancoomeva)
A
propósito del examen médico de la tarde en que me quitaron el carro, no me lo
pude hacer porque no estaba al día en el pago de la EPS. Al sol de hoy, no me
he podido hacer dicho examen.
No
solo con los bancos
La
crisis financiera por la que estaba sufriendo en silencio, no solo me ha llevado
a vivir situaciones incómodas con las entidades financieras, sino que me ha
permitido experimentar y revivir emociones, incluso, contradictorias. Para
sobrevivir al pago de los servicios públicos, de los pasajes en bus (cuando me
toca dejar el carro en la casa porque no tengo para la gasolina o por temor a
que me lo vuelva a quitar la policía en plena calle por embargo de algún
banco), de la compra de elementos básicos para preparar los alimentos del día,
para sobrevivir a ello, repito, debo acudir al préstamo solidario de los amigos
que trabajan en otras empresas. A la mayoría todavía les debo los 200 o los 500
mil pesos. Debo confesar que redescubrir el paisaje urbano, a través de la
ventanilla de los buses, me alimenta un poco el alma y me ayuda, por momentos,
a sobrellevar mi tragedia.
Con
el fin de solventar un poco esta difícil situación, se me ocurrió construir dos
habitaciones adicionales en el patio de mi casa para aprovechar que vivo en el
corredor universitario y arrendar los nuevos cuartos a dos estudiantes, pero la
agudización de la crisis me obligó a paralizar las obras porque no tenía cómo
pagarles a los trabajadores, a quienes todavía les debo, ni tampoco con qué
comprar el resto de material. En todo caso, una vez me tocó decirle a un
primohermano profesional para que me prestara un dinero y poder pagarles esa semana
de trabajo a quienes construían las dos habitaciones. El primo me auxilió en
esa oportunidad, pero no pude devolverle su plata a tiempo por las razones que me obligan a
escribir este texto. Por supuesto, cuando pude, le pagué en su totalidad al
primo. Unas semanas después, los recibos de luz y agua habían vencido, como me ocurre casi siempre en los dos últimos años, y volví a
molestar a mi primo para que me prestara: no me respondía el whatsapp. Ante mi
insistencia, me dijo que ahí me tenía el préstamo, pero que él no era
partidario de esas acciones, pues la experiencia le había mostrado que siempre
terminaban enemistados ambos; obviamente, nunca fui por esa plata.
En
diciembre, otro primohermano, que no pudo terminar ni siquiera el bachillerato,
pero que le ha ido muy bien en su negocio de independiente, me regaló un
dinero: “al único que no había ayudado es a ti, y sé que ahora lo necesitas”,
me dijo entonces.
El
pasado 31 de enero, se cumplió el primer aniversario de la muerte de un tío
paterno, que fue como mi padre. Por supuesto, sentía la obligación espiritual
de asistir a la misa por ese motivo, pero no tenía con qué financiarme el viaje
de cuatro horas hasta la ciudad donde sería el evento familiar. Le escribí a un
alto directivo de la Universidad Autónoma del Caribe, donde trabajo, y le
solicité que, por favor, me abonaran así sea un mes de mi salario para poder
hacer ese viaje y pagar la cuenta de mi celular que llevaba tres semanas
cortado. No pude conseguir lo que le pedí con respecto a mi salario, pero me
ofreció tanquearme el carro con su tarjeta de crédito. Un hermano mío de parte
de madre, que ni siquiera terminó la primaria, me pagó los peajes. Una vez allá,
el mismo primohermano independiente, y sin que yo se lo pidiera, me regaló para
el tanqueo y los peajes de regreso. Estando allá, me di cuenta que ya me habían
reactivado el servicio de celular: no fue mi compañera de hogar la que lo hizo
(no tenía con qué, por supuesto); supongo que fue el alto directivo, a quien,
una vez reciba mis salarios atrasados, le pagaré, tanto la tanqueada de ida,
como la factura de mi celular. (Aquí puede leer artículo sobre el tío fallecido)
Mi relación con Ramsés Vargas
Conocí
a Ramsés Jonás Vargas Lamadrid, actual rector de la Universidad Autónoma del
Caribe, donde trabajo, cuando ambos éramos estudiantes de pregrado en la
Universidad de La Sabana, en Bogotá: él estudiaba Derecho y yo, Comunicación
Social-Periodismo. Con dos compañeras de estudio, fundé una revista
universitaria, que tuvo mucha aceptación entre los estudiantes y profesores de
la época. Tinta, se llamaba nuestra revista. Y se publicaban artículos de
opinión, poesías y crónicas de los estudiantes de toda la universidad.
Al
igual que otros estudiantes, Ramsés Jonás envió trabajos para que se les
publicaran en Tinta. Y, como estaban bien escritos, se publicaron. Cuando
culminamos nuestros estudios, cada quien tomó su propio rumbo. Volvimos a
encontrarnos muchos años después, cuando me vinculé en 2002 como profesor por
hora cátedra a la muy querida Universidad Autónoma del Caribe, donde su padre,
el respetable jurista Eduardo Vargas Osorio se desempeñaba como Secretario
General. El rector era el fundador de esta universidad, el también respetable
jurista Mario Ceballos Araújo. Con Ramsés Jonás nos topamos dos o tres veces en
los pasillos de la Universidad y, obviamente, nos saludamos con efusividad. Seguí
como docente y Ramsés Vargas se retiró por un tiempo. (Aquí se puede leer artículo sobre la revista Tinta) (Aquí se pueden encontrar artículos sobre los eventos desarrollados por el Departamento de Humanidades bajo mi dirección)
Regresó
en los tiempos aciagos en que a Silvia Gette le tocó abandonar la Rectoría de
la Universidad Autónoma del Caribe, cargo que asumió tras la muerte de su
esposo, Mario Ceballos. Las épocas de la administración de Gette también fueron
difíciles en relación con los pagos a los empleados: cuando eso, nos pagaban
quincenal y, en una oportunidad, se demoraron hasta tres quincenas para
cancelarnos el sueldo. Precisamente, a raíz de esos inconvenientes, fue que la
administración de Gette decidió pagarnos, ya no quincenal sino mensualmente.
Mal podría insinuarse ahora, entonces, que, ante una eventual salida de Ramsés
Vargas, debería regresar alguien de las entrañas de Gette: esa dicotomía de
que si no es uno, debe ser, necesariamente, el otro debe acabarse, en bien de
la Universidad Autónoma del Caribe.
Una
vez nombrado nuevo Rector de la Universidad Autónoma del Caribe, Ramsés Vargas
Lamadrid fue presentado a todas las dependencias. Cuando llegó a la Facultad de
Ciencias Sociales y Humanas, donde me desempeñaba como profesor de tiempo
completo, dijo delante de todos allí presentes que el primer artículo que
publicó en su vida, había sido por mí en la revista Tinta. Recuerdo que la
mayoría de quienes estaban en el sitio, me decían, después, que yo debía
aprovechar esa circunstancia para obtener beneficios en la universidad. Jamás
lo hice.
Ramsés
empezó a nombrar a sus colaboradores cercanos, muchos de la misma institución;
otros, traídos de afuera. Más o menos al año de estar en su cargo, me llamó
para ofrecerme la Dirección del Departamento de Humanidades: “Usted es un
humanista”, recuerdo que me dijo. Acepté. Y, junto al grupo de docentes y
estudiantes del Departamento, hemos realizado varias actividades académicas,
que no le generaban gastos a la Universidad, como simposios, foros, talleres
literarios, cafés filosóficos. La publicación de la revista PalaBrotas, que
Julio Sánchez Cristo dijo en la W Radio que su última edición había costado 900
millones de pesos, en realidad, las cotizaciones que nos correspondió hacer en
el Departamento de Humanidades oscilaban entre ocho y diez millones de pesos
cada edición de mil ejemplares; y la que tenía Julio Sánchez Cristo ese día en
sus manos, dedicada a los 50 años de la publicación de Cien años de soledad, obra cumbre de Gabriel García Márquez, fue
cotizada en 14 millones de pesos los mil ejemplares que se imprimieron. (Aquí se pueden leer artículos sobre la revista PalaBrotas)
Una vez me llamó la asistente del rector para
decirme que Ramsés Vargas me cedía un viaje a La Habana, Cuba. Tengo entendido
que la agencia de viajes premiaba a sus clientes con excursiones como esa. Lo
cierto fue que varios empresarios regionales fueron favorecidos por esa agencia
y los conocí en esa oportunidad. Escribí la primera crónica de las impresiones
de ese viaje: aún me estoy debiendo la segunda parte. (Aquí se puede leer primera crónica sobre ese viaje a Cuba)
En
otra oportunidad, me escribieron de Editorial Argenta, de Argentina, para
decirme que una agente literaria de esa
organización viajaría a Bogotá a reunirse con varios escritores para ver la
posibilidad de publicar sus obras y que me invitaban a esa reunión. Hablé con
Ramsés, le planteé la posibilidad de
suscribir un convenio con esta editorial y viajé a Bogotá por un día, por
cuenta de la Universidad. No era lo que yo pensé, pues la agente propuso que
fuéramos los escritores quienes pagáramos a la editorial la publicación de las
obras y ellos se encargaban de distribuirlas; por supuesto, no acepté y tampoco
pudimos concretar ningún convenio con la Universidad.
¿Por qué cuento todo eso
ahora?
Mi
condición de Director de un área de la Universidad Autónoma del Caribe hace que
se piense que, de alguna manera, soy “cómplice” de la situación financiera por
la que atraviesa esta querida institución. Como si fuera poca toda la tragedia
diaria que me toca vivir por el atraso en el pago de mi salario, descrita en
las dos primeras partes de este texto, y padecida por la mayoría de los
empleados de Uniautónoma, también sufro las insinuaciones sobre mi presunta
culpabilidad en la crisis económica que afronta nuestra Universidad.
Por
ejemplo, el 31 de julio de 2017 me llegó un correo dirigido a muchos
destinatarios cuyo remitente era alguien que se identificaba como
“transparencia hoy”. En un texto que titulaban en letras mayúsculas Untados de la mermelada de la Uniautónoma
del Caribe, decían que “todos se revisten de un manto de dignidad y se
enojan cuando son señalados… Es su manera de blindarse”. Y desplegaban un
cuadro donde aparecían los nombres de unos cincuenta funcionarios de la
universidad, la mayoría éramos directores del área académica.
A
pesar de la invitación a quedarse callados (“se enojan cuando son señalados”),
respondí el correo con mi caso particular, que era el que conocía. En el cuadro
publicaban lo que para el remitente era el salario que recibíamos mensualmente
durante 2015: aparecía una cifra que casi doblaba a la real; quiero suponer que
sumaban prestaciones, primas, cesantías e intereses de cesantías. Para el 2016,
extrañamente, pusieron una cifra inferior a la de 2015, pero, en todo caso,
superior a la real, lo mismo sucedió con el sueldo de 2017. Lo novedoso del
cuadro, y que creo fue lo que levantó la suspicacia del remitente, era la
bonificación mensual de menos de 900 mil pesos que aun recibo.
¿Cuál
es la razón de esa bonificación? Precisamente, debido a la crisis financiera,
los altos directivos de la Universidad llamaron a un grupo de funcionarios para
obligarnos a aceptar una rebaja del 25% de nuestro sueldo, que, en mi caso, fue
de cerca de un millón cuatrocientos mil pesos. Y, a cambio, nos daban una
bonificación mensual, que ascendía a un poco más de la mitad de la disminución
que nos hicieron; por supuesto, una bonificación significa que no aplica ni
para las primas, ni cesantías, ni vacaciones ni nada. Obviamente, a todos nos tocó aceptar. Como le dije a ese anónimo en mi respuesta: “por lo tanto, es la
Universidad la que sale ganando y hay un detrimento en el
salario mío; es decir, todo lo contrario de lo que sugiere el correo de marras:
en ese caso, la mermelada no me la da la Universidad a mí, sino yo a la
Universidad”.
Adicionalmente,
cada vez que comparto algo en las redes sociales, así no tenga nada que ver con
la Universidad, la gente lo comenta pidiéndome que me pronuncie sobre lo que
está pasando en la Autónoma del Caribe. Los lectores de mi blog me escriben
insistiéndome que por qué no opino sobre el caso. Mis colegas y amigos
periodistas siempre me echan en cara que si no digo nada es porque, ¡válgame
Dios!, estoy enmermelado.
Lo
que más me ha dolido de todos estos señalamientos, me sucedió el viernes
pasado. Después de que terminé labores en la Universidad, un amigo me invitó a
tomarnos unas cervezas. Una vez terminamos, a prima noche, se me dio por ir a saludar
a un amigo docente a su casa, que ya llevaba conociendo durante cuatro años. Él
había sido despedido de la Autónoma sin justa causa. Cuando lo vi, después de
dos meses, salí a darle un abrazo, que era como lo saludaba diariamente, y me
rechazó. “No es para nada agradable tu visita”, me dijo. “No te preocupes, yo
me voy”, le dije. Y me fui. Otro amigo, que fue despedido en el mismo instante
que él, y que conozco desde hace más de 15 años, me saluda emocionado cada vez
que nos vemos.
A manera
de Conclusión
He
padecido en carne propia la demora en los pagos, como la inmensa mayoría de los
empleados de la Universidad Autónoma del Caribe. Defiendo a esta institución,
no a ninguna persona en particular. Siento una enorme responsabilidad con los
estudiantes, a quienes me debo y por quienes cumplo con mi deber de asistir a
las clases. Nunca he permanecido callado frente a las directivas de la Universidad:
mis pares directores saben que en todas las reuniones he sido particularmente
duro frente a lo que está sucediendo: debo reconocerles la tolerancia frente a
mis críticas. No había dicho nada al público externo porque pienso que los
trapos primero se lavan en casa.
Sé
que este escrito no le va a gustar a los malquerientes del rector Ramsés Vargas
porque no fui particularmente duro con él. Posiblemente, tampoco le va a gustar
a Ramsés Vargas porque no hice una defensa decisiva de su gestión. Lo cierto es
que los medios de comunicación han realizado unos cuestionamientos a la
administración actual de la Universidad que los organismos de control del Estado
deben analizar y tomar las decisiones que el caso amerita. No responderé
ninguna llamada a colegas ni a medios sobre este texto, ni a los comentarios
que genere en las redes sociales, pues lo que tenía que decir ya lo dije. Si
las circunstancias me obligan a volver escribir sobre el tema, lo haré.
Artículo relacionado:
Silvia Gette y Ramsés Vargas: harinas del mismo costal
👍
ResponderBorrarTriste realidad laddla Universidad.Graciaspor compartirla John.
ResponderBorrar👍👏
ResponderBorrarJhon te dejaste llenar los ojos de humo. Actuaste ingenuamente y ahi están las consecuencias. Lo siento amigo pq sé q eres un buen ser humano...Hoy quiero pensar q fuiste asaltado en tu buena fe. Recuerdo cuando vociferabas en favor de la salida de S. Gette y la aceptación de quien hoy se constituye en el verdugo del legado de Mario Ceballos Araujo.
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