Por John Acosta @Joacoro
Hay una sensación de derrota en muchos de los
estudiantes y empleados de la Universidad Autónoma del Caribe, después de que
Sintrauac, el sindicato de trabajadores de esta institución educativa, hiciera
público a sus afiliados los acuerdos con que se levantaba el cese de
actividades, que, inicialmente, la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
promovió y ejecutó y del que, posteriormente, el sindicato se hizo cargo, con
la anuencia de muchos profesores de tiempo completo. Ya lo hemos dicho y lo
repetimos: si de algo sirvió esta lucha inédita de más de 15 días fue para
desnudar el resentimiento oculto, por lo dañino, de muchos. Esas vísceras
espirituales, expuestas al sol, pueden ser culpables de ese sentimiento de
frustración que hoy atormenta a estudiantes y trabajadores. En esta primera
parte, se hará un recuento de lo que ha sido, desde mi perspectiva, los
aciertos y desaciertos de la lucha sindical dentro de la universidad, que no es
muy larga. En la segunda parte, podrán leer ya lo que ha sido la experiencia en
este cese de más de 15 días.
Es muy difícil ser objetivo en la apreciación de
un hecho, cuando uno fue protagonista inicial de ese suceso; sin embargo, no se
debe dejar de expresar la visión que se tiene de las experiencias que se
vivieron, por el temor de no ser imparcial; al revés: se debe contar lo que se
siente, sobre todo, para que quede en los anaqueles de la historia.
Recuerdo una asamblea general de Sintrauac,
cuando Ramsés Vargas Lamadrid estaba recién llegado a la Rectoría de la
Autónoma del Caribe. Era numerosa, pues el sindicato tenía unos 600 afiliados.
Se vivía una gran euforia por la salida de la nefasta administración de la
rectora saliente, Silvia Gette. El sindicato había nacido por esa época, debido
a la gran incertidumbre que se apoderó de todos nosotros, docentes y
administrativos, por el futuro de nuestra institución. De manera que Ramsés
Vargas fue recibido como el gran adalid, que recuperaría a la universidad de la
devastación a que fue sometida por la administración anterior; por supuesto,
recibió el apoyo unánime de toda la sociedad barranquillera y, obviamente, de
los estamentos de la universidad, incluyendo al sindicato: lejos estaríamos de
imaginarnos, entonces, que esa debacle que sufrimos con Silvia Gette quedaría
en pañales ante el enorme cataclismo que sufriríamos con Ramsés Vargas.
Sin duda, la junta directiva del sindicato se
sintió poderosa con tantos afiliados y comenzó a cometer errores (torpezas, más
bien), que le fueron generando la desconfianza de su gente. En esa época,
escribí un artículo criticando al sindicato por esas torpezas y supuse, como
muchos compañeros de la época, que algunos de sus líderes estaban buscando
puesto. Debo reconocer que, por ese tiempo (diciembre de 2013), todavía éramos
bastantes los que seguíamos engañados con el angelito de Ramsés Vargas y lo
llené de halagos en ese texto. Esa actitud del sindicato, que muchos
considerábamos, entonces, era una forma de extorsionar para buscar puestos en
cargos de dirección, aunado a la campaña feroz que el mismo Ramsés Vargas
inició contra esta organización de trabajadores (dizque porque era inadmisible
que el sindicato “quisiera cogobernar”), hicieron que el sindicato fuera
perdiendo gente y quedara reducido a menos de 30 afiliados.
¿Por
qué nadie se afiliaba al sindicato?
Muchos de los directivos fundadores se fueron
retirando del sindicato. Y los que quedaron, emprendieron su lucha solitaria
contra la administración de Ramsés Vargas, que ya empezaba a dar muestras de
que algo extraño pasaba entre su séquito. Iniciaron con la demora en los pagos
de las prestaciones sociales y de los salarios de los empleados, como en la
época de Silvia Gette.
Nadie los acompañó en esa lucha. Al principio,
porque todavía se creía en el nuevo rector; después, por miedo. La
administración de Ramsés Vargas, como lo hizo la de Silvia Gette en su momento,
se encargó de fomentar la desconfianza entre nosotros mismos. Fuimos cobardes,
hay que decirlo. La suspicacia y el recelo nos mataron. Además, uno veía cómo
aguerridos líderes sindicales, de la noche a la mañana, se iban de la
universidad sin ruido y sin demandas contra la institución; eso nos hacía
pensar a la mayoría: “otro que se vendió”. Entonces, nos sentíamos
desprotegidos. Y, con los servicios públicos a punto de ser suspendidos, con la
casa y el carro embargados por los bancos, viviendo de los milagros de cada
día, con todo eso encima, nos tocaba mostrarle una cara amable al tirano y a su
corte. Esa amabilidad fingida hacía que el resto desconfiara de nosotros porque
nos creía íntimos del avasallador, pero también nosotros desconfiábamos de los
otros porque los veíamos sonreír con Ramsés y su corte, sin saber que también
ellos, como nosotros, estaban fingiendo por cobardía.
Rodolfo Ortega, ex líder de Sintrauac |
El 2 de enero de 2017, la W Radio presenta un
primer informe sobre el problema que se vive en la Universidad Autónoma del
Caribe. “Sindicatos de Uniautónoma
reclaman pago de salarios, prestaciones de servicios y primas”, titula la
noticia, basada en un comunicado de prensa. El 27 de junio, la W Radio vuelve
con otro informe en el mismo sentido. “Profesores
de Uniautónoma reclaman por falta de pago de sus salarios y seguridad social”,
titula esta vez una denuncia que hace el líder sindical Rodolfo Ortega en los
micrófonos de esta estación radial. Casi dos horas después, la W Radio vuelve a
sacar el mismo informe, pero esta vez ya no con el audio del denunciante, sino
contando en texto lo que dijo Ortega. Lo titula: “Maestros de la Uniautónoma denuncian el no pago de su salario”. Y
culmina la nota diciendo que la W había intentado hablar con el rector de la
universidad, pero que no había sido posible tener contacto con Ramsés Vargas.
Dos días después, La W Radio vuelve con otro informe titulado “No han recibido pago de su salario 70% de
los funcionarios de Uniautónoma del Caribe”. Y ahí habla ya de “otros
cuestionamientos al Rector, con respecto a la venta de forma irregular de
bienes de la universidad, por ejemplo, la venta del equipo de fútbol de la
universidad y la venta irregular de un predio
en la vía al mar en cercanía a la Clínica Portoazul”.
El 14 de agosto, saca un nuevo informe con
Rodolfo Ortega, que titula “Ha sido
reiterativo el retraso de salarios en Uniautónoma: Rodolfo Ortega”. Y el
sindicalista denuncia que en la universidad “han ido diezmando al sindicato
para que no hagan públicas las denuncias”. Y siguieron varios informes sobre la
grave situación financiera de la universidad, durante todo el resto del año.
El sí y el no de los docentes y administrativos
Con cada informe de la W Radio, los docentes y
administrativos comentábamos, agradecidos por lo que estaba visibilizando
nuestro drama, lo bien que lo hacía esa estación radial: lo concebíamos
clandestinamente, con los amigos que considerábamos más cercanos porque siempre
rondaba el karma de una traición y, en consecuencia, la despedida sin justa
causa. Incluso, empezó a hablarse de la posibilidad de crear un nuevo
sindicato, ya que seguía existiendo la prevención frente a Sintrauac. La
cuestión nunca cuajó. Entre docentes y directores de áreas de la Facultad de
Ciencias Sociales y Humanas nos preguntábamos a cada rato “¿cuándo paramos?”.
Una noche de finales de octubre o comienzos de
noviembre de 2017, tipo ocho y media, me llamó a mi celular un ejecutivo de
alto nivel de la universidad para decirme que había escuchado que en el
departamento que yo dirijo (el de Humanidades), unos docentes se iban a
sindicalizar. Me hice el extrañado con la noticia y le dije que yo hablaría con
todos los docentes al día siguiente. Hora y media después, me llamó el jefe de
ese alto ejecutivo a decirme lo mismo. Le respondí lo que le dije a su
subordinado inmediato. “Diles que no se hagan el harakiri”, me puntualizó. Se
los conté a mis compañeros de trabajo y les dije que, como ya sabían la
cuestión “allá arriba”, lo prudente era esperar un poco.
A los pocos días, un jueves en la mañana, cuando
salí de mi reunión semanal sobre competencias genéricas, me encontré en los
pasillos con una asistente de Talento Humano. “Lo anda buscando la directora”,
me dijo. “Ella está en cafetería”, agregó. Efectivamente, allá la encontré.
“Acabo de hacer unos despidos sin justa causa en su departamento”, me espetó,
sin más allá y sin más acá. Se trataban de dos docentes, mi asistente y una
asistente de la facultad de Arquitectura, Arte y Diseño. Todas mujeres. Ellas
habían enviado la tarde anterior, por el correo electrónico de mi asistente y
del computador de su oficina, la solicitud de ingreso a uno de los sindicatos.
Una hora después de esos despidos, llegó el coordinador curricular del
departamento, que ya me había contado que le habían ofrecido ser docente fijo
en dos universidades, pero que él había declinado la invitación porque seguía
confiando en que las cosas mejorarían en la Autónoma del Caribe. Entró en
cólera cuando se enteró de los despidos. “Me voy a afiliar enseguida al
sindicato, de frente, y se me van a echar que me echen”, dijo.
Mi asistente envió de inmediato la solicitud de
ingreso al sindicato del coordinador de Humanidades y de un docente del
programa de Dirección y Producción de Radio y Televisión. A los pocos minutos,
me llamó el jefe del alto ejecutivo que me había llamado en la noche a la casa
y me preguntó que qué era lo que pasaba en mi departamento. Le respondí con la
mayor sinceridad: “Estoy tan sorprendido como usted”. “Haga lo que tenga que
hacer”, me volvió a decir. Y colgó. Enseguida, me llamaron de Talento Humano
para increparme que por qué no les había pedido el puesto de trabajo a los
despedidos. “Porque en la carta dice que trabajan hasta hoy, y apenas estamos
en la mañana”, les dije. Y bloquearon el computador de mi asistente.
El patio de crisis
Llegaron las
vacaciones de diciembre, sin el pago de noviembre, ni las primas, ni las mismas
vacaciones. Era el segundo año consecutivo sin que las hijas estrenaran en la
Navidad ni en Año Nuevo, como es la costumbre. El segundo año que se vivía de
la solidaridad de los familiares y amigos. Ya estábamos cansados de esa
situación, por supuesto. Regresamos al trabajo a mediados de enero, sin cinco
centavos en el bolsillo. Con los amigos más cercanos de la Facultad de Ciencias
Sociales y Humanas, nos encontrábamos en el restaurante de siempre, frente a la
universidad. Descubrimos, entonces, que en el patio de esa casa familiar se
almorzaba mejor y sin que nadie nos escuchara la conversación, pues éramos los
únicos que ingresábamos hasta allá.
Obviamente, el tema de conversación era la
crisis financiera de la universidad y el cinismo
Llamamos El
patio de crisis al sitio de nuestros almuerzos. Y todos coincidimos que
estaba madura la cuestión para hacer un plantón bien sonado. Decidimos que si
no nos pagaban las cesantías en la fecha prevista por la Ley, convocábamos la
reunión con todos los docentes de la Facultad para resolver qué hacer.
Esperamos mucho más que eso. Incluso, como sentimos que las dos horas de
almuerzo no nos bastaba para discutir y diseñar la estrategia a seguir, varias
veces nos reunimos al frente del apartamento de uno de nosotros para continuar
debatiendo, al compás de un par de cervezas, que nos patrocinaban los amigos
nuestros que trabajaban en otras empresas en donde sí les pagaban su salario
cumplidamente.
Entre El
patio de crisis y la tienda del frente del apartamento del compañero, discutimos
la posibilidad de redactar una especie de memorial de agravios, firmados por
quienes asistíamos al Patio y a la
tienda. El texto lo publicaríamos en simultánea en los dos blog que disponíamos.
En vista de que nunca nos pusimos de acuerdo sobre si había llegado la hora o
no de pronunciarnos públicamente, decidí redactar un texto por mí mismo y publicarlo
a mi nombre en mi blog, el 6 de febrero: “Crisis
en Uniautónoma del Caribe: ¿y mi derecho al silencio?”, lo titulé.
En la tarde del martes 20 de febrero, los
docentes y directores de áreas de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
votamos todos, por unanimidad, cesar las actividades misionales por la demora
en los pagos de sueldos y prestaciones sociales y por la salida del rector y
cada uno de los miembros de la Sala general y del Consejo Directivo.
Aquí, en la segunda parte, lea: El éxito de las
protestas y mi paranoia, El sindicato se toma la protesta y la paranoia de
otros, La negociación: ¿…Y se salió Ramsés con la suya?
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