Por
John Acosta @Joacoro
Hubo júbilo casi total (todavía
falta que caiga el jefe) entre los empleados porque, por fin, la Fiscalía
General de la Nación se dignó a proceder para empezar hacer justicia frente a
la empresa criminal que atentó vilmente contra el bienestar económico, social,
familiar, personal y reputacional de más de 1.200 empleados, de más de 10.000
estudiantes y de más de 50.000 egresados. La captura de implicados en el peor
desfalco cometido contra la Universidad Autónoma del Caribe hizo de ayer (21 de
noviembre de 2018) otro día histórico para esta querida institución de
educación superior. El atentado fue de tal magnitud que muchas de las heridas físicas
y espirituales aún siguen abiertas. A pesar de la sal que cae, a veces, sobre
las llagas lacerantes, derramada con sorna por malintencionados que quieren
pescar en río revuelto, no deja de ser un paliativo importante que las
autoridades competentes hayan decidido, después de tanto titubeo, agarrar el
toro por los cachos.
He escrito y publicado en este
blog tres artículos en los que denuncio la parsimonia de la Fiscalía General en
dar resultados contundentes frente a este reprochable hecho. Y en una docena
más, he dedicado uno o dos párrafos para exigir pronta reacción de todos los
organismos del Estado ante lo que considerábamos ya una larga e injustificable
impunidad. En ambos casos, tanto en los tres textos directos como en la docena
restante, instaba, además, a los entes competentes que gestionaran ante el
Fiscal Néstor Humberto Martínez Neira la agilización en este proceso, pues ya
teníamos suficiente con la pesada carga del estado de postración en que nos
dejó la empresa criminal, como para seguir soportando, además, el lastre de ver
gozar, con la mayor desfachatez, el dinero que nos robaron, sin que nadie les
hiciera pagar su atroz ilícito.
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El colectivo general de trabajadores
de la Universidad Autónoma del Caribe tenemos bien claro quiénes fueron los
protagonistas del desfalco. Sabemos quiénes son las cabezas que urdieron y
ejecutaron la agonía lenta y prolongada que nos hicieron padecer: las identificamos
claramente entre quienes llegaron nuevos a ocupar los más altos cargos. No
tenemos certeza hasta qué punto los viejos altos directivos participaron en la planeación
o ejecución u omisión de este hecho abominable: corresponde a la Fiscalía
General determinar, dentro de su resorte, quiénes ayudaron y hasta qué medida.
Por eso, ver la fotografía que se viralizó en las redes con los nueve
capturados y reconocer en sus rostros compungidos a los que uno tiene certeza
de que cometieron delito, da un aire de frescura: parodiando el dicho, San Juan
agachó el dedo en este caso; no obstante, al ver a personas que uno lleva
muchos años topándose en los pasillos de la universidad, como el doctor Orlando
Saavedra, no puede uno evitar que se le arrugue un poco el alma, sobre todo,
por su ancianidad: al menos, a quien escribe este texto, sí. Lo he confesado a
muchos compañeros y algunos sienten lo mismo que yo; otros, sin embargo, no están
de acuerdo. “Que la pague”, me dicen.
Tengo hijos. Los quiero con el
alma y, entre muchos otros motivos, por la reputación de ellos, soy incapaz de
cometer un ilícito. Prefiero que ellos crezcan con la madurez que da llevar una
vida con las prohibiciones materiales, pero con la frente en alto porque lo que
tienen y de lo que gozan es adquirido con honradez; de hecho, las carencias de
los míos se quintuplicaron en la época difícil de la administración de Ramsés
Vargas. Eso es infinitamente mejor a que se levanten en medio de una opulencia
adquirida con delito porque, entre muchas otras cosas, siempre estará la posibilidad
de que se descubra la procedencia ilegal de la fortuna y el escarnio público a
que serán sometidos estará constante como una espada de Damocles, pendiendo
sobre la reputación de la familia. Por eso, no puedo evitar pensar en los hijos
de los capturados ayer y en los del prófugo Ramsés Vargas. Varias veces he
sostenido en estas páginas que no me he podido explicar cómo un corrupto puede
ver a la cara a sus hijos. Tengo la enorme satisfacción de contar con el legado
impecable de la memoria inmaculada de mi padre fallecido. He seguido con
orgullo su digno ejemplo. Y agradezco a mi Dios que me haya permitido imitarlo
para que mis hijos pueden llevar su pobreza material con la misma pulcritud con
que he llevado yo mi orfandad.
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Silvia Beatriz Guette, ex rectora |
Sé que al enfrentarse a seres
como Silvia Gette y Ramsés Vargas se corre el riesgo ineludible de la reacción de
ellos, que será tratar de enlodar a quienes los atacan, usando la artillería barata que disparan los esbirros que ella y él tienen agazapados en la Universidad que ambos
deshonraron, en algunos medios de comunicación y en algunas organizaciones sindicales.
Hace tiempos decidí correr ese peligro y, por supuesto, los ataques llegan cada determinado
tiempo, dependiendo del momento oportuno. Afortunadamente, mis amigos y mi familia conocen la nobleza de mi
estirpe y no prestan atención a esa pólvora mojada: es lo único que me
interesa; del resto, se encargará el destino y la justicia divina, en la que
creo.
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Señor fiscal Néstor Humberto
Martínez: aunque muy demorado, gracias por no dejarme cumplir la promesa que le
había hecho a mi señora y a mis hijas: si me llegara a encontrar a Ramsés
Vargas en la calle, le doy el celular a alguien para que me grabara las
verdades que le iba a gritar en la calle porque si la justicia no lo condenaba,
había que hacerle sentir, por lo menos, el peso de la sanción social. Ahora resta
decomisarles lo adquirido ilegalmente para resarcirnos a quienes todavía no
hemos podido ponernos al día con las acreencias que nos dejó el desfalco de que
fue víctima la Universidad Autónoma del Caribe.
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