Inmensas playas, en Camarones |
Por
John Acosta
Ese pedazo de tierra que,
impetuoso, entra al mar, iluminado por la intensidad de los rayos solares, que
retoman vida al posarse en el brillo de la arena peninsular, durante el día
caluroso, y adornado por el resplandor de la luna alegre o por la intermitencia
de las estrellas infinitas cuando el satélite del astro rey está acompañando a
la gente por otros lares, en las noches frías, ese pedazo de tierra, repito, lo
llevo clavado en los confines de mi alma. Y es el aliciente para levantarme
todos los días y hacer mi trabajo con honradez, en las lejanías en donde me
encuentre, para retribuirle a mi Guajira el prestigio que unos pocos se empeñan
en mancillar con sus actos bochornosos.
Las
riquezas del mar
Las artesanías wayuu, en la Avenida primera, de Riohacha |
Esa tierra amada posee
enormes riquezas naturales, que, sin egoísmo, comparte con el resto del país.
De las profundidades de su mar de colores variados, ofrece el gas natural para
que Colombia pueda paliar en algo las inconstancias de su fluido eléctrico; no obstante,
la ingratitud nacional ha hecho que, apenas hasta ahora, algunos de los pueblos
guajiros, como La Junta, mi terruño, puedan disfrutar de las comodidades de
este recurso y cambiarlo, en buena hora, por el fogón de leña.
Salinas de Manaure (tomado de http://www.grupobancolombia.com/home /micrositios/bid/imagenes/GaleriaFotosGrandes3.jpg) |
El mar no puede ser inferior
ante la bondad de la tierra que baña: no se conforma con entregar el gas
auxiliador. Emparentado con la supremacía del sol fulgurante, que le imprime la
energía necesaria a las charcas ofrecidas por el océano guajiro, cosecha las
imponentes salinas, cuyas hermosuras son apenas comparables con el bienestar
que le brinda al mundo que la compra.
Ni el gas ni la sal, que de
por sí son riquezas inmensas, es todo lo que brinda el Caribe de mi tierra: no
hay un centímetro de costa en La Guajira que no despunte por su belleza
paisajística. Dibulla, Camarones, Riohacha, Mayapo, Manaure, el Cabo de la
Vela, Punta Gallinas sobresalen entre las innumerables playas que esta hermosa
península colombiana le ofrece a sus hijos y a sus visitantes para que pasen
los días más felices de la vida, al lado de la familia. O solos.
El
encanto de la tierra profunda
Cerrejón, la mina prometida |
También las entrañas de la
tierra acompaña a su mar en brindarle al guajiro la posibilidad de vivir sin
miseria: son miles de millones de pesos de regalías los que han entrado a las
arcas de los municipios y del mismo departamento por la exportación de carbón.
El suelo generoso no tiene culpa de lo que hacen pocos hombres con la riqueza
que emana del fondo de su esencia. Que sea la justicia humana la que se
encargue de castigar a quienes hayan dilapidado los inmensos recursos que la
tierra guajira ha ofrecido a sus hijos porque también la justicia divina ya
debes tenerle su sentencia.
Serranía de Macuira (tomado de Parques Nacionales) |
El desierto de La Guajira no
podía ser inferior a los de su género en brindar la posibilidad de un oasis
para vivirlo: la Serranía de Macuira tiene especies animales y vegetales que no
pueden ser sino creación de una fuerza superior que maravilla la naturaleza. El
río Ranchería nace en el polo opuesto, en la Sierra Nevada de Santa Marta, cuya
inmensidad cubre a tres departamentos, entre ellos, a La Guajira del alma. Y,
desde esas alturas, baja serpenteante, en la búsqueda desesperada de su
encuentro con el mar, justo en el corazón de la capital, Riohacha. En ese
recorrido, forma valles que sirven para los cultivos y la ganadería, otras de
las características culturales de este territorio orgulloso.
Cerro Pintao |
Para coronar esa convivencia
natural de aridez y fertilidad, que compone a La Guajira, está el final de la
Cordillera Oriental de los Andes, la infinita altura que comienza en Chile,
bordea el Océano Pacífico para bañar a varios países suramericanos y dividirse
en tres a su entrada a la Colombia querida. Pues bien, en la única península
colombiana culmina la parte oriental andina. Y allí está el Cerro Pintao, cuyas
piedras inmensas reflejan múltiples colores, de acuerdo a la hora en que le da
el sol.
Nuestra
música vallenata
Precisamente, el valle
comprendido entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá
(como se le conoce a esa parte de la Cordillera Oriental andina que entra a La
Guajira y que hace frontera con el vecino país de Venezuela), está compuesto
por una serie de poblaciones, que han dado origen a una expresión cultural
convertida en identificación de Colombia ante el mundo: la música vallenata.
Así es, la antigua Provincia de Padilla se inspiró en sus mujeres, en su
paisaje, en sus labores de ganadería y de agricultura para producir este
folklor insigne, que, junto con nuestra altiva etnia wayuu, se ha convertido en
uno de nuestros más significativos ecos de orgullo.
Esta expresión musical dio
origen al primer festival que nació en La Guajira hace 45 años: el Festival
Folclórico del Fique, en La Junta, que motivó para que en todas las poblaciones
guajiras tengan ahora su propia identificación festiva, amenizada, por
supuesto, con la caja, la guacharaca y el acordeón, que son los instrumentos
del vallenato puro.
Con todo esto, ¿puede
alguien sentirse más orgulloso de su tierra que un guajiro agradecido?
(Texto tomado de la revista Enfoque Caribe)
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