Por John Acosta
Empiezo a escribirles esta
carta a las 6:00 de la tarde porque, después de terminar mi jornada laboral, no
quiero llegar a mi casa. Otras veces, no veo la hora en que llegue el final de
la tarde para ir a compartir con mi familia; sin embargo, hoy es diferente. La
razón es triste y contundente: se me cae la cara de la vergüenza al ver a mis
dos hijas a los ojos. No sé cómo explicarles por qué ellas son las únicas del
conjunto residencial donde vivimos que llevan más de una semana sin poder
asistir a clases porque sus profesores están en paro. Un medio día de la semana
pasada, uno de los vecinitos que acababa de llegar de su colegio privado, se
topó con mi hijita menor. Su asombro fue enorme: “¿Qué te pasó?, ¿por qué no
fuiste hoy al colegio?”, le preguntó a mi pequeña hija, cuando la vio sin
uniforme. “Es que estamos en paro”, le respondió ella con resignación. Quise
que me tragara la tierra cuando el inocente niño preguntó todavía más
extrañado: “¿Y qué es paro”?
Yo sé que ustedes, señores
directivos de Fecode, estarán pensando que, sencillo, les explique a mis dos
hijas menores que sus profesores están en huelga porque un grupo de ellos están
ganando un millón doscientos mil pesos mensuales y quieren ganar más. Me queda
muy difícil hacerles entender que eso es poco dinero, cuando la mayoría de los
padres de sus compañeritos de clases ganan mucho menos de la mitad de eso. Yo
mismo tengo que hacerme un lavado enorme de cerebro y aceptar que sí, que es
muy poco sueldo, cuando mis colegas periodistas recién graduados ganan
ochocientos mil pesos (y no hacen paro porque, entre otras cosas, no habría
quién informara a la gente sobre esa huelga).
Tendría que explicarles
también a mis hijas que antes de que ese grupo de profesores ganara millón doscientos
mil pesos, los docentes tenían un envidiable régimen laboral, que les permitía,
incluso, alcanzar hasta tres pensiones. No sería muy difícil hablarles de esto,
pues ellas conocen a una tía política (esposa de un tío de ellas, no que haga
parte de la fauna política de este país) que, gracias a esos desmanes
salariales, tiene finca, dos costosas casas, un flamante carro, dos hijos
profesionales que los educó en universidades privadas. Por supuesto, tendría
que decirles que, precisamente, esos descalabros de nóminas fueron los que
llevaron al Estado aplicar los correctivos que degeneraron en la situación
actual; es decir, a una situación exagerada se le aplicó otra medida extrema.
Obviamente, a la disposición descomunal
y holgada que gozaban antes, se llegó tras una deuda histórica que tenía la
nación con los profesores. La grave situación del docente de entonces, llevó a
que el compositor Hernando Marín se inspirara para parir esa hermosa canción:
Los Maestros, interpretada por Poncho y Emilianito, Los Hermanos Zuleta. “Y las
gallinas de arriba le echan flores a las de abajo” (“¿Flores?, jumm”, decía,
pícaramente, Poncho), terminaba el autor su obra, refiriéndose a que, quienes
tenían el poder en el gobierno, maltrataban al profesor. La solución excesiva a
esa antaña injusticia, hizo que muchos obreros de a pie a los que no son
directivos de sindicatos, me refiero), se sintieran gallinas de abajo frente a
los docentes.
Señores directivos de Fecode,
lo anterior indica que no se debe seguir cometiendo el error de buscar soluciones
extremas a las sucesivas problemáticas que han originado las continuas medidas
exageradas.
Me tocaría, también, señores
directivos de Fecode, decirles a mis hijitas que a ustedes les da lo mismo que
el paro se prolongue, pues los hijos de ustedes, aunque suene tristemente contradictorio,
no estudian en colegios públicos. Así es, los hijos de los directivos de Fecode
estudian en los colegios privados más caros del país. Un colega periodista, que
se retiró de los medios porque ganaba muy poco, ahora es docente de un colegio
público: él está entre los que ganan el millón doscientos mil pesos. Ese colega
me dijo, a raíz del paro actual, que no hay un solo profesor de colegio público
que tenga sus hijos estudiando en colegios públicos. A mí me parece una
exageración esa afirmación. “Ni siquiera yo, que soy de los que menos gana”, me
dijo el ex colega.
Por último, señores directivos
de Fecode, no sé cómo explicarles a mis pequeñas hijas otra contrariedad de
este paro. Porque es muy jodido hacerles entender que quienes las evalúan a
ellas, no quieren que el Estado los evalúe a ellos. A mí me da mucha pena con
ustedes, pero la evaluación docente sí es una excelente forma de garantizar la
calidad de educación de mis hijas. Le agradezco al Estado, como padre de
familia, que se mantenga firme en ello, que no ceda ni un solo milímetro en
este sentido. Es comprensible que a ustedes les importe un rábano la calidad de
la educación pública, al fin y al cabo sus hijos tienen garantizada la calidad
en los colegios privados donde ustedes sí han podido matricularlos. Ese derecho
no me le dejo quitar por el egoísmo de unos directivos sindicales.
Mis dos hijas menores estudian en uno de los mejores colegios de Barranquilla Ojalá no lo dañe Fecode |
Sé que esta misiva les importa
nada a ustedes. Sé que es tratar de disparar pólvora mojada, por las razones
expuestas arriba. Es más, corro el riesgo de ser catalogado por ustedes como
paramilitar, neonazi, pro yanqui, ultraderechista, pequeño burgués, fascista,
en fin, toda esa verborrea caduca de los años 50 que todavía la izquierda radical
de Latinoamérica grita a voz en pecho cada vez que alguien comete la osadía de
decirles la dolorosa verdad o les clama piedad por algo, como lo hago yo ahora,
por la educación de mis hijas. Sé que la victoria que han logrado con las
movilizaciones de este paro, los pone en un alto nivel en las asambleas próximas
de los partidos y movimientos que ustedes tributan, como el Polo Democrático,
Progresistas y Alianza Verde.
Ya van siendo las ocho de la noche.
Aún sigo en mi oficina, pero ya puedo llegar tranquilo a mi casa porque puedo
mostrarles esta carta a mis hijas, ahora que llegue.
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