29 sept 2025

Germán Vargas Lobo: el querido y recordado médico de Valledupar

Germán Vaegas Lobo, en pleno procedimiento
Por John Acosta

Amarilis Calderón de Vargas sintió el azote de la indiferencia que la golpeó con fuerza en sus entrañas de madre ese día que llegó a su casa en Valledupar, procedente de New York, junto con su esposo. Apenas le abrieron la puerta de la casa, alguien tenía cargada a su pequeña María Claudia, la menor de sus tres hijos, de apenas ocho meses de nacida, y Amarilis quiso cargarla enseguida para recuperar los 15 días perdidos con su bebé, que se había quedado con la enfermera y con la abuela materna, por  ese bendito viaje de vacaciones a norteamérica. Y, entonces, sucedió: la niña no reconoció a su mamá y le lanzó los brazos a su padre, el especialista en vías digestivas y endoscopista Germán Vargas Lobo. Ese detalle salvó a Amarilis de morir a los pocos días en el atentado con bomba al hotel Hilton, de Cartagena, donde, tristemente, falleció el hombre de su vida: el médico que sigue amando con el alma.

 El ‘viejo’ del aeropuerto

La adolescente Amarilis llegó al aeropuerto de Valledupar con la intención de bailar en una comparsa que participaría en los carnavales de ese año. Venía de Medellín, a donde vivió nueve años porque su padre, Juan Daniel Calderón, se llevó a su familia para allá con la intención de que sus hijos estudiaran en excelentes colegios. Y, entre las personas que esperaban a allegados en la terminal aérea, vio a un señor que le galanteó con la mirada. “Ay, vee, ese señor es muy viejo para mí”, se dijo ella para sí misma. Era el médico Germán Vargas Lobo, que había llegado unos años antes (en 1973) a trabajar en el hospital de Valledupar. La joven estudiante de bachillerato se tranquilizó un poco cuando descubrió que el hombre que la cortejó momentos antes había ido a esperar ese día a su novia al aeropuerto.

De Pivijay para Medellín

Germán Vargas Lobo hizo su primaria en el pueblo donde nació: Pivijay, Magdalena. Su padre, Germán Enrique, y su madre, Clara, hicieron lo posible para que sus diez hijos fueran profesionales. “La mitad son médicos y la otra mitad, abogados”, recuerda hoy Amarilis; de hecho, Germán Vargas Lobo, después de que terminó su primaria en el Liceo Celedón, de Santa Marta, se fue a estudiar Medicina en la Universidad de Antioquia; obviamente, Amarilis, a quien le llevaba 15 años, apenas era una niña en Valledupar.

 La estrategia de Germán para enamorar a Amarilis

Amarilis, los tres hijos que tuvo
Amarilis regresó en diciembre, en el mismo año en que bailó la comparsa. Y su hermana la convenció de que se quedara a terminar la secundaria en Valledupar. Se matriculó con las monjas, en el Colegio de la Sagrada Familia. Germán Vargas Lobo aprovechó esa circunstancia para enamorar a la joven que lo flechó en el aeropuerto. Fue hasta su casa a proponerle a su futuro suegro que le vendiera el carro porque el médico quería salir de su Toyota. La compra, finalmente, no se realizó porque Vargas Lobo estrelló su vehículo, pero logró lo que quería: la amistad con el mandamás de la casa, a quien visitaría casi todos los días. Aprovechaba la ocasión para llevarle una rosa a Amarilis, que él cortaba en el jardín del hospital. Ella no recuerda hoy cómo se hicieron novios, pero se casaron a los tres meses de haberle dado el sí, pues Germán Vargas Lobo no quería irse a especializar sin ella.

La especialización en Cartagena

Se mudaron a la Ciudad Heroica porque él se matriculó en la Universidad de Cartagena para hacer su especialización. Con ellos se llevaron a Germán Daniel, el mayor de sus hijos, que apenas tenía tres meses de nacido. “Allá vivimos los mejores tres años de nuestra vida en común”, recuerda hoy Amarilis; “incluso, yo vi hacer al hotel Hilton porque llevaba a pasear en coche a mi hijo por esos alrededores”, dice ella con nostalgia. Regresaron a Valledupar, donde nació el segundo retoño, María Clara, la mayor de sus dos mujeres. Era un médico  muy querido en la región porque trataba muy bien a sus pacientes. “Él no se venía a acostar mientras tuviera un paciente grave en el hospital”, recuerda Amarilis. También quería a sus colegas: fue presidente de la Asociación Médica Sindical Colombiana (Asmedas). Esa pasión por la medicina la mezclaba con su vida de hombre común: fue amante empedernido de los gallos finos y de los caballos. Era expositor fijo de la Feria Ganadera.

¿Presentía su muerte cercana?

Amarilis (de rojo), Germán Daniel, María Clara
y María Claudia
Germán Daniel recuerda la mañana en que iba con su papá a la finca. El niño iba de pie en la silla del carro y Germán Vargas Lobo lo pasó por la Clínica Valledupar, que, en ese entonces, estaba en obra gris. “Hijo, cada vez que pases por aquí y que ya yo esté muerto, te vas a decir ‘ay, vee, esto lo hizo mi papá”, le dijo el padre. Lo más impactante fue cuando estaban en el comedor y Amarilis le dijo que ya el adoeslcente estaba matriculado y que el seguro de vida lo había puesto a nombre del papá. “Carajo, doña Ama, como sabe que me voy a morir primero, lo pusiste a nombre mío”, ripostó en broma esa noche Germán Vargas Lobo. Dos o tres meses después murió en un atentado al hotel Hilton, de Cartagena.

La conferencia que no pudo dar en Cartagena

Duró meses preparando la conferencia que presentaría en el Congreso Panamericano de Gastroenterología, en el Centro de Convenciones de Cartagena. Viajó de Valledupar con sus colegas Manuel Gutiérrez Acosta y José Romero Churio el 24 de septiembre de 1989. Su conferencia estaba programada para el 26; es decir, dos días después. Se alojaron en la habitación 638 del hotel Hilton. Después de haber asistido al evento el 25, regresaron a donde estaban alojados porque Manuel Acosta debía llamar a su casa a preguntar por su hija enferma en Valledupar. José Romero se salvó porque entró al baño y Germán Vargas junto con Manuel Acosta se pusieron a ver los goles en el noticiero que Ecuador le hizo a Paraguay. En la habitación 640 estalló la bomba que había dejado poco antes una pareja que se alojó con un bebé, siguiendo las órdenes de Pablo Escobar.

Germán Vargas Lobo había convidado a su esposa para que lo acompañara a la conferencia en Cartagena. “Ay, no, mijo, porque acabamos de venir de un viaje largo de 15 días y la chiquitica no me conocía; en cambio, a ti sí: te tiró los brazos”, le dijo Amarilis. Y se quedó a recuperar el cariño de su bebé.

Publicada en el Semanario La Calle, el 29 de septiembre de 2025

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