11 oct 2021

“Beto”, la droguería que no se aprovechó de la pandemia

 

Norberto Duarte Acosta, propietario de
Beto Droguería, 1 y 2

Por John Acosta

Fue, por supuesto, una inocentada de niño grande. Y la vieja Aba (Aura Elisa Mendoza de Acosta, nuestra abuela) lo sabía, pero no podía dejar pasar por alto ese acto indelicado sin dejar una lección (como debía hacerse en La Junta –el pueblo delalma- de entonces) a los tres nietos que ella criaba en esos momentos. Se quitó su pantufla derecha de caucho, le propinó sus buenos chancletazos y lo amarró en uno de los colgaderos de hamaca que estaban en la sala de la casa. Lo soltó una o dos horas después de cantaleta filosófica sobre la decencia, la honestidad y las sanas costumbres: justo para que mi primo Beto (Nolberto Duarte Acosta) cogiera su burro y se fuera para Fundación (Funda, la finca familiar) a apartar los terneros y a ayudar a tío Ito (Manuel Nicolás AcostaMendoza) en el ordeño de las vacas en la madrugada siguiente para regresarse en la mañana con la leche y la yuca sacada por él al morir la tarde anterior: se cambiaba, desayunaba y se iba a la Escuela Rural de Varones de La Junta, donde cursaba su primaria. El delito: haber cogido, sin consultar, 20 centavos de una de las gavetas de la máquina de coser, donde la abuela guardaba el dinero de su oficio de costurera, para comprar confites en el recreo.

En realidad, tuvimos doble educación familiar: en La Junta, con la vieja Aba; y en Funda, con tío Ito. A veces, la severidad de la de Funda se enfrentaba con la comprensiva de La Junta y prevalecía la de la vieja Aba, como le pasó también a Beto, que, por ser el mayor de los tres nietos, tenía el deber de ir a amanecer todas las tardes, cuando regresaba de la escuela, a Funda.

Beto, en su adolescencia: entre
La Junta, Codazzi y Casacará
Sucedió que una tarde lo cogió tremenda tormenta y llegó a Funda casi oscureciendo. Tío Ito revisó las compras que le había encargado a Beto. Y que él debía sacar fiadas en la tienda de Villo (Ovidio Ramírez, sobrino de mi abuelo el Tone -Luis Miguel Acosta Acosta- y criado, también, por mi abuela), que quedaba al otro lado del río, para que tío Ito la pagara el sábado siguiente con la venta del queso diario; entonces, sucedió: “¿Dónde está el paquete de cigarrillos?”, le preguntó, alterado, tío Ito a Beto. “Erdaaa, se me olvidó”, le respondió Beto temblando, no se sabe si del frío porque estaba empapado de agua o por el miedo a la reacción de su familiar. “Entonces, vuelva a angarillar el burro y se regresa enseguida para La Junta a buscarme los cigarrillos”, recibió como respuesta. Después de cruzar el río crecido, y de más de media hora de camino solitario, bajo un intenso aguacero, Beto llegó a la casa de La Junta, en medio de la oscuridad y el silencio de la noche, vulnerados por los relámpagos y centellas que caían a cada rato. Al verlo bajar del burro, titiritando de frío, a la vieja Aba, nuestra querida abuela, se le partió el alma. “Usted no se regresa esta noche. Y mañana le dice a Manuelito que él manda allá y yo mando aquí y que, por eso, le dije que se quedara”, le dijo.

Indudablemente, ese carácter de honestidad y disciplina con que fue formado en La Junta es lo que ha llevado a Beto ser hoy un próspero emprendedor, muy querido y respetado por sus clientes, proveedores y empleados.

Nace un droguista

Viejos tiempos en Codazzi:
abrazando a la prima Mariela,
en medio de sus hermanos
Rubén y Omar
Beto aprendió el oficio de droguero con tío Néstor. Resulta que, al terminar la primaria, todavía no había colegio de bachillerato en La Junta y Beto debió regresar a Agustín Codazzi (Codazzi), en 1974, al hogar de sus padres a continuar con la secundaria: Álex (hermano biológico y de crianza de Beto) y yo nos turnábamos, al principio, la ida a amanecer a Funda; después, tío Ito no quería que fuera yo: “ese es traste para los oficios del campo; él sirve es para estudiar”, le decía a mi abuela. Beto hizo los dos primeros años de bachillerato en Codazzi, pero no pudo adaptarse al ambiente: se sentía preso, le hacía falta la libertad del campo. Querubín Duarte, su papá, era un andino que, después de recorrer varias poblaciones costeñas, donde se instalaba como comerciante, decidió volver a Codazzi, dejar el comercio y hacer carreras de taxista con su campero para mantener una enorme tropa en su casa, formada por su esposa (mi tía Ñuñe) y diez hijos, nacidos en las distintas poblaciones donde había vivido con su señora: Beto nació en El Banco, Magdalena, el 21 de noviembre de 1961. Cuando estaba haciendo tercer año de bachillerato (lo que hoy es octavo grado), Beto fue a La Junta a pasar la Semana Santa y no quiso regresar; entonces, se fue para Casacará, corregimiento de Codazzi, en 1977.  Era, por supuesto, un joven rebelde y tuvo unos desacuerdos con tío Néstor: volvió a Codazzi a trabajar en la colmena que tío Jorge, el hijo menor de mi abuela, tenía en el mercado público de esa localidad.

Viejos tiempos en Casacará:
con su hermano Rubén (sin
sombrero)
Ahí estuvo hasta terminar de pagar, en 1978, una bicicleta que el tío político Omar Hernández, esposo de tía Tey (María Esther Acosta Mendoza), le había sacado fiada en un almacén. Volvió a La Junta de su alma y se fue a vivir a Funda: allá era feliz ordeñando, cazando, haciendo queso, limpiando la rosa: se ennovió con una hermosa jovencita que criaba su madrina, al frente de la casa de nuestra abuela. Esa era una enorme mortificación para la vieja Aba, pues su comadre no apoyaba esos amoríos; entonces, murió tía Carmen (mella con tío Jorge) el 18 de enero de 1980. Tío Néstor debía volver de rapidez a Casacará, en su campero recién comprado, a buscar la ropa apropiada para el sepelio. Y la vieja Aba le dijo a Beto que lo acompañara para que el tío no se durmiera en el camino. Tío Néstor volvió a La Junta ese mismo día junto con Víctar Calderón, su señora, y Beto tuvo que quedarse en Casacará, cuidando la miscelánea (tienda y droguería); al día siguiente, de regreso, tío Néstor le trajo la ropa a Beto: “Para que te quedes y estudies”, le dijo. Le dio el pasaje para que Beto fuera a La Junta a buscar la bicicleta “y lo que le faltara”.

En 1980, Beto y yo estudiamos juntos el tercer año de bachillerato (hoy, octavo grado) en el entonces Colegio Departamental Luis Giraldo, de Casacará. Para mí era un honor estar al lado de quien me llevó agarrado de la mano, junto con Álex, a mi primer día de clases en La Junta, casi diez años atrás; sin embargo, para Beto era muy pesado trabajar en la droguería y estudiar, ambas labores en jornada diurna, aunado a que él había estado dos años fuera del aula de clases, lo que hace muy difícil un regreso. En 1981 se retiró del todo de las clases y se dedicó de lleno a la droguería.

Cárcel por engendrar la primogénita

Con su señora, sus cuatro hijas y su nieta:
la hija de Lilia Yaneth
En el colegio conocimos a la Conchi, una hermosa joven que nadie la llamaba por su nombre sino por su apodo. Nunca olvidaré el olor a ungüento de mentol que ella se aplicaba en sus labios. Era una mujer jovial, alegre, sencilla. Beto se ennovió con ella. Y un 11 de noviembre, para las fiestas patronales de San Martín de Porres, Beto vio en la procesión la única manera de poder escaparse a solas con la Conchi. También ella se dio cuenta de que no había otra fecha más propicia para complacer al joven del que se había enamorado. Y se salieron del tumulto que seguía al santo cargado en hombros por las polvorientas calles de Casacará: se escondieron en un sitio adecuado para darle rienda suelta al ímpetu avasallador de la pasión juvenil, arrullados, en su desenfreno corporal, por las explosiones cíclicas de los voladores de pólvora con que amenizaban la marcha religiosa. Conchi quedó embarazada y Beto estuvo preso en la inspección de Policía de Casacará por haber perjudicado a una joven: así se decía, entonces, cuando un hombre vulneraba el himen intacto de una mujer virgen. La usanza de la época era que el hombre debía limpiar el honor mancillado de la familia de la joven con el matrimonio: muchos jovencitos inexpertos fueron obligados a casarse en una relación marital que solo duraba un día, el de la ceremonia nupcial; luego, cada quien cogía para su casa materna.

Con Lilia Yaneth, su
hija mayor
Lo cierto es que Beto pasó encerrado en una celda la noche en que la Conchi anunció la noticia de su embarazo; al día siguiente, eran las habilitaciones en el Luis Giraldo, que quedaba diagonal a la Inspección de Policía, y Beto fue escoltado por dos policías al colegio para que cumpliera con ese requisito académico. Tuvo que soportar, avergonzado, la burla de sus compañeros, que le gritaban toda clase de vulgaridades, haciendo alusión a su fértil virilidad. En la Inspección se llevó a cabo la reunión para llegar a un acuerdo. El inspector de entonces, Monche Fernández, y el papá de la Conchi decían que los dos jóvenes debían casarse. Tío Néstor insistía en que no porque era condenar a un par de mancebos a una vida desgraciada, pues era claro que eran muy jóvenes para saber de amor; al final, llegaron al clásico acuerdo de los pueblos costeños en estos casos: el hombre debía comprarle a la mujer embarazada los pertrechos necesarios para que ella pudiera tener a su hijo: una cama doble, un escaparate, alguna mesa de comedor y el compromiso de la manutención mensual del heredero.

El 10 de agosto de 1981, exactamente nueve meses después de aquella inolvidable procesión, nació la primera hija de Beto. Y él no olvidó cumplir la promesa a su novia de la preadolescencia, precisamente, en el llamado Salto de la vieja Pema, una hermosa cascada del río que pasa por Funda: la primera hija que tuviera, así fuera con otra mujer, le pondría el nombre de la novia que vivía en Argentina, una finca cercana a Fundación: Lilia Yaneth.


Con su amada
Arelis Lozano
Afinando el oficio de droguista

En febrero de 1988, el médico Carlos Arce, que había hecho su año rural en Casacará, donde conoció a Beto, se lo llevó para Codazzi a que le administrara una droguería que el galeno había montado en esa población. Ya su padre había fallecido y su hermano Omar Duarte se había hecho cargo de la casa. Hasta que Omar decidió casarse y Beto tomó, entonces, la responsabilidad del hogar materno. Allá, en su nuevo sitio de trabajo, iba yo a visitarlo. Y por la acera del enfrente de la droguería pasaba diariamente una hermosa jovencita. “Mira, John, esa es la que estoy conquistando para que sea mi esposa”, me decía Beto. “Eche, a mí me parece que es muy joven para ti”, le respondía; él me tocaba el hombre y me ripostaba: “No importa, así es mejor porque uno se va amoldando con ella al carácter de ambos”. Se trataba de Arelis Lozano Álvarez, quien hoy es su feliz esposa: tienen tres preciosas hijas.

Con Arelis y sus tres hijas menores

En la droguería San Carlos, de Arce, Beto trabajó ocho años. En 1996 renunció y se fue a trabajar con Éticos Serrano Gómez, una reconocida cadena de droguerías de la región. Le tocó irse a vivir a Fundación, una población del vecino departamento del Magdalena: cerca de un año después, regresó a Codazzi a trabajar en La Rebaja, una prestigiosa farmacéutica nacional. La emotiva forma con que lo recibieron los antiguos clientes de la San Carlos le dejó claro que atender bien a las personas le da reconocimiento. Aprovechó ese reencuentro con su amada Arelis para comprometerse con ella y el 18 de febrero de 1998 formalizaron su hogar. En 2000 renunció de La Rebaja para volver con Éticos Serrano Gómez, pero en una sede de Codazzi, cerca de su madre y al lado de la joven que lo flechó para siempre: Arelis. Viajaba anualmente a Barranquilla, en representación de sus compañeros, a la convención anual de los empleados de esa cadena. Se quedaba en mi casa los dos días que duraba el evento. Hasta que, diez años después, tomó la decisión que le cambiaría positivamente la vida. “Voy a renunciar y a montar mi propia droguería”, me dijo. “Beto, es mejor un pájaro en las manos que 100 volando: por lo menos, ahí tienes tu sueldo asegurado cada mes”, le dije, temeroso, como siempre; afortunadamente, tampoco esta vez me escuchó Beto.

El éxito de la Droguería Beto

Así fue su primer negocio. Hoy es
Beto Droguería # 1
En 2010, Norberto Duarte Acosta montó su propia droguería y le puso el nombre más conocido entre los clientes de las farmacias de Codazzi: Beto. Fue un éxito total desde el principio. En el pequeño local que arrendó, Beto no daba abasto para atender la clientela que le llovía. Tampoco los dos empleados que contrató para que le ayudaran. Al poco tiempo, compró el local que le había arrendado y la casa que quedaba atrás, donde él vivía con su esposa y sus tres pequeñas hijas. Arelis estudió Farmacéutica para ayudarle más eficientemente a su esposo en el negocio.

Entonces, Beto tuvo que comprar un local más grande, en donde pudiera tener los suficientes pedidos para atender a su cada vez más numerosa clientela. Fue la primera casa de dos pisos que yo vi en mi vida, cuando mi tío político Omar Hernández me llevó de La Junta a conocer a Codazzi como premio por haber culminado exitosamente mi segundo de primaria: abajo quedaba el Banco Ganadero y arriba, unos billares. Recuerdo que esa vez subí las escaleras detrás de mi tío Omar, maravillado porque iba a conocer una casa encaramada encima de otra: no me dejaron pasar del último escalón porque esos negocios eran prohibidos para menores de edad, pero para mí fue suficiente regocijo. Esa fue la casa esquinera que compró Beto: abajo puso su segunda droguería (no cerró la primera) y arriba adecuó un amplio apartamento, donde disfruta de su hogar. Al principio, dividió la parte de abajo en tres locales: arrendó dos y puso la segunda sede de su negocio en el otro; sin embargo, la feliz arremetida de su fiel clientela hizo que fuera abarcando, poco a poco, los otros locales y, hoy, todo el primer piso completo es de Beto Droguería.

La actual Beto Droguería # 2

Fidelidad en pandemia

Beto sabe que se debe por completo a sus fieles clientes; por eso, mientras la mayoría de las farmacias en el mundo se aprovecharon de la pandemia para subir hasta más del triple el precio de los productos que se popularizaron para enfrentar al Covid 19, Beto los siguió vendiendo al mismo precio que tenían antes de que el mortal virus apareciera con su amenaza fatal. “Siempre mantuvimos un pedido de acuerdo a las necesidades que generó la pandemia”, dice Beto. “Siempre mantuvimos precios justos: nunca nos aprovechamos de la pandemia para incrementarlos”, agrega. “Al contario, rechacé ofertas que me hacían, cuando hubo escasez de alcohol, tapabocas, guantes. Me ofrecían a precios exuberantes si se los vendía todos. Preferí no venderlos. Me abastecí de un buen pedido durante los primeros meses de la pandemia, que fueron cruciales para el negocio y la salud dela gente de nuestro pueblo”.

A pesar de la restricción mundial en muchos aspectos de la vida cotidiana, que condujo a una reducción de ventas, Beto mantuvo a la totalidad de sus 11 empleados (incluyendo a Arelis, su esposa, quien también tiene su salario y sus prestaciones sociales, como los demás). “No sacamos a ninguno porque era vulnerar sus derechos”, afirma. Se acogió al préstamo, con bajos intereses, que hizo el gobierno nacional para sostenimiento empresarial. “Eso ha sido de mucha ayuda”, asegura; además, la Asociación Colombiana de Droguistas Detallistas (Asocoldro) los ha mantenidos informados de las medidas de bioseguridad que se deben tomar y de las ayudas gubernamentales en estos tiempos difíciles.

Definitivamente, los castigos de la vieja Aba, en La Junta, y de tío Ito, en Funda, más la formación de tío Néstor, en Casacará, le ayudaron a formar el carácter honesto y pulcro que hacen de Beto hoy, un próspero microempresario.

4 comentarios:

  1. La crónica de un muchacho que lo crió su abuela.Las enseñanzas fueron clave para engrandecer su personalidad y la suerte en su vida privada y familuar.Felicitaciones para los dos: el cronista y el homenajeado.

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  2. Excelente ejemplo de honestidad y superación. Compadre John, empecé a leer tu crónica y a medida que lo leía, se tornaba interesante y el remate no pudo ser el mejor, "los castigos de la vieja Aba, en La Junta, y de tío Ito, en Funda, más la formación de tío Néstor, en Casacará, le ayudaron a formar el carácter honesto y pulcro que hacen de Beto hoy, un próspero microempresario". Cuando pase por Codazzi, llegaré a la Droguería Beto, para comprar mis Losartán de 50 mg y la botellita de Menticol, indispensable en mi vida diaria. Felicitaciones.

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    1. jajajaja. Oiga, pase: va a encontrar precios justos. Gracias por su amable lectura. Mi Dios lo bendiga

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Muchas gracias por su amable lectura; por favor, denos su opinión sobre el texto que acaba de leer. Muy amable de su parte