María Nurys Acosta Mendoza, tía Ñuñe |
Doblábamos
la esquina que queda cerca de la casa de tía Ñuñe, cuando mi papá lanzó la
expresión que yo siempre había sentido, desde muchos años atrás, en lo más
profundo de mi alma: “Esa mujer es un ángel de Dios”, dijo. Se refería a su
hermana María Nurys Acosta Mendoza, por supuesto, que acabábamos de dejar en la
puerta de la calle de su casa, adonde salió a despedirnos. Eso hace más de 30
años, poco antes de que mi padre falleciera. Y hoy sé que esa misma impresión
la tenían mis otros tíos; incluso, tío Néstor, que falleció hace poco, me dijo
en un paseo que estuvimos en el municipio de Manaure: “Esa mujer era una Santa
en vida”, mientras me mostraba la casa donde vivió tía Ñuñe con su esposo.
A
propósito de este texto, llamé a tío Jose (así, sin tilde en la e, como
llamamos en el Caribe colombiano a los José) a su celular y le pedí que me
describiera a tía Ñuñe, su hermana: “un alma bendita de Dios. Pura abnegación.
Dedicada a su hogar”, me dijo. También llamé al menor de todos, tío Jorge: “era
la más noble de mis hermanas, un mujer callada, recta, era puro sentimiento”. No
podía dejar de marcarle al único profesional de todos ellos, tío Fano,
ingeniero agrónomo: “era una mujer virtuosa, muy dedicada a su hogar, que amaba
su vida, prudente, sufrida. Valiente para afrontar las duras embestidas del
destino, las contingencias de la vida. Era, prácticamente, una santa”. Tío Ito
es el callado de todos ellos: reservado, tímido, fue el único que se quedó en
La Junta, el pueblo natal y no salió a buscar una mejor vida en otros lugares.
Cuando le hice la misma petición por teléfono, no vaciló un instante en
responder: “era una mujer buenísima, calmada. Una mujer de su casa. Sí, claro,
era una santa”.
Su viaje de no regreso a Codazzi
Tía Ñuñe y tía Vila, en medio de sus hermanas mellas: María Esther (tía Tey), de bluza verde, y María Elisa (tía Mary) |
Tío Colá
había nacido en 1907, también en La Junta, y su hermano Luis Miguel, El Tone,
como le decían a mi abuelo, nació en 1912. Cuando las jóvenes Vila y Ñuñe creyeron que ya
debían emprender el viaje de regreso a su natal La Junta, el tío Colá les dijo
que ni lo pensaran, que ellas se quedarían en su casa, como si fueran sus hijas:
no las dejó ir más. Les consiguió trabajo en el floreciente Codazzi de la
época, a tía Vila en una droguería y a tía Ñuñe en un almacén. Ahí en Codazzi murió tía Ñuñe, el 19 de marzo de 2012, día
de mi cumpleaños, de una larga y penosa enfermedad que la fue consumiendo poco
a poco.
Tía Ñuñe, tía Vila y mi prima Mariela, hija de tía Vila |
El tío
Colá no permitió que tía Ñuñe volviera al almacén. “Si vuelve a pisar esa casa
será como mujer casada”, le dijo. Hizo que Querubín viajara hasta su tierra
natal, Armero, el mismo municipio que el volcán Nevado del Ruiz desapareciera
de la faz de la tierra el trágico 13 de noviembre de 1985, dejando más de 25
mil muertos.
Su matrimonio y su periplo
Querubín
regresó a Codazzi con lo que el tío Colá le exigió: un certificado de soltería
expedido por la curia del municipio y todos los papeles eclesiásticos necesarios
para contraer matrimonio. Tía Ñuñe se casó al año siguiente que lo hiciera su
hermana mayor, mi tía Vila. Haciendo honor a su vida de andariego, Querubín se
llevó su almacén al municipio ribereño de El Banco, en el vecino departamento
del Magdalena, que queda a orillas del gran río que atraviesa a Colombia, de
sur a norte y que tiene el mismo nombre del departamento.
Querubín y tía Ñuñe |
Tampoco
quiso su espíritu de trotamundo que Querubín se quedara en Manaure y se fue a
vivir con su familia a la población de Sabanas de Novillo, también en el Cesar.
Allá les nació mi primo Álex Alfonso, un 13 de marzo, seis días antes de que
naciera yo en Casacará. Beto y Álex fueron llevados a La Junta, a que los
criara mi abuela Aura Elisa, la vieja Aba, a donde también me llevó mi padre
para el mismo propósito: a que la vieja Aba me diera el cariño de madre: Beto y
Álex son mis hermano de crianza.
Querubín,
tía Ñuñe y sus hijos regresaron a vivir a Codazzi con las finanzas menguadas
por tantos trasteos sin planificación. Ahí nacieron mis primas Rosaura y
Leandra y, algunos años después, José Luis y Querubín Armando, El Mono. Los
primeros recuerdos que tengo de tía Ñuñe y Querubín son cuando iban a pasar
vacaciones a La Junta, con la romería de primos. A Querubín lo recuerdo como un
hombre serio, que se paraba en el sardinel del patio, con sus gafas oscuras y
su pantalón remilgado hasta la barriga prominente.
La abnegación, su virtud
Después,
cuando viajo a mi natal Casacará a realizar mis estudios de bachillerato porque
en La Junta todavía no había colegio de secundaria, empiezo a ser testigo de
cerca de la abnegación de tía Ñuñe: su silencio y determinación con que
enfrentaba las duras pruebas de su destino. Ya no tenían almacén y Querubín se
rebuscaba la vida con un campero que tenía de taxi en Codazzi. No quiero ni
siquiera imaginar ahora las peripecias que hacía tía Ñuñe para hacer rendir el
escaso presupuesto con que debía mantener a esa tropa tan grande.
Tía Ñuñe, mi prima Leandra y sus hijas |
Tía Nuñe y sus diez hijos, en el orden de su nacimiento: Bertha, Omar, Nolberto (Beto), Rubén Darío, Rosmery, Álex, Rosaura, Leandra, José Luis y Querubín Armando (El Mono). |
Tía Nuñe, Beto (rescostado detrás), Aracelys (mi señora) y yo |
Recuerdo
que Querubín Armando, el hijo menor de tía Ñuñe, miraba mucho un programa de televisión,
que realizaban en Colombia para lavarle la imagen al Ejército Nacional: “Hombres
de Honor”, se llamaba: terminó enrolado en las filas del Ejército como soldado
en zona roja de combates guerrilleros. Tampoco aquí escuchamos una sola queja de
ella, a pesar de que todos sabíamos que sufría en silencio por el temor
constante de que ocurriera lo peor.
Sufrimiento hasta en las buenas
En primer plano, Arelys, la esposa de Beto; tía Ñuñe; Beto y, al fondo, Norelys, la esposa de Omar |
Beto y tía Ñuñe, cuando el ELA empezaba hacer estragos en su cuerpo |
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