Por John AcostaDe izquierda a derecha: Olmedo Rodríguez
y Santander Aguilar
Olmedo Rafael Rodríguez Rodríguez es un hombre levantado, literalmente, con el espinazo expuesto al sol y con sus manos agarradas de la herramienta que el momento agrícola requería para sacarle fruto a la tierra: un machete, un azadón, una pala, un hacha, un saco de lana para recoger algodón, en fin, un campesino de pura cepa. Y empezó a trabajar no en su propia parcela, como siempre lo soñó, sino en fincas ajenas porque ni riesgos de soñar con una suya, cuando ni siquiera su mamá tenía un rancho dónde vivir con sus hijos y marido. Lo concibieron en un pueblo, nació en otro y se crio en otro: era el periplo constante del rebusque de sus viejos. Debían ir donde la cosecha de la época creaba fuentes de empleos, a rasguñar una entradita económica con su papá, Alfonso, y sus hermanos, mientras la vieja Dorina del Socorro, su mamá, quedaba en la casa arrendada de turno, lavando la ropa sucia de la jornada anterior para que se la pusieran al día siguiente, y preparando los alimentos comprados a precios regateados en el mercado del caserío para que sus hombres repusieran fuerzas suficientes con qué enfrentar una nueva y dura jornada en el campo inclemente.
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Dorina del Socorro y Alfonso decidieron instalarse por completo en Candelaria. En octubre, viajaba el viejo con sus hijos a la zona algodonera del Cesar (Codazzi, Casacará, Becerril, Pailitas) a enfrentarse, desde la madrugada hasta la noche, al intenso sol tropical, mientras arrancaban la preciada mota blanca. Regresaban en diciembre a aprovechar la época de siembra del melón para recogerlo en enero y febrero. Tenían para gozar los tiempos de carnavales. Los cuatro hijos mayores de la vieja Dorina del Socorro, con otros tres hombres, habían emigrado a trabajar de jornaleros en fincas de otras regiones; incluso, de otros países. Quedaban, entonces, los cuatro menores que ella tuvo con el viejo Alfonso. Los puso a estudiar en el colegio público, cuyo patio trasero colindaba con el frente de la casa que Alfonso había construido con sus propias manos y su propio esfuerzo financiero. Puso dos a estudiar en la jornada de la mañana y dos, en la jornada de la tarde, de tal manera que se turnaban para ir la parcela que Alfonso logró obtener: en la mañana, se iba en un burro para el monte el par que estudiaba en la tarde y regresaban al medio día, almorzaban y se iban para el colegio; entonces, después de almuerzo, se iban para la parcela, en el mismo burro, los dos que estudiaban en la jornada de la mañana.
Olmedo Rodríguez y Santander Aguilar, después de pronunciar sus discursos |
Del burro a aspirante al Concejo de su municipio
Entre los viajes diarios en burro a la parcela y los fines de año a coger algodón en el Cesar, Olmedo Rafael culminó su primaria e hizo hasta octavo grado, pues el sistema no ofrecía futuro para los bachilleres y los muchachos sentían que estaban haciendo en balde el doble esfuerzo de estudiar y trabajar al mismo tiempo; además, la mayoría de los adolescentes tenían relaciones sexuales sin conocer de la existencia de preservativos ni anticonceptivos por lo que, muchas veces, las novias salían embarazadas, lo que implicaba, en el mundo supremamente machista de entonces, que el muchacho debía trabajar el doble para atender, como correspondía, según la concepción de entonces, su nueva obligación. Y ambos dejaban de estudiar.Dorina del Socorro, frente al
afiche de su hijo, en su casa
El evento de unión de esfuerzos entre Santander Aguilar, candidato a repetir curul en la Asamblea del Atlántico, y Olmedo Rodríguez, candidato al Concejo de Candelaria, fue un éxito total: en asistencia de personas, en los argumentos presentados por los dos aspirantes a las distintas corporaciones, en el fervor generado entre la comunidad, que aliviaba en parte el intenso calor reinante en el sitio. El diputado se refirió al hecho de que le dieran la curul en reemplazo del hijo del presidente de la República. “Obró la justicia divina porque la injusticia terrenal me quitó esa posibilidad en 2019”, dijo.
Ya adulto, y con hijos para mantener, Olmedo Rafael se fue a la fronteriza Cúcuta, con el hermano con que le tocaba ir al monte en su época de estudiante, a venderle a los muleros colombianos el acpm que traían de Venezuela. Hace diez años tiene un trabajo estable. Y ahora ha puesto su nombre a consideración de sus paisanos para servirles desde el Concejo.
Gracias señor jhon acosta por darme un espacio en sus crónicas poder compartir parte de mi historia con ustedes,
ResponderBorrarGracias, Olmedo, por abrirme las puertas de tu historia
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