El autor de esta crónica visita a Jairo Morales en la clínica donde estuvo hospitalizado |
Jairo Miguel Morales Rodríguez duró cerca de 20 días hospitalizado en una clínica privada, sin pagar un solo peso. Le hicieron todo tipo de exámenes médicos hasta que dieron con el motivo del intenso dolor abdominal, por el cual decidió ir de urgencia al hospital de Candelaria, Atlántico, en vez de coger, madrugado, el bus hasta Barranquilla, como lo hacía a diario, para rebuscarse el sustento en el mercado público de la capital y regresarse en la nochecita, con algo en los bolsillos. Fue una resolución acertada de su parte, pues de ahí lo llevaron en ambulancia hasta el municipio de Baranoa, a un hospital de mejor nivel. Y supo de dónde provenía la sangrante úlcera que le diagnosticaron: de la angustiante e inútil espera a la ayuda que la Unidad de Víctimas debía darle, desde 2005, cuando llegó a Candelaria de nuevo, con una mano adelante y otra atrás, huyendo de las amenazas de las Farc, allá en el Casanare. La ignorada úlcera se le había acelerado en los últimos días porque, cuando al fin creía ver cerca lo que siempre añoró (tener su propia casa), tuvo que deshacerse de ese anhelo (que ya tenía a la mano) por la amenaza de ser expulsado de la Unidad de Víctimas.
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Así es. Aunque parezca
contradictorio, la oficina que por más de 15 años le ha bailado el indio con la
ansiada ayuda, lo alejó ahora de su sueño adorado, cuando ya se sentía con casa
propia. Yo mismo he sido testigo impotente de la mamadera de gallo que le
tienen; lo acompañé en varias ocasiones a la oficina de la Unidad de Víctimas
en Barranquilla, esperanzado con unos alentadores mensajes de textos, que, de
vez en cuando, le llegan a su teléfono. Nada: nunca supieron explicarle con
claridad el por qué los mensajes dicen una cosa y esa oficina dice otra. La más
reciente visita fue a la nueva sede de la Unidad de Víctimas, ubicada en el
corregimiento de Juan Mina, cerca de Barranquilla: resultó otro viaje perdido,
pues estaba cerrada por la pandemia del Covid.
La
(¿errada?) política de vivienda en Candelaria
La ruptura del Canal de Dique y la inmediata inundación del sur del departamento del Atlántico, en noviembre de 2010 (tomadas de Semana.com) |
Resultó que muchos de los damnificados
venían de otros pueblos, buscando la parte alta dónde refugiarse del agua invasora.
Recibieron sus casas de la Nueva Candelaria, como se le llamó a la urbanización,
pero, una vez fue tapada la ruptura de la carretera y el agua volvió a su
cauce, los habitantes de otros caseríos regresaron a su patria chica; igual hicieron
los propios candelarieros: volvieron a sus casas recuperadas de la inundación. La
mayoría arrendaron la casa nueva que le regalaron en Nueva Candelaria; otros,
las vendieron.
Jairo Miguel Morales Rodríguez
fue tan de malas, que, justo en 2010, el año de la inundación, él se había ido
para Venezuela, a tratar de buscar en el país vecino, lo que la Unidad de Víctimas
le negaba en su propia nación. Cansado, después de cinco años de inútil espera,
abandonado por su mujer (aburrida de las miserabilidad que le arañaba al
destino su marido desempleado, ella se regresó a su tierra en el interior del país,
con sus hijos), Jairo emigró con una candelariera. En Venezuela, alcanzó a tener
un granero bien surtido, pero se fue desmejorando con la situación caótica en
la que cayó poco a poco Venezuela. Regresó a Candelaria en 2015, con la mujer
moribunda por un cáncer agresivo, sus dos nuevos hijos (Josué David y Mateo) y,
otra vez, una mano adelante y otra atrás: le ayudé a pagar el sepelio de su esposa
y, ahí, supimos los dos que era más caro morirse que vivir. Desde entonces,
vive arrendado en una de las casas de Nueva Candelaria, que paga con lo que se
gana en el mercado público de Barranquilla, caminando sol a sol, con una bomba
de fumigar en sus espaldas; a veces, le toca pasar la noche sobre las mesas
porque ni siquiera alcanzó a hacer ese día para el pasaje del bus de regreso;
de hecho, me tocó ayudarle a pagar los dos meses de arriendo que debía,
mientras estuvo recluido en el hospital por la úlcera, originada en el círculo
vicioso de sus angustias.
Urbanización Nueva Candelaria. Izquierda, al fondo: el terreno arreglado para, supuestamente, cuarta etapa |
Construyeron una segunda etapa de Nueva Candelaria y, aunque sí adjudicaron de manera acertada algunas casas, otras se las dieron a personas que las venden o las arriendan; es decir, no las necesitan. Acaban de construir la tercera etapa y la gente dice que aparecen adjudicadas a muchos de los que ya les dieron en las etapas anteriores. Lo cierto es que tampoco ahí aparece el nombre de Jairo Miguel Morales Rodríguez, ni siquiera para regalarle una casa.
Invasión
por la casa añorada
Los arrendatarios de las dos
etapas de Nuevas Candelaria (está suspendida la adjudicación de la tercera),
cansados de no ver aparecer sus nombres en las sucesivas etapas, vieron la
oportunidad de adjudicarse ellos mismos sus propios terrenos para construir.
Sucede que unas tierras que están detrás de la primera y segunda etapa de Nueva
Candelaria, fueron arregladas (con maquinaria pesada) dizque para construir otras
viviendas; entonces, temerosos de que otra vez les bailen el indio con la adjudicación,
los necesitados arrendatarios invadieron esos terrenos; por supuesto, ahí
estaba Jairo Miguel Morales Rodríguez, feliz porque, por primera vez en su
vida, tenía su propio pedazo de tierra para levantar su casa.
La esperanza de tener casa propia la tienen los arrendatarios de Nueva Candelaria en esta invasión |
podía estar en esa invasión, pues corría el riesgo de que perdiera la oportunidad de obtener algún beneficio futuro por parte de la Unidad de Víctima, en la que está inscrito desde el 2005, cuando las Farc le dieron 72 horas para salir de Yopal, pues como era un costeño con cédula del departamento del Cesar, lo catalogaron como un paramilitar infiltrado en tierras llaneras. Recibió tres meses de arriendo y alimentación al principio, pero, después, lo dejaron al garete, desempleado y con familia. Después de más de 15 años abandonado por la Unidad de Víctima, le dicen que debe abandonar el terreno que se adjudicó a la fuerza, so pena de no recibir más nada en el futuro. Ilusionado con lo que nunca ha recibido, dejó el terreno invadido, que sus compañeros de barrio le dieron a otra necesitada de vivienda. Ese estrellón que lo despertó de su sueño de casa propia, le acrecentó el dolor en el abdomen: duró cerca de 20 días en una clínica privada, sin pagar ni un solo peso, no tiene de dónde. Gracias a la vilipendiada Ley 100, pudo ser atendido y ahora le dan sus medicamentos; sin embargo, el sueño frustrado de tener casa propia sigue.
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La esperanza de Jairo Morales está ahora en un rumor que circula en el pueblo, en el sentido de que 40 casas de la tercera etapa de Nueva Candelaria (ya construidas y listas para adjudicar) serán para las víctimas que no posean vivienda; es decir, Jairo Miguel Morales Rodríguez encaja perfectamente en esta lista, en caso tal de que sea cierto el chisme. Dios quiera que, esta vez, sí se le den las cosas con la Unidad de Víctimas y podamos escribir y publicar aquí la segunda parte con final feliz.
Jairo Miguel Morales Rodríguez, un héroe ejemplo de lucha,buscando con justicia lo que le pertenece, una vivienda propia, no pierde la fe de encontrar lo que por ley natural ha debido poseer, y que le ha sido negado:Su casa.Es inconcebible que, mientras algunos tienen el negocio de adquirir vivienda para arrendarla y luego venderla, otros tienen que soportar el sinsabor esperado de una adjudicación que nunca llega, pasan días y años, su sueño nunca llega y el engaño galopa incesante golpeando la dignidad de quienes con justicia son acreedores de un derecho fundamental, como lo es una vivienda digna.Hasta cuando tanta mentira, promesas fallidas y golpes en la humanidad de los necesitados.Con fervoroso espíritu de sensibildad humana, escribió:Afranio Acosta Mendoza.
ResponderBorrar*sinsabor desesperado
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