Por John Acosta
Al bajarme del carro, vi el pavimento corroñoso, por falta
de mantenimiento, del parqueadero. La empleada que me recibió en la portería
respiraba pertenencia y amor por el hotel hasta por los poros. “Buenos días,
señor”, me dijo con su amplia y sincera sonrisa: daba la impresión de que me
agradeciera con profundidad por haber elegido llegar a ese sitio emblemático.
Le pregunté al vigilante si a él la pagaba el Estado a través de Estupefacientes.
“Sí, señor. Y bastante cumplido, por cierto”, me respondió. Él y la dama me
indicaron por dónde seguir. Y, entonces, lo sentí: constante, inundándolo todo
con su impertinente característica: olía a rata.
Era lunes festivo en la mañana y yo iba a acompañar a varios
compañeros a acondicionar los tres salones que la Facultad de Ciencias Sociales
y Humanas, de la Universidad Autónoma del Caribe, había alquilado para los tres
días del gran evento V Semana Internacional de las Comunicaciones (Haga click aquí para leer más información sobre este evento). Los tres
salones estaban también impregnados por ese olor fastidioso a roedor de
alcantarilla. Incluso, caminamos por el hermoso patio interno, rodeado de suntuosos
arcos republicanos y surcado por senderos zigzagueantes que estaban construidos
entre inmensas palmeras. También, por esos mágicos lares, se campeaba el olor a
rata. Ahí estaba la piscina, con su imponencia.
El Hotel El Prado necesita de los barranquilleros. Ha sido,
por años, un ícono de la arquitectura de esta querida ciudad, pero hoy es un
ente agonizante. Sus amables y empoderados empleados no pueden solos, aunque
les sobra voluntad. Es de todos sabido que el dinero maldito del narcotráfico
tocó a este emblemático lugar y padece ahora las consecuencias de esa diabólica
aventura en la que lo metieron sin permiso. El Estado colombiano lo decomisó,
pero en ningún lugar del mundo el Estado ha sido buen administrador.
En la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas decidimos
aportar nuestro grano de arena a la visibilización del Hotel El Prado. Y se
tomó la determinación de realizar nuestro máximo evento anual en este lugar.
Afortunadamente, contamos con el apoyo inmediato y entusiasta del rector de nuestra
querida Universidad Autónoma del Caribe, Ramsés Jonás Vargas Lamadrid.
No hay que olvidar que nuestra Universidad fue puesta en la
picota pública nacional porque había sido secuestrada (y saqueada), durante más
de diez años, por gente de mala calaña que querían limpiar su pasado espurio
con la excelente reputación de este prestigioso centro de estudios superiores (Haga click aquí para leer artículo sobre este caso ). Al
develarse esos oscuros propósitos, la Universidad Autónoma del Caribe fue
expuesta, por culpa de esas personas malintencionadas, al escarnio del país
entero. Sus empelados decentes, que somos la inmensa mayoría, tuvimos la
fortuna de que llegara a la rectoría una persona del temple y el carácter de
Ramsés para, entre todos, rescatar a nuestra institución del estiércol en que
la habían sumido (Haga click aquí para leer posición del rector Ramsés sobre esta situación). Lo estamos logrando ¡y de qué manera!
Por eso, nos solidarizamos con el Hotel El Prado. Por haber
compartido el prestigio del pasado. Por sufrir la estigmatización reciente, en
la que se pagó bien caro la culpa de seres malintencionados que se habían
apoderado del legado grandioso de estas dos queridas instituciones caribeñas. Y
por el esfuerzo que hacemos los empleados por recuperar el buen nombre de estas
empresas costeñas. Por todo eso, hicimos
caso omiso a los amigos alarmistas que nos decían (y advertían) que no
realizáramos nuestro grandioso evento en el moribundo Hotel El Prado.
No hay un solo ser que cometa, por un instante, un acto de
locura para no reconocer el enorme éxito que tuvo la V Semana Internacional de
las Comunicaciones, realizada por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
de la Universidad Autónoma del Caribe, en el querido Hotel El Prado. Los
reflectores de los medios de comunicaciones tuvieron enfocados, por tres días, en
ese evento. Y todos fuimos testigos de la calidad de los ponentes, del juicio y
el interés de los 600 asistentes y de la entrega y amabilidad de los empleados
del hotel.
No sé qué magia ocurrió, pero, al día siguiente de ese lunes
festivo, que era cuando iniciaba el gran evento, no quedó ni un solo vestigio,
en ningún rincón del Hotel El Prado, de ese hedor a rata del día anterior: la
eficiencia de los trabajadores del lugar quedó demostrada ahí.
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